La comunicación. Sucedió en un congreso internacional de hace muchos años en Sevilla, uno de los primeros a los que acudí con una comunicación. Organizado por una asociación internacional, con asistentes de diversos países europeos y un cierto contingente de americanos, del norte y del sur, las lenguas de trabajo eran tres: el inglés, el francés y el español; el último por deferencia a la ciudad que los acogía, pero también por el interés de la asociación, que trataba de incorporar nuevos socios y extenderse a Latinoamérica. Si no recuerdo mal, fue en una de las últimas tandas de comunicaciones de la tarde: el penúltimo comunicante, un joven investigador de Portugal, pidió permiso al público para dar su charla en portugués, pues pensaba que hablando pausadamente lo entenderíamos mejor que en su mal inglés y así lo hizo. Cerraba la sesión un profesor catalán que se acogió de inmediato al precedente del portugués. Aunque tenía previsto hacerlo en castellano, si se permitían excepciones, él prefería hacer su exposición en catalán. Y a ello se puso. Algunas personas del público, mayoritariamente local, se levantaron en seguida, otros fueron saliendo después, mientras el comunicante proseguía imperturbable su lectura. Cuando concluyó, en la sala quedábamos tres o cuatro personas. No sé si también permanecieron sentados, como yo, por timidez o por un sentido de la cortesía mal entendido. Quizá alguno se enteró de la comunicación.
La falacia. En el pleno del Congreso del 9 de marzo de 2005, en respuesta a las preguntas de los portavoces del PNV y de ERC, el presidente del gobierno se mostró partidario de realizar cambios en el reglamento de
Redes. ¿Para qué serviría un teléfono si nadie más lo tuviera? La utilidad de una lengua es como la de la red telefónica: es más útil cuanta más gente la usa. Pero a diferencia del teléfono o de las carreteras no se colapsa porque la utilicen muchos usuarios. Al contrario, el número de usuarios no resta atractivo a la red, sino que lo incrementa. Networks externalities lo llaman los economistas.
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El pin. Dice Laponce que las lenguas pueden usarse como un pin, esas insignias que se ponen en la ropa como adorno. No puedo evitar pensar en esos locutores de radio que saludan con “Egunon”, “Bon dia”, “Agur”, seguramente las únicas palabras que conocen en vasco o catalán. Pero también los países se ponen pin y a veces se los cuelgan en
¿Debemos aprender chino? Más de una vez se ha dicho en el nickjournal que deberíamos ponernos a aprender chino o que el chino es la lengua del futuro. Como todo el mundo sabe, es difícil hacer predicciones, sobre todo del futuro (tan vasto), pero en este caso hay poco riesgo: la lengua del futuro previsible es el inglés, como demuestra el hecho de que es el idioma que la gente está aprendiendo o quiere que sus niños aprendan como segunda lengua, si no la tienen como primera, en todo el mundo. ¿Por qué entonces nos invitan a aprender mandarín estándar? Quienes lo hacen están pensando que se trata del grupo de hablantes nativos más numeroso que existe (1). Su razonamiento sería el siguiente: cuantos más hablantes tiene una lengua, mayor es su valor comunicativo; las personas no aