La perfecta cuadrícula de Manhattan, o al menos del Midtown, es de una gran ayuda para el turista despistado. Sus streets y sus avenues, estupendamente trazadas y correlativamente numeradas, forman una red que convierte en una tarea casi imposible el extravío del personal. Casi.
Pero tú eres muy capaz, piensas, mientras sacas una vez más el mapa de la pequeña mochila que te distingue como guiri inconfundible. Por tanto, has establecido y perfeccionado, desde el primer día, un ingenioso método: despliegas el mapa y una vez encontrado sobre el mismo el lugar exacto de tu ubicación, todo se reduce a hacer el pequeño esfuerzo mental de imaginarte allí metido, como un muñequito rodeado de símbolos de colores. Una vez logrado ese milagro, es momento de girar sobre ti mismo hasta que no quede duda alguna de tus coordenadas, para que no te ocurra lo del primer día, cuando la calle 59 apareció donde debía estar, según todos los indicios, la 57. Al fin y al cabo, los nativos están acostumbrados a todo tipo de chiflados callejeros, por lo que la visión de un tipo rotando una y otra vez sobre sí mismo debe pasar desapercibida, razonas, mientras soportas la escéptica mirada de tu hijo, conveniente y avergonzadamente apartado unos metros.
De todas formas, esta vez la cosa no tiene pérdida, cualquiera es capaz de llegar a la Quinta Avenida, cualquiera es capaz de comprar uno o dos iphones. Eso, al menos, es lo que dijo tu cuñado, un buen tipo, por otra parte, tres días antes de salir, que le trajeras dos iphones, no había ninguna dificultad, aseguró, incluso el imbécil de Pepito vino con uno. Así las cosas, no te quedó más remedio que comprometerte, por supuesto, comprar dos iphones, que tontería. Es un cacharro cojonudo, dijo, deberías pillar uno para ti y tirar ese trasto que llevas, por el amor de Dios, es diseño Apple, total qué son 400 $.
Así que encuentras la tienda Apple, una redundancia en la gran idem, muy cerquita ya de Central Park, y te colocas muy ufano en lo que evidentemente es la cola, al menos 50 personas, coño, imaginando mentalmente el diálogo con el empleado, I want three iphones, please, porque evidentemente no puedes quedar por debajo de tu hermano político en el próximo aniversario. A la media hora, cuando ya empiezas a tener dudas sobre la conveniencia de mantener la institución familiar, un fulano sale del mostrador y se dirige a los que esperan en un inglés escueto y directo: no iphones, dice, mientras descubres que, de los cincuenta de delante, cuarenta son compatriotas, ¿qué cojones ha dicho el gachó?, pregunta un gordo, ¿no hay fons?
Aquí la cosa se complica, si fuera para ti te olvidarías y punto, pero recuerdas a Pepito, el imbécil, así que no queda más remedio que buscarse la vida, echas un recuerdo a la madre política de tu hermana y consigues averiguar que hay otra Apple Store en el Soho, Prince Street.
Enseguida adviertes que el sitio está muy lejos para ir andando, la opción taxi queda descartada: es caro, hay que calcular propinas, no les gustan los billetes grandes y tres días después todavía no dominas el punjabí.
Te encomiendas al metro, el subway que le llaman. No hay problema, también tienes mapa del metro, aunque hasta ahora te has librado de usarlo, así que una rápida consulta te permite averiguar que en la misma calle Prince hay una parada.
Llegas hasta allí con relativa facilidad, hombre de mundo al fin y al cabo, hinchado de vanidad, al quinto o sexto intento la metro card funcionó y si compraste equivocadamente un abono mensual no importa demasiado, nadie se enteró, pero ¡ay! amigo, esto no es el Midtown, aquí no hay calles numeradas, de forma que el método que ideaste no te sirve de nada. En todo caso, vuelves a echar mano del plano, para saber hacia qué lado de la calle debes dirigirte y enseguida te sitúas.
Diez minutos después vuelves a abrir la mochila, mientras intentas distinguir la naturaleza de los ruidos que tras de ti se escapan de la garganta del chaval, y al desdoblar el callejero una señora que no sabe que los hombres no preguntan direcciones se acerca solícita, en otro momento rechazarías cordialmente su ayuda, pero tienes hecho un planning y ya vas tarde, hoy toca subir al Empire State, así que te dejas guiar, tampoco era muy difícil, coño, hay una manzana en la fachada, lo que no hay son iphones, ni allí ni en todo New York, te aseguran, maybe New Jersey, media hora en coche, pero hasta ahí podíamos llegar, ni por ver al Boss.
Esperas la cola del Empire State, hora y cuarto, un edificio viejo y descuidado, completamente rodeado de andamios, probablemente para ponérselo más fácil a Kong si decide volver, un edificio que sólo sirve para subir a él, hasta el piso 86, por 18 $, o hasta el 102, por otros quince, si eres un vicioso del vértigo, pero ni siquiera el parloteo incesante de un empleado que pretende colocarte, otros 15 pavos de nada, no sé que maravillosa cartulina desplegable que te permite identificar lo que ves desde arriba, consigue hacerte olvidar tu fracaso como comprador de la última maravilla tecnológica, sólo la perspectiva del partido que vas a ver en el Madison consigue animarte.
A la noche, tu cuñado, el hijoputa de tu cuñado, para ser precisos, le quita hierro al asunto, no te preocupes, yo pensé que si hasta Pepito supo, pero no pasa nada, ya me habían advertido que ahora estaba casi imposible.
La vuelta a casa, dos días después, se hace larga y monótona, aunque has podido desempolvar tu francés en la escala del Charles de Gaulle, pero las ganas de llegar se imponen. El guardia civil, un viejo zorro de acento andaluz, te interroga, ¿de dónde vienen?, ¿han comprado algo?, un bolso para mi mujer, unas cuantas zapatillas de deporte, una sudadera, contestas, pero el hombre no se rinde, tiene un punto de ironía, ¿cámaras digitales?, no, mientes, le enseñas el chollo que has comprado (hasta que día después compruebes en MediaMark que tú sí eres tonto), ésta es la que llevé, dices, el tío parece créerselo, pero insiste: ¿algún producto de Apple?, y no será por falta de alguna respuesta ingeniosa, pero la comprobación de que también en esto no eres sino uno más se impone, así que te limitas a negar con la cabeza y dirigirte a la salida, mientras enciendes la blackberry de toda la vida.
Etiquetas: Schultz
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