[201] ↑ Escrito por: Blogger Gengis Kant - 19 de junio de 2008 19:41:00 CEST
[73] ↓ Escrito por: schelling - 19 de junio de 2008 13:50:00 CEST
Según Kedorie, es nacionalista el que cree: 1) que la humanidad se divide en naciones; 2) que las naciones se identifican -y diferencian- por ciertos rasgos o características; y 3) que esas naciones son las legítimas titulares de la soberanía política.
En otras palabras, el nacionalista cree: que las gentes se distribuyen en pueblos culturalmente diferenciados, es decir, que tales pueblos o naciones tienen un carácter o identidad nacional único; y que el hecho de ser un pueblo distinto confiere un derecho a la soberanía política.
El camino al posnacionalismo, según lo entiendo, pasa por abandonar estas creencias. La mejor receta pasa por empezar a tomarse en serio el carácter caprichoso, históricamente contingente de las supuestas naciones existentes y relativizar sus esencias nacionales.
Pero la cuestión que interesaba a gengis kant el otro día se refería a la posibilidad de un independentismo catalán postnacionalista. Conceptualmente es posible que alguien reivindique la secesión por razones no nacionalistas, es decir, que no dependan de la creencia en la existencia de un pueblo distinto. Hoy por hoy, en la Cataluña actual no parece plausible y menos en boca de las gentes de ERC, que a veces han coqueteado con la idea. Basta con mirar el mapa de la Gran Cataluña o los países catalanes que tiene en su página web para desechar inmediatmente la idea.
Pero, además, hay otra razón de fondo para restar plausibilidad al asunto. Sospecho que quien no cree en la existencia de una nación distinta dedica su atención o se preocupa por otras cosas.
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Si bien grosso modo estoy de acuerdo, amigo Schelling, con la definición que da Kedourie del nacionalismo, le propongo dos enmiendas.
Podemos considerar, salvo que busquemos una precisión innecesaria, que la segunda característica está contenida en la primera, pues la idea de que la humanidad está compuesta de naciones es muy probable que se funde en la creencia en una diversidad cualitativa de las mismas (lo que descarta de entrada la posibilidad de una división meramente numérica, por circunstancias geográficas por ejemplo, de una humanidad por lo demás homogénea).
Por otro lado, echo en falta en esa definición la observación fundamental de que, para el nacionalista, las naciones no admiten ninguna intersección. No se podría, según él, pertenecer a más de una.
Vamos ahora con Cataluña. Ya sabe que tengo últimamente la impresión de que lo que yo tenía por una posibilidad teórica -un independentismo no esencialista- empieza a cobrar realidad en esa región.
A mi juicio, basta con que una entidad cualquiera, elegida incluso al azar, vaya ganando visibilidad, presencia en la mente del público, para que tarde o temprano alguien considere "lógico" que la misma pueda decidir sobre su futuro.
La idea de Cataluña hace tiempo que ha adquirido esa presencia obvia, inapelable, natural. Es más: la ha adquirido ante unos y otros, dentro y fuera. Todos sentimos que la existencia de Cataluña tiene una una rotundidad, una calidad, muy superior -valga el ejemplo- a la de la clase formada por los habitantes de los números impares de la calle de Caballeros de Játiva o a la integrada por los que viven a menos de 2.635 kilómetros del cruce entre el paralelo 17S y el meridiano 43E.
De esa masiva e intensa presencia de Cataluña en todas las mentes se ha encargado, y seguirá haciéndolo, el nacionalismo en primer lugar, aunque también, siquiera de un modo reactivo, quienes lo combatimos. Hablando, aunque sea mal, contribuimos a ello.
Una vez que todos, en la medida de nuestra fuerza o debilidad, hemos hecho muy visible Cataluña, empieza a oírse allí la voz de los que ya pueden permitirse el lujo de no creer en esencias y dedicarse a otra cosa -patriotismo social lo llama Carod-, como hace tiempo que nos lo permitimos los liberales españolistas gracias al esfuerzo del viejo patriotismo español.
Valga como muestra de este nuevo avatar del catalanismo lo que respondía Carod a un periodista de La Vanguardia:
P: El derecho a decidir como referencia política empieza ahora. ¿Dónde y cuándo termina?
C: El derecho a decidir no es un objetivo, es un instrumento democrático para que los ciudadanos expresen, mediante un referéndum, si quieren seguir siendo una comunidad autónoma de las 17 que tiene España o convertirse en miembro de pleno derecho en la Unión Europea como un Estado más.
P: ¿A quién se convocará en ese referéndum?
C: A la Catalunya real. El elemento que identifica a sus miembros es la tarjeta sanitaria catalana, el único elemento que está por encima de nacionalidades, de ciudadanías.
P: ¿Eso incluye a los inmigrantes, aunque no tengan legalizada su residencia en España?
C: Quiero dar el derecho a poder decidir el futuro del país de acogida a aquellos que hoy ya son catalanes de hecho, aunque legalmente quizás no lo sean de derecho. Sean árabes o latinos, africanos o chinos, podrán votar en el referéndum de independencia del 2014. Y estos 7,5 millones de catalanes ¿qué elemento tienen en común?: La tarjeta sanitaria. Claro que habría que fijar un periodo mínimo de residencia previa en el país para poder ejercer ese derecho.
P: ¿Usted cree que el derecho de voto de los inmigrantes reúne el consenso en Catalunya?
C: Probablemente es uno de los problemas que tendremos que superar. La fecha del 2014 no fue improvisada. Tiene la ventaja de que nos queda tiempo suficiente para superar éste y otros obstáculos.
P: Parece que ya no le preocupan las esencias patrias.
C: No soy un especialista en esencias. A mí me gusta observar la realidad y, sobre todo, imaginarme el futuro. Lo que tenemos diferente estos siete millones y medio de catalanes es el pasado. Lo único que tenemos igual es el presente, y lo que más nos conviene es compartir el futuro.
P: Diríase que busca el apoyo de los inmigrantes para compensar el amplio sector de la población que se declara contrario a la independencia y prefiere seguir siendo español.
C: Yo estoy planteando un cambio de verdad en el proyecto nacional, que hoy ya no tiene que ver con la identidad. Éste es el cambio fundamental. Hasta ahora, la independencia de Catalunya, desde la perspectiva nacionalista esencialista, era vista como un derecho. Yo lo planteo como una necesidad.
P: ¿Quiere decir por interés?
C: Lo planteo como una necesidad, porque hay unos intereses que la mejor manera de defenderlos es con un Estado. Contrariamente a todos los esquemas clásicos de la conciencia nacional, vendrá antes el Estado que la nación.
Hasta aquí la entrevista.
No puedo negar que la última respuesta del entrevistado no cuadra con sus innovaciones doctrinales, como tampoco encajan esos mapas pancatalanistas de los que habla usted; pero pueden ser simples desajustes temporales. Sobre tales disonancias podría ilustrarnos Aldeans, no importa cuál de ellos.
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Disculpe el retraso.
De acuerdo con sus dos enmiendas. De hecho, pensaba escribir solo 1 y 3, sin citar autor, pero me entró el prurito de la fidelidad textual.
En efecto, 2 me parece redundante, pues cuando hablamos de naciones en sentido nacionalista nos referimos siempre a un pueblo distinto (o tenido por tal). La idea de pueblo distinto, en cambio, implica que no hay solapamientos ni intersecciones, sino que cada individuo pertenece a un pueblo distinto (y solo a uno), de tal modo que un individuo sin nacionalidad sería una anomalía, como el hombre sin sombra del que habla Gellner.
La entrevista de Carod, efectivamente, parece soltar amarras con el imaginario nacionalista de esencias y caracteres nacionales. Pero sigue sin parecerme creíble, la verdad. Por la misma razón que le dije: el nacionalismo es un teoría sobre las fronteras de los pueblos; una vez que uno deja de creer en identidades nacionales y unidades nacionales necesarias, el asunto de las fronteras pierde bastante interés. Para Carod, en cambio, el cambio de fronteras y el momento mítico del referendum de autodeterminación ocupa el puesto más alto en su agenda política. No puedo creerme que sea porque considera que hay problemas de finaciación de la sanidad catalana o cosas semejantes.
Por lo demás, como bien señala, Carod se equivoca al final de la entrevista. Lo que presenta como una innovación es lo normal: primero el Estado y luego la nación. Por eso se equivocan quienes creen que el nacionalismo se agota con la consecución de un Estado independiente, ignorando las enseñanzas de la historia. El Estado (o sucedaneos como los gobiernos autonómicos aquí) es la palanca de la construcción nacional. Siempre.
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