(Cantabile; gioccoso)
“Tres días hay en el año que brillan más que el sol; Jueves Santo, Corpus Christi y Domingo de Resurrección.” En esta época, que ha sustituido el catolicismo por otras religiones, hemos de decir que en España hay diecisiete días que relucen más que el sol, aunque no lo hagan simultáneamente en toda España (puede que pronto lo que queda de ella y sus nacionalidades confederadas). Uno de esos días extraordinarios es el 23 de abril de todos los años, fechan en que Castilla y León, esa región con historia y, sobre todo, con Estatuto de Autonomía (reformado recientemente) conmemora o celebra su nacimiento, que retrotraen, eso sí, a las cortes medievales, pues dejarlo en la Constitución del 78 sería amputarle su historia, y por supuesto hoy importa más la historia que el presente cívico. Así pues, regresamos a la Edad Media y sus Cortes estamentarias, previas a cualquier concepto de igualdad, libertad o democracia: Dios en lo cúspide de la pirámide, y después de él, bien ordenaditos para que nadie se salga de la fila, el Rey, los nobles, y el llamado pueblo llano o pagano de diezmos, sin derechos (pues lo que se presta o concede graciosamente no es derecho sino lismonilla).
Nada hay como poseer una historia, aunque eso sí, la historia se haya falsificado a lo largo del tiempo, la hayamos ido adaptando a nuestros intereses o hayamos hecho de hecha un “icono santo” en palabras de E. Hobsbawn, en una imagen sacralizada de lo que tuvo que haber sido y que configura un sentido simbólico de pertenencia al grupo: eso que llamamos identidad nacional (y que podríamos calificar también como grupal o de rebaño: el calor del establo, en otras palabras bien conocidas).
Segundo Movimiento
(Langsam und sehnsuchstvoll)
Tenemos una región, no hemos de ignorar eso. Imaginemos que no poseyéramos una identidad regional. ¿Qué seríamos sin ella? El estatuto nos ha concedido una serie de derechos y valores, ha ordenado nuestra historia, nos abre un camino para el futuro. Nos ha dotado de sentido existencial y nos ha proporcionado una psicología colectiva.
(Con forza espressiva)
Un estatuto, no lo olvidemos, en el que los valores fundamentales son el patrimonio artístico, cultural y natural. Mientras que en otras épocas y latitudes algunos elaboraron los valores cívicos, pues de eso hablamos, no del grupo ni de la tribu ni de la etnia ni de la historia, sino de civilidad (aquello que permite a las personas convivir como individuos en pie de igualdad). Y las virtudes cívicas no son el patrimonio cultural y mucho menos la flora, fauna y los accidentes geográficos y sus componentes geológicos. No. Las virtudes cívicas, recordémoslas una vez más, son prudencia, razonabilidad, tolerancia, respeto a la ley, libertad, igualdad, justicia, solidaridad, responsabilidad, profesionalidad y patriotismo. Podían haber escogido si no todas, algunas de ellas, pero prefirieron lo natural y lo cultural (que adorna mucho).
Todo nacionalista y regionalista es patriota. Todo ciudadano lo es también. Para las personas de inspiración republicana el valor principal es la forma de vida libre que la república permite. Para los nacionalistas, el valor primordial es la unidad espiritual y la homogeneización cultural del pueblo. Frente al nacionalista que destaca el elemento natural de sangre y tierra (los productos culturales y el patrimonio natural), la patria, para el ciudadano demócrata es el entorno humano de nuestro obrar y actuar libres.
El regionalismo no es un nacionalismo. No, técnicamente hablando, pero no deja de buscar la preservación de las características culturales de una población. En el fondo, no se aparta de la importancia a la cultura como expresión espiritual de una comunidad elegida y marcada a lo largo de los siglos. Es un nacionalismo débil, embrionario si se quiere.
No hay problema en tener una cultura propia ni tampoco en enseñarla. No hay más problema que la falsedad de la idea de cultura propia, cuando la cultura ni pertenece a nadie ni es tan homogénea que carezca de rasgos traídos de otros lugares. No hay originariedad absoluta; hay, a lo sumo, cierre de fronteras como consecuencia de la clausura de la identidad (clausura que se da cuando apelamos a la identidad colectiva que todos hemos de compartir sin que se permitan diferencias sustanciales). El problema reside en que se entiende por cultura una serie de aspectos normativos: lengua, derecho, historia, arte, régimen de propiedad de la tierra, que junto con las características naturales constituirían la nacionalidad diferencial. Una raza autóctona de vacas, de gallinas o de gorrinillos son excusa para marcar la diferencia entre las personas. Los derechos y tributos medievales, las instituciones premodernas (y por tanto, no democráticas) también sirven para justificar que haya diferencias entre personas por el mero hecho de habitar territorios distintos (¡Ah!, la igualdad de la Revolución Francesa y sus dignas continuadoras).
