¡Otro plumilla que no sabe de lo que habla y que se ha retratado!
Una novela sin punto y final
Andrés Trapiello publica un nuevo volumen de «Salón de pasos perdidos»
Joaquín ARNAIZ
Una literatura es también, y quizá sobre todo, sus escritores/personajes. Y de hecho, una de las características de las vanguardias (que abrieron la modernidad con sus abrelatas irreversibles) es ese reconocimiento de que el creador es también su propio demiurgo. El hacedor y el fingidor de sí mismo y no sólo de su obra. Por ello, no podríamos entender la literatura española (en sus vertientes de poesía, narrativa, novela, ensayo, dietarios, edición...) sin la figura del leonés Andrés Trapiello. Puede ser que no haya estado casi nunca en el centro del espejo, allí donde se reparten los honores y las prebendas amén de los reflejos púrpura, pero siempre lo hemos encontrado en uno de los ángulos del cristal, con la palabra justa, la ironía de puñal florentino, la belleza de la prosa y la metáfora, con la sabiduría para ver más allá del sofá los ocultos macasares.
Y realizando, poco a poco, hilo a hilo, un escondido tapiz compuesto de libros de poemas (como sus primeros libros poéticos reunidos en «Las tradiciones»); sus novelas («Los amigos del crimen perfecto», premio Nadal 2003, «Al morir don Quijote», imprescindible y maravillosa novela sobre la muerte del mejor caballero, «La noche de los Cuatro Caminos»...) y, sobre todo, una impresionante labor como creador de un casi infinito diario/narración, algo bastante inédito en nuestras letras. Con el título general de «Salón de pasos perdidos. Una novela en marcha», lleva publicando desde 1990 quince volúmenes («La manía» es su último tomo publicado. Y están en preparación seis tomos más).
Un Mairena sin clases
«El Salón de los pasos perdidos» no es sólo un diario, un cuaderno de trabajo, un boudoir de relatos, observaciones y reflexiones, un Mairena sin clases ni alumnos, es un vivir la literatura: a veces, como en «La manía» se cuentan los trabajos preparatorios de algún texto (en el Archivo Militar, para los maquis recreados en «La noche de los Cuatro Caminos»); también los chismes y las puñaladas del mundo de la literatura actual. Umbral o Cela son claros; en otros casos hay que estar «en el ajo» para ver, detrás de las iniciales que suele usar A.T., a escritores torticeros, a editores ladrones, etc.
Trapiello es un caballero florentino, capaz de comprender y transmitirnos el desgarro de unas lágrima o la belleza ideal de la niebla en una mañana en el campo, pero también hacernos reír con una cruel caricatura o de buscar la verdad más allá de las dictaduras de izquierdas o de derechas, donde los crímenes no tienen ideología sino que sólo existen los cuerpos de las personas que son asesinadas y donde cada una tiene su historia, su horror, su traición y su valor: «El relato sólo podrá encontrar la salvación –alega– en la suma de los relatos de todos ellos, de unos y de otros, tratando de ponerse en el lugar de las víctimas y sabiendo que las víctimas fueron a menudo también verdugos». Historias, como el del maquis asesinado por órdenes superiores de su partido, y a quien sus compañeros bajan los pantalones para que parezca un crimen entre homosexuales. Un horror que no se limita a un color, sino que no sabe de víctimas y verdugos.
En este volumen de «Salón de pasos perdidos», el lector tendrá otra conversación con el escritor (a la sombra de Séneca, de Montaigne) y ambos, sentados ante un ventanal verán fluir nuestro tiempo engañoso y vano, pero el único que nos ha sido dado vivir, y caminarán por él, por sus trampas y vericuetos, hasta alcanzar ese laberinto de palabras que algunos llaman obra literaria, otros espejo en el camino, y muchos placer de la lectura.
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