Literatura y autores intelectuales
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RAMÓN FERNÁNDEZ RAÑADA
La sentencia del 11-M presenta dos características principales que se complementan mutuamente: es extraordinariamente garantista en cuanto a las condenas, de forma que todo procesado sobre el que los magistrados entendieron que existía una mínima duda razonable con respecto a la comisión de un delito ha sido absuelto. Y es sumamente contundente al tratar los hechos probados, demoliendo una tras otra las distintas construcciones con que nos habían obsequiado a lo largo de estos más de tres años los teóricos de la conspiración -lo que, por cierto, no resultaba excesivamente difícil-. En los párrafos siguientes haremos unas consideraciones con respecto a esta segunda faceta.
Las teorías conspiracionistas como subgénero literario. Las teorías conspiracionistas sobre el 11-M tienen características comunes con un amplio espectro de narraciones que han llegado a formar un verdadero subgénero literario en que abundan textos defendiendo la presencia de alienígenas en la Tierra, la conexión de antiguos egipcios y aztecas para transmitir los secretos de la construcción de pirámides, la inexistencia del Holocausto, la dirección de la Historia por los templarios y tantos otros dislates.
En asuntos más actuales los hay que defienden que fueron los propios americanos los que destruyeron las Torres Gemelas y en su día fue muy popular la acusación a Roosevelt de haber sido cómplice de Pearl Harbour, en ambos casos con el propósito de meter a los EE UU en una guerra. También en Inglaterra florecen quienes no creen un pelo de lo que dice la Policía sobre el crimen de Londres.
En tal sentido los mecanismos mentales de los fabuladores sobre el 11-M no se diferencian gran cosa de los del autor de «El Código Da Vinci» o los guionistas de «Expediente X», y es que el atractivo principal deriva del placer que el usuario siente al protagonizar un thriller en que se reconoce como parte de una minoría de iniciados salvadores de la Sociedad. Su corazón late con fuerza al ver cómo día tras día los comunicadores van aportando nuevas pruebas acerca de la extensión y maldad de la conspiración y de la estolidez del resto de la Sociedad para enterarse de nada.
La única singularidad del caso del 11-M -aparte del evidente mal gusto de su aplicación en un caso con casi doscientas víctimas mortales- con respecto a la situación de Londres o EE UU es que aquí les haya prestado atención nada menos que el partido mayoritario de la oposición y algún periódico pretendidamente serio.
Receta para cocinar conspiraciones. Producir una de esas teorías no es difícil. Para ello basta con «analizar» un número lo más grande posible de datos heterogéneos relacionados con el 11-M -cuyo sumario tiene casi 100.000 folios- y cruzar sesgadamente entre sí los que más nos convengan, olvidando los restantes y obviando la mínima sistemática científica. Con ello y cocinándolos de forma adecuada se pueden crear constructos que pretendidamente expliquen todo aquello que su autor desee. Como la sentencia del 11-M dice al rebatir una de estas argumentaciones:
«... El argumento es falaz y parte de premisas falsas, con lo que la conclusión es, necesariamente, errónea. Como en muchas otras ocasiones a lo largo de este proceso, se aísla un dato -se descontextualiza- y se pretende dar la falsa impresión de que cualquier conclusión pende exclusivamente de él, obviando así la obligación de la valoración conjunta de los datos -prueba- que permita, mediante el razonamiento, llegar a una conclusión según las reglas de la lógica y la experiencia».
Cuando -como ahora- aparecen lo que parecerían dificultades lógicas insalvables, los autores recurren a razonamientos esféricos o descalifican a los desdichados sujetos que de una u otra manera proponen o crean los obstáculos. Ello resulta fácil dado el carácter conspirativo de la mercancía. Por ejemplo, en los textos sobre ovnis se indica que el Ejército prohíbe proporcionar información a sus miembros, por lo que los informes militares contrarios perderían todo su valor. En el caso del 11-M los miembros de la Policía científica o Tedax que digan algo contrario al constructo son automáticamente acusados de vendidos al Gobierno o algo peor, ya no digamos la Fiscalía o el Cesid. Con la Guardia Civil se procura tener una mayor contención, combinando los ataques individuales con alabanzas al cuerpo y recordatorios de que en todo organismo existen manzanas podridas.
