Me hablan en Extremadura de una empresa de comunicación que ha incorporado con felicidad la tendencia de los entornos laborales ‘creativos’, espacios de personalidad lúdica y agradables a la vista, la estancia y el trabajo. Aquí algunos ejemplos internacionales, pequeñas estampas que casan con el esplendor de la arquitectura moderna:
Red Bull, Londres
Las oficinas centrales de Lego en Copenhagen
Plug and Play, también en Copenhagen
Google, California
Algunas de estas oficinas emanan una fisonomía inequívoca de kindergarten: la asimilación de los diseños que los adultos hicieron para los pequeños. Si sus juguetes recrean en miniatura los útiles de los mayores, los útiles de los mayores imitan ahora las formas de los pequeños. Todo ello confiere ese escenario amable de colores, transparencias y juegos que tan bien describió Vicente Verdú en El Estilo del Mundo (Anagrama). ¿Un exceso de frivolidad o un disfraz para una mecánica empresarial –la generación de beneficios- que no ha variado un ápice? Capitalismo simpático como la sonrisa de Richard Branson. Esta superposición de estéticas, la frenética invasión del diseño en todos los rincones obliga a cierto distanciamiento. Es el punk industrializado, el do it yourself en clave universal. Un bien conveniente incluso desde la disidencia: porque para distinguir la elegancia de un atuendo sobrio son necesarias las corbatas tornasoladas.
¿Pero cómo distanciarse? Precisamente, las mecánicas laborales, por mucho espacio abierto y juguetería que nos rodeen el aura, obligan a la proximidad de 40cm que nos separa de un ordenador. Inmediatez y cercanía: las fórmulas bursátiles aplicadas a todos los recovecos industriales.
Sin un segundo que perder, la tendencia invade todos los órdenes e invita a otra reflexión sobre el arte, que tan proclive fue a la contemplación serena y reflexiva: en la dinámica actual, las obras se presentan en el sentido contrario de aquellos cuadros difuminados en la distancia corta y nítidos desde la lejanía. Ahora no, la obra está en la pantalla. Y en cuanto al tiempo, mi teoría apunta a una reversión de las viejas lógicas del mercado, cuando la obra se revalorizaba con las décadas. Presumo –y con escaso temor a equivocarme a la vista de la putrefacción de sus tiburones- que un Damien Hirst vale más ahora de lo que costará en el futuro. Es la adaptación del concepto de las modas –evolución de los antiguos estilos y corrientes- y una mimesis de un patrón que no ha sido declarado: rápido y desechable. La máxima del reciclaje, válida también para los procedimientos de formación.
El aprendizaje es instantáneo como la deglución del producto. En esta coyuntura, llama la atención que uno de los magos de la video creación contemporánea, Michel Grondy, reivindique el valor de la artesanía a través de su última imantada, Rebobine Por Favor, que a mí me sirve como valiosa metáfora de la caducidad de las plataformas –en este caso el ya prehistórico VHS- y la artificiosidad de los medios que procuran el concepto de felicidad. Felicidad mutante. Y ya que estamos en lo audiovisual, ha sido editado en España el DVD de la serie británica The Office, original de la BBC cuya versión americana emite aquí La Sexta. Tras la carcajada uno intenta indagar en el secreto de su éxito. La Office verdadera, que diría Anson, es la ficción de un reality. Una invención a partir de unos productos que pretenden superar las invenciones a base de naturalidad.
En el fragor de las recientes elecciones municipales británicas pasó casi desapercibida la celebración del Primero de Mayo. Leo los mensajes sindicales de la cuna del sindicalismo y encuentro coincidencias absolutas con los discursos de aquí. Al margen de los recordatorios a los héroes originales del sindicalismo, las proclamas invocan mayor seguridad en los entornos laborales y más derechos. En el capítulo de reacciones me quedo con la de una Cámara de Comercio que llama la atención sobre el hecho de que no hay una sola mención a la productividad. En una coyuntura diferente a la que cimentó el sindicalismo, los equipos –patronales y sindicatos- han intercambiado valores. Los segundos imitan el organigrama de los primeros; para los primeros el ideal sería disponer de comités de empresa propios e independientes a las macro organizaciones.
Este seguimiento de la actualidad británica lo hice desde el Algarve portugués, a donde me había desplazado para hacer algo sobre el aniversario de la desaparición de Madeleine. En los ratos libres merodeé la costa y encontré un sensacional contraste entre las poblaciones de Portimao y Alvor, apenas separadas por una decena de kilómetros. Si la primera ha adaptado el modelo benidornmesco, la segunda, igualmente colonizada por los brits, ha conservado y adornado su esencia de pueblecillo pesquero. Portimao ha edificado torres y torres de apartamentos y su nueva marina alinea restauración a la carta y exhibida con neones. Con más densidad de establecimientos, Alvor se ahumea por la noche con el pescado a la barbacoa, restaurantes italianos de énfasis pesquero y un suelo adoquinado que desemboca en un estuario con vistas a la Luna. El contraste es brutal. Con los mismos fines, los medios se diferencian. La distancia es de diez kilómetros.
Pero dejemos Portugal y Reino Unido y vamos a nuestros meollos. Un conocido mío dirige una empresa de publicidad y se precia de pagar 300 euros mensuales a sus empleados de diseño, a los que se refiere vulgarmente como “los creativos”. Se le van mes a mes, unos mejores que otros. No importa, hay mercado suficiente para mantener el sueldo. Quizás invierta algo para hacer más amigable una oficina que ya responde a los cánones de cualquier factoría de diseños. Atractivo el envoltorio, decimonónico el concepto.
La paradoja moderna más recurrente apela a que en tiempos de máximo acceso a la información la cultura general cotiza aparentemente a la baja. Desestimada la absorción íntegra y lineal, la sabiduría se dispersa y concentra, como las novelas nocillescas. De nuevo el mal de lo efímero, la frivolidad del picoteo frente a los usos de antaño, consistentes en digerir las piezas de cabo a rabo. Demasiado por abarcar para tener el tiempo de razonar el listín telefónico. Un niño hace más que piensa, o piensa mientras hace: todo ocurre demasiado deprisa para poder detenerse. Un juego permanente. Y qué es un ordenador, la herramienta global, sino un juguete.
No obstante, y tengo que insistir, la rueda no varía: todos queremos hacer dinero. O no: los creadores de la Office verdadera declinaron la oferta de perpetuar su serie, que se cerró en las dos temporadas previstas originalmente.
Guardería global. Qué mejor medio para realizarse que hacer lo que se desea. Y además jugando. Como Grondy y el Lego.
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