Y aquí, para que también reflexionen un poco:
"Acaba de salir a las librerías Falacias de la izquierda y silencios de la derecha, de un servidor. He aquí el prólogo:
“Sobre la base de la sociedad reconciliada y próspera que legó la dictadura de Franco, sobre una alternativa de reforma y no de ruptura con cuarenta años de paz productiva, aun con restricciones a las libertades políticas, años tan distintos de los vividos por las dictaduras marxistas, se produjo en España la transición democrática. Pues bien, ¿cómo ha sido posible que en los cuatro años últimos se hayan invertido todas las bases de la convivencia en libertad implantadas en los años 1975-78, para entrar en una etapa de alianza entre el PSOE, los terroristas y los separatistas, de acoso a las víctimas del terrorismo, a la Constitución, a la Iglesia, a la libertad de expresión…? ¿Cómo ha sido posible poner en riesgo por enésima vez en la historia de España los beneficios alcanzados a tanto coste, y predicar como una virtud el enlace con un Frente Popular totalitario, que causó la guerra civil y la perdió muy merecidamente?
Podemos encontrar muchos factores para explicarnos tal involución, en particular el enorme predominio de la izquierda y los separatismos en los medios de masas y en la enseñanza a todos los niveles. Pero ese predominio, a su vez, no les ha caído del cielo a sus detentadores: les ha costado una gran dosis de esfuerzo, osadía y perseverancia, y aun así nunca lo habrían logrado si la derecha no les hubiera cedido el terreno desde el comienzo mismo de la Transición. La derecha procedente del franquismo, que no la oposición antifranquista, organizó la transición democrática. Lo cual quiere decir que fue posible evolucionar con normalidad desde una dictadura autoritaria a un régimen de libertades. Y lo fue porque aquella dictadura constituyó una réplica excepcional a una situación excepcional planteada por un movimiento revolucionario: Franco no derrotó a la democracia, sino a la revolución, pues el Frente Popular era un conjunto de partidos totalitarios o golpistas (y antiespañoles varios de ellos). Agotado el franquismo con la muerte de su líder, se abrió el camino a la normalidad democrática. Quienes menos derecho tienen a quejarse de la dictadura son quienes la hicieron inevitable (la alternativa, que también pudo triunfar en la guerra civil, habría sido incomparablemente peor). Y son precisamente los antifranquistas retrospectivos (pues en tiempos de Franco los antifranquistas algo activos éramos muy pocos) quienes protagonizan la actual involución: Josu Ternera, Ibarreche, Carod Rovira, Zapatero y su gobierno, Mas, De Juana Chaos, tienen en común su antifranquismo, su falta o escasez de identificación con España y su aversión a la democracia liberal. No por azar.
Pues bien, la derecha procedente del franquismo logró imponer su solución en 1976-78 frente al irresponsable rupturismo de una oposición que agrupaba por igual a comunistas, grupos más o menos terroristas, maoístas, democristianos, socialistas marxistas y menos marxistas. Y a continuación esa derecha triunfante renunció al combate por las ideas, asumiendo el supuesto, repetido últimamente por Rajoy, de que la gestión económica es lo único realmente importante, pues, cree él, de ella depende todo. Esta idea, que rechazaría el más tosco de los marxistas, se completaba con la invitación a olvidar el pasado para “mirar al futuro”. Pero el futuro es opaco y las pitonisas fallan más de lo aceptable. Con ello no solo reducían la política a niveles realmente pedestres, sino que dejaban a sus adversarios el control del pasado, es decir, la desfiguración del pasado a su conveniencia política actual, y les permitían socavar las bases mismas de su propia legitimación y de la transición.
Porque la izquierda, que ha recibido golpes tan duros y en principio demoledores como la caída del Muro de Berlín o la evidencia de sus “cien años de honradez”, ha podido sobrevivir a ellos transfiriendo su vieja legitimidad ideológica –el marxismo, ante todo–a la historia: era el pasado el que legitimaba a las izquierdas y los separatistas, pues en el enfrentamiento crucial de la guerra civil ellos habían defendido la libertad frente a los “fascistas”, los asesinos de la democracia, de quienes desciende la derecha en general y el PP en particular. Figúrense, los stalinistas, marxistas del PSOE, racistas del PNV, anarquistas, golpistas del nacionalismo catalán y de las izquierdas republicanas… ¡defendiendo la democracia todos juntos (aunque a menudo también se mataran entre ellos)! La falsedad es evidente, chocante, estridente, y sin embargo se ha impuesto en gran parte de nuestra sociedad, incluida la derecha. Un fenómeno tal, con tan graves repercusiones políticas actuales, solo ha podido producirse por una abdicación moral e intelectual casi inimaginable por parte de quienes debieran haber defendido la verdad.
Abdicación no del todo nueva en nuestra historia, pues una actitud similar llevó a la claudicación asombrosa que trajo la II República en 1931. La república, se dice, llegó por un golpe de estado y no por unas elecciones municipales, que además ganaron los monárquicos. Y es verdad. Pero el golpe de estado lo dieron los monárquicos, no los republicanos, al renunciar a su derecho y despreciar a sus propios votantes. Los monárquicos, en plena quiebra moral, hundieron la monarquía. Y ahora mismo la derecha futurista está colaborando, con su inhibición, al hundimiento de la democracia traída por ella misma hace algo más de treinta años.
En su época contemporánea, España ha pasado por tres períodos de unos 60-70 años, caracterizados por el intento de poner en pie un sistema de convivencia en libertad. Los dos anteriores fracasaron, y precisamente en sendas repúblicas, la de 1873 y la de 1931-36. Hoy nos hallamos ante otro momento de crisis, un nuevo desafío histórico del que la democracia española puede salir robustecida o hundirse en una nueva etapa de descomposición. De todos nosotros dependerá.
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