Qué felices somos con nuestra propia lengua, el leonés. Sí, lengua porque hemos perdido el concepto de dialecto, que implicaba una jerarquización necesaria y verdadera, pues un dialecto era un sistema de comunicación lingüística que carecía de independencia total por falta de desarrollo, principalmente semántico, pero también sintáctico. Hoy en día, eso no es así, y desaparecidos del mapa los dialectos, todas son lenguas. Y en Castilla y León, además de contar con el español, que hablan 450 millones de personas, tenemos el leonés, lengua familiar, eso sí, nada imperialista, y con la cual no nos entiende nadie si salimos de la provincia leonesa. Eso sí, el leonés es la lengua internacional de León (y pronto lo será de Castilla y León).
Tercer Movimiento
(Elegy; funeral march)
El 27 de agosto de 1789 la Asamblea francesa vota la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Se establece allí que la “libertad consiste en poder hacer todo lo que no dañe a otro”. Era una invitación a convertirse en ciudadanos, es decir, en personas iguales ante la ley y sujetos a las mismas responsabilidades públicas.
Junto con la Declaración se aprueban los Decretos de Agosto. Estos eran importantes porque se basaban en la presunción de que todos los franceses gozarían de los mismos derechos y estarían sujetos a las mismas leyes. Había acabado la época de los privilegios y de las excepciones. El artículo décimo dice: “todos los privilegios especiales de las provincias, principalmente condados, cantones, ciudades y comunidades de habitantes, ya sean financieros o de cualquier otro tipo, quedan abolidos sin indemnizaciones, y serán absorbidos dentro de los derechos comunes de todos los franceses”.
Más adelante Ernest Renan escribirá el famoso ensayo “¿Qué es una nación?” el ensayo no se entiende si dejamos de lado los Decretos de Agosto. Renan parte de la idea de la igualdad ciudadana y de la obsolescencia de los conceptos étnico y tradicional. De anda sirve basar la nación en las costumbres y en la etnia, pues las primeras pueden ser múltiples y no todas justas y las segundas también pueden ser varias y tener que convivir en un mismo territorio. Renan basa su concepto de nación en el olvido de las tradiciones y del pasado y en la unión en el presente más allá de cualesquiera particularidades culturales o naturales puedan darse. Es una concepción voluntarista, cuyas raíces, ya lo he dicho, se hunden en la Revolución Francesa. Fijémonos que los nacionalistas atacan, implícita o explícitamente, las ideas de Renan. Sin querer decirlo, pero llevándolo a la práctica día sí y día también, atacan un concepto, voluntarista, es cierto, pero basado en la eliminación de los antiguos privilegios creados por las diferentes costumbres y leyes antiguas. Como en algunos, por no decir todos, los nuevos estatutos de autonomía.
Cuarto Movimiento
(Maestoso)
Desde luego no es postulando identidades diferentes, aunque sean simplemente regionales, como podremos detener los pasos hacia el pasado oscuro, rancio y, desgraciadamente, nunca preterido por lo que se ve.
Hemos de proponer una única identidad, ni regional ni nacional. Será voluntarista, como muchos nos achacarán, y habremos de responder afirmativamente, señalando que toda institución humana lo es. No hay instituciones naturales, pues la sociedad no lo es. La mera proposición de una de ellas que sea natural implica no poder cambiarla ni eliminarla, pues ¿quién podría contra la fuerza de la naturaleza, que se regula así misma? Algunos quieren olvidar que toda construcción humana es artificial, basada en la prudencia, el consenso, y la experiencia, en los mejores casos, y en la locura megalomaníaca de unos pocos, en los peores.
(Chorale)
Acaso lo mejor sea proponer una identidad basada en la ciudadanía, en el simple hecho de ser personas, sin distinción de proveniencia social, geográfica, sexo de cada uno o condición social. Así fue desde los inicios de la Época Moderna (entiéndanlo como desde la Revolución Francesa).
Resulta curioso que el optimismo que surgió con la caída del Muro de Berlín, esté totalmente desfasado como consecuencia de los repetidos ataques a la idea del ciudadano, la soberanía individual y el cierre de filas en torno conceptos como el terruño, la mitología histórica de nuestros comienzos o el valor de la sangre.
La única salida, y es ardua y laboriosa, y no veremos resultados muy pronto, es el oponernos frontalmente a todas las identidades regionales, nacionales o cualquiera otra que clasifique y divida a las personas por cuestiones accidentales (o contingentes para los filósofos).
La cuestión está en si habrá alguien capaz de ello. Por los Estatutos aprobados en las Comunidades gobernadas por el PSOE y por el PP, sabemos que no podemos contar con estos partidos. ¿Será capaz UPD de superar el miedo, el posibilismo y la fuerza centrifugadora que tiene hoy en día la identidad regional en España y predicar que las Comunidades Autónomas sirven para descentralizar la Administración, pero que el énfasis que estas ponen en lo regional va en contra del concepto de ciudadanía? ¿Será capaz de echar un órdago no al actual sistema administrativo sino a la cultura de la identidad que nos gobierna en más de un sentido?
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Oído después del concierto:
- Esta sonata era un poco aburrida, floja y repetitiva, ¿no?
- Sí, es el problema del nacionalismo, que altera las hormonas, la adrenalina, apaga el sentido común, pero es siempre mediocre, no tienen sustancia de verdad y se repite más que la morcilla.
- ¿Y nos quedan muchos años de esto?
- Más de los que nos queremos imaginar.
Etiquetas: Garven
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