Ahora bien: como las conclusiones que se desea alcanzar son absurdas, la realidad impone condicionamientos que obligan a los autores a ir forzando cada vez más las explicaciones y a aumentar la dimensión de la conspiración según van apareciendo nuevos datos. Así el juez Del Olmo, que era en un principio un hombre íntegro y fiable, fue, según iban apareciendo en la instrucción cosas que no gustaban, pasando a ser un hombre traicionado por quienes le proporcionaban la información y posteriormente un incompetente. Cualquiera que se niegue a seguir investigando chorradas es que tiene algo que ocultar, etcétera. Al juez Gómez Bermúdez, saludado inicialmente por los esoteristas como la Gran Esperanza Blanca que pondría finalmente los puntos sobre las íes, le toca comenzar ahora a experimentar un semejante proceso deslegitimador.
Otras características de los textos conspiracionistas. Hay otros factores adicionales que facilitan la creación de estos constructos que dependen, por lo general, en gran medida de ellos. Uno es el funcionamiento defectuoso en la vida real de casi todas las cosas cuando se las observa con cierto detalle, y en concreto de muchos organismos dedicados a controlar cualquier proceso. Si cuando algo sucede en un sitio -por ejemplo, la Guardia Civil de Asturias- ponemos una lupa sobre ello y describimos detalladamente las incoherencias, pequeñas corruptelas y errores que pasan por ahí y, acto seguido, las amplificamos, obtenemos una visión que puede resultar tan aterradora como poco significativa.
Otro es el hecho de que muchas cosas necesariamente no llegan nunca a saberse con exactitud. Los constructos esoteristas se ven muy facilitados cuando pueden articularse entre sí hipótesis ad hoc sin que sea posible demostrar con una seguridad del 100% su falsedad. Cosa obvia en un caso en que la mayoría de los autores se ha suicidado. En ese sentido se acaban construyendo hipótesis muy similares a lo que fue en su tiempo la teorización, en el debate de Newton y Huygens, de la existencia del éter para explicar la naturaleza de la luz y su comportamiento en el vacío, definido como un fluido con características tan especiales que no parecía posible que existiera un material, así -y efectivamente no existe nada parecido al éter-, pero cuya inexistencia no podía ser comprobada en aquellas fechas.
Otro punto interesante es el del carácter tautológico de una gran parte de la mercancía. Fijémonos, por ejemplo, en las trece bombas colocadas el 11-M. Las únicas dos posibilidades que estas pobres bombas tienen, cuando se las pone en funcionamiento, son la de no fallar y explosionar o la de fallar y no explosionar. Las bombas que no explosionan pueden ser posteriormente analizadas en detalle, pero, evidentemente, no han funcionado. Las que explosionan han funcionado, pero no pueden ser analizadas en detalle. En esas condiciones la bastante pedestre argumentación esoterista, implícita en la bolsa de Vallecas, consiste en suponer que necesariamente existen dos tipos distintos de bomba, por lo que el análisis de las que no funcionaron, que es el único posible, carece de validez. Añaden los esoteristas que lo que aparenta ser un fallo no es tal, sino la evidente constatación de que la bomba en cuestión había sido preparada precisamente para no funcionar por alguna mano negra que no es sino la de los famosos autores intelectuales del atentado, híbridos de ETA y PSOE. Nuevamente tropezamos con el inanalizable éter.
El mismo tono de sospecha se utiliza para crear la imagen de un inexistente conflicto al valorar las relaciones entre la Policía y el juez. En todas las situaciones prácticas en que un equipo técnico debe recopilar información, elaborarla y enviarla a un órgano director, éste requiere ocasionalmente datos complementarios sin que por ninguna de las dos partes se le dé mayor importancia, pero, para los investigadores esoteristas, cada solicitud de Del Olmo a la Policía de algo que no se le había previamente enviado supone la prueba de una ocultación que deliberada y maliciosamente se ha hecho con los fines que nos podemos imaginar. («LA POLICÍA OCULTÓ AL JUEZ DEL OLMO...»).
Sobre los pretendidos autores intelectuales. Cuando el atracador denominado «El Solitario» fue detenido en Portugal con las manos en la masa, nadie dijo: «Vale. Está detenido el autor material, pero ahora nos falta el autor intelectual». Tampoco ha sucedido esto en el caso de la «operación Pípol» o en las múltiples detenciones de tramas de atracadores de pisos o falsificadores de tarjetas de crédito provenientes del este de Europa. Remitiéndonos al yihadismo, no vemos en el Reino Unido partidos políticos que, una vez aclarada la actuación de los cuatro suicidas del metro de Londres, acusen de fracaso a la Policía ante su incapacidad para detener a unos hipotéticos autores intelectuales.
Tampoco en la amplia experiencia de juicios a comandos etarras se encuentran demasiadas indagaciones sobre los inductores del delito. En este último caso se supone que la voluntad de atentar deriva de su pertenencia a una banda terrorista, y lo mismo debería suceder con las cédulas yihadistas como la del 11-M. Es la atmósfera general del integrismo islámico la que actúa como inductor inicial de estas últimas.
A este respecto, siempre se ha supuesto que los terroristas tienen capacidad para ejecutar crímenes sin que nadie se lo ordene y que el terrorismo islamista en particular posee como característica especial su carácter descentralizado y nebuloso, sin estructuras estables y adaptándose a la realidad de la manera mas económica. Los expertos en terrorismo yihadista dicen que es precisamente esta extremada dispersión, capacidad de improvisación y ausencia de estructura estable lo que les hace más peligrosos.
Ello se añade a que, por su propia naturaleza, la inducción al crimen es algo muy difícil de probar. En nuestro caso parecen haber existido algunos inductores exteriores a la célula y más o menos directos dentro de ese mundillo yihadista, pero el tribunal no ha considerado suficientes las pruebas que al respecto le ha presentado la fiscalía. A ello se reduce la cuestión.
Entonces, ¿de dónde proviene ese entusiasmo en considerar esencial la búsqueda de estos fantasmales «autores intelectuales»? Si miramos hacia atrás veremos que la popularización del concepto se remonta al juez Garzón en su etapa de investigador de los GAL, en que supuso que lo hasta entonces descubierto era sólo una parte de una trama más compleja y conjeturó que en tal sentido existiría una «autoría intelectual» que podría llevar, escarbando hacia arriba, hasta un hipotético «Mister X» que para muchos podría ser el propio Felipe González.
Ésa ha sido, en mi opinión, la razón de la introducción en el caso del 11-M del término autores intelectuales, pero si bien en el caso de la «guerra sucia» contra ETA -tanto en su fase pre-Gal, bajo los gobiernos de UCD, como en la fase GAL, bajo el del PSOE- había un claro camino que seguir que justificaba la utilización del término, con respecto al terrorismo islámico nadie ha sido capaz de encontrar un solo indicio sobre la existencia de algo similar, por lo que la insistencia en la utilización del mismo se asemeja demasiado a excusas de mal perdedor.
Consecuentemente, las especulaciones sobre la autoría intelectual, en particular, y la conspiración, en general, continuarán alegrándonos la vida porque el mercado es amplio y los intereses de todo tipo aún mayores, pero si hasta el presente nadie ha sido capaz de pergeñar una versión de los hechos alternativa a la sancionada judicialmente, en el futuro será cada vez mas difícil.
En efecto, desde la sentencia ya no se puede culpar a ETA, ni acusar de falsificación de pruebas, ni hablar de Titadyn ni de conspiración policial. A partir de este momento patochadas como las de la «Orquesta Mondragón» o la del ácido bórico perderán el escaso respeto que aún tenían y se irá haciendo progresivamente evidente hasta para el más inocente que la supuesta autoría intelectual es sólo un pretexto para seguir haciendo ruido e insultando al presente Gobierno.
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