Una lectura política de la desaparición de Época Navarra.
La noticia de la desaparición, en pleno verano, del semanario Época Navarra, versión ampliada regional de la histórica cabecera política del Grupo Intereconomía, apenas ha sido valorada en los medios de comunicación locales.
Adiós, Época Navarra.
Conforme la interpretación más extendida, esta medida de ahorro respondería a la estrategia empresarial, de este dinámico Grupo, empeñada en un nuevo ambicioso proyecto; acaso, el lanzamiento de un diario de ámbito nacional.
En todo caso, esta casi irrelevante incidencia mediática también debe ser analizada desde una perspectiva política.
No fueron pocos los que interpretaron su aparición, allá en mayo de 2006, como una operación con fecha de caducidad. Su mirada estaría marcada por la no demasiado lejana convocatoria de unas elecciones forales y municipales que se entendían, ya entonces, como decisivas. Así, la posibilidad de captación de nuevos anunciantes para el Grupo, junto a la supuesta existencia de una opinión pública muy preocupada por su futuro político, habría empujado a sus directivos en su cesión final. Ello se materializó mediante la creación de una pequeña redacción en Pamplona, y una audaz campaña de lanzamiento en la que se invocaban los ideales de la mayoría constitucionalista de Navarra, frente al activismo del nacionalismo abertzale: el célebre “Muévete. Ellos lo hacen”, junto a una ilustrativa fotografía que retrataba a diversos dirigentes abertzales puño en alto.
Se celebraron tan esperadas y temidas elecciones… y ya sabemos qué sucedió desde entonces: un espectáculo político tan bochornoso como decepcionante.
¿Acaso no leen los navarristas?
Pero, ante semejante contexto, ¿no habría sido lo natural que una publicación como Época Navarra fuera sucesivamente “devorada” por tantos ciudadanos expectantes?
Navarra alardea de ser una de las comunidades españolas con mayor índice de lectura de diarios. Y de libros. Es cierto.
¿Cómo es posible, entonces, que una publicación política especializada fracasara, y más cuando la demanda debiera ser muy superior a la propia de momentos más apacibles? Seguramente, y salvo que juzguemos a Época Navarra como un producto que no supo proporcionar los contenidos que los lectores aguardaban, deberemos considerar la posibilidad de que esa premisa sea falsa; lo que nos llevaría a entender que la opinión pública de centro-derecha, en buena medida, carece de inquietudes y formación política (¡!).
Pero el que una opinión pública no esté formada políticamente no es únicamente responsabilidad de sí misma. También lo es de los propios medios de comunicación y, especialmente, de los partidos políticos.
Durante unos cuantos lustros, a causa, en parte, del descrédito ganado por un sector de la clase política española, junto a otras circunstancias socioculturales complejas, los partidos políticos del centro-derecha español rebajaron ciertas dimensiones ideológicas de sus expresiones organizativas y discursivas. Además de perder arraigo popular, por mucho que hablen de cientos de miles de afiliados, se transformaron gradualmente en estructuras movilizadas casi exclusivamente con motivo de las diversas convocatorias electorales; rehuyendo verdaderos debates políticos internos... no terminaran surgiendo tendencias organizadas pues, ya se sabe, ¡cómo terminó la UCD! Así, sus afiliados no pudieron beneficiarse de una formación política que fuera más allá de fáciles lemas y consignas electorales, careciendo además de cauces adecuados para una actividad política “a pie de obra”; lo que también redundó en una despolitización casi generalizada de los sectores sociales afines. Navarra no fue, en ello, una excepción.
Pero, al existir tales espacios libres, fueron otros -una pretensión democrática y legítima, en cualquier caso- quienes trataron de cubrir los huecos existentes: algunas entidades del incipiente movimiento cívico de resistencia, determinados medios de comunicación muy politizados (pensemos en ciertos espacios de Cadena COPE y Libertad Digital), y muy concretas entidades de marcada vocación metapolítica (FAES, GEES…). En buena medida lo lograron, formando y encauzando especialmente a minoritarias capas sociales afines ya predispuestas.
Unión del Pueblo Navarro: casa común del navarrismo.
Debemos realizar, ahora, una pregunta muy relevante. Ya que hablamos de Navarra, y como “casa común” del navarrismo, ¿qué formación política ha proporcionado Unión del Pueblo Navarro a sus afiliados y simpatizantes? Sus juventudes, ¿trabajan con el objetivo de ganar espacios sociales o para garantizarse un hueco en la categoría de políticos profesionales? Los dirigentes de UPN responsables de la apertura del partido a la sociedad y en el impulso de nuevos movimientos sociales, ¿han cumplido su papel o lo han apartado, tal vez más preocupados en garantizarse un puesto retribuido y gratificante?
Debemos destacar, ahora, otra circunstancia en parte paralela a la apuesta de Época Navarra.
Allá, por la primavera pasada, se inició un movimiento organizativo en torno a la denominación Ciudadanos de Navarra. De modo un tanto confuso, apelando veladamente al novedoso y entonces impactante partido de Albert Rivera, Ciudadanos de Cataluña, celebraron diversas reuniones, instalándose una web, diseñando un logo atractivo, emitiendo algunos comunicados públicos… logrando suscitar la curiosidad de varios cientos de navarros interesados en ese creciente fenómeno que reclamaba una renovación política; sumándose, en el caso navarro, una gran preocupación por el futuro inmediato de la Comunidad. Su indefinición posterior, falta de iniciativas, la reiteración de reuniones en las que se repetía la necesidad de “hacer algo” sin que llegara a concretarse casi nada, fueron secando el fenómeno.
Ese agotamiento, para algunos, fue la confirmación de su previsión inicial: únicamente se trataría de un movimiento interesado en la suma de apoyos electorales a UPN procedentes de antiguos votantes de otros partidos (CDN y PSN); a la vez que se estrangulaba la posibilidad de que se extendiera a Navarra el incontrolable fenómeno de Albert Rivera. Unas pretensiones legítimas –hablamos de política- pero que, dado el letargo actual de Ciudadanos de Navarra, desvela la incapacidad de algunos de los estrategas de UPN para el diseño de instrumentos ciudadanos de participación y movilización que trasciendan los cortos y estrechos cálculos de corte electoral.
Recordemos, por otra parte, que no es la primera vez que en el seno del navarrismo se frustran lo que pudieron ser interesantes iniciativas sociales.
Unas iniciativas necesarias de la mano de Jaime Ignacio del Burgo.
A partir de finales de 2001, el veterano dirigente de UPN Jaime Ignacio del Burgo impulsó diversas iniciativas, con una lúcida perspectiva de futuro, consciente de la necesidad de dotar al navarrismo de unos instrumentos socio-culturales que, tradicionalmente, ha carecido.
La primera de ellas fue la constitución, en octubre de ese año, de la Sociedad de Estudios Navarros, una entidad a modo de think-tank navarrista, con la que se cubriría el ámbito cultural y de la investigación sociológica e histórica de Navarra.
En segundo lugar, con la revista mensual Navarra en marcha se pretendía vulgarizar los conceptos básicos del navarrismo, así como el sostenimiento e impulso de la opinión pública afín, poco dotada de instrumentos conceptuales y culturales; una labor a la que contribuiría, en tercer lugar, Laocoonte editorial, entre cuyos objetivos figuraba la edición de diversas investigaciones historiográfica, sociológica, etc., de alcance.
Las tres iniciativas se agotaron pronto; resistiéndose la SEN a morir, de modo que todavía en 2006 se realizaron algunas actividades bajo su amparo. Seguro que si un día Jaime Ignacio del Burgo se anima a relatar todo lo acaecido, en torno a estos asuntos, nos relevará episodios muy jugosos.
Así, y visto todo lo anterior, aparentemente con la desaparición de Época Navarra nos encontramos con un nuevo capítulo de esa especie de “alergia” navarrista a la formación política… ¿y al compromiso militante?
Editar libros navarristas: un acto heroico.
Una par de anécdotas complementarias.
En Navarra aparecen, esporádicamente, diversas editoriales que lanzan numerosos títulos al mercado desde una perspectiva marcadamente nacionalista vasca. Y los encontramos en muchísimos puntos de venta, ferias diversas, en todas las librerías públicas; siendo motivo de orgullo, y manifestación de su compromiso político, su adquisición por la militancia abertzale navarra.
Por el contrario, editar un libro navarrista es una verdadera carrera de obstáculos. Fue el caso de la reedición del libro de Víctor Pradera (Bilbao, Grafite, 2003) Fernando el Católico y los falsarios de la historia; una obra clásica y decisiva en torno a la veracidad de las raíces históricas del navarrismo.
Otro caso más reciente: el del libro escrito por el concejal de UPN de Leiza Pello Urquiola, Nere hitze bertsoatan (Mi palabra en bertsos), editado por Sahats en la primavera última.
En ambos casos no puede afirmarse, precisamente, que encontraran facilidades desde instancias oficiales, supuestamente afines. Y la difusión de ambos corrió a cargo del entusiasmo y el compromiso político de unas pocas personas que invirtieron tiempo y dinero, sin afán de protagonismo alguno; lo que para algunos profesionales de la política es incomprensible.
Con todo, encontramos aspectos positivos.
Internet, donde existe mayor libertad y posibilidad de acceso a modernos cauces difusores de los contenidos más variopintos, viene acogiendo diversas iniciativas mediáticas, de alcance muy desigual, que están incidiendo gradualmente en la opinión pública más comprometida. Así, Navarra Confidencial, Navarra Liberal, Reportero Digital Navarra, las interesantes iniciativas vocaciones blogueras que ha amparado el segundo, las webs de diversas entidades ciudadanas navarras, el blog “de culto” Ruta Norte publicado casi a diario en El Semanal Digital, etc., vienen configurando un espacio creciente, de pluralismo y libertad, que no rehuye ni los ideales ni los compromisos concretos.
El navarrismo y su futuro.
Todas estas circunstancias evidencian, pensamos, que el navarrismo en su conjunto debe realizar una realista y generosa autocrítica. Ciertamente, UPN ganó las elecciones, consiguiendo unos buenos resultados. Pero lo posibilidad de pasar a la oposición, en unos meses o en unos años, ya no puede desdeñarse. UPN, entonces, ¿seguirá apoyándose, sustancialmente, en la “venta” de su gestión económica? Y, aunque se mantenga en el Gobierno, ¿permanecerá expectante ante la larga batalla cultural que, por el cambio de las mentalidades y finalmente, por el cambio político, ha sido desplegada por el nacionalismo vasco?
El navarrismo, para afrontar el futuro, debe encarar y estar presente en esas dimensiones que, por los motivos que sean, pero que sería imprescindible analizar con rigor, ha abandonado en gran medida.
La lucha cultural (investigación, difusión), la formación de activistas socio-culturales, el impulso de nuevas entidades cívicas sin pretender su instrumentalización, la formación política y el encuadramiento de militante y simpatizantes, el apoyo sin complejos a medios de comunicación afines, la movilización cotidiana, etc., son dimensiones decisivas que todo partido político realista debe desarrollar. Y más cuando en su ámbito territorial e histórico operan, con bastante éxito por cierto, partidos y movimientos sociales que persiguen con entusiasmo y convicción un cambio histórico rupturista y sectario.
Fernando José Vaquero Oroquieta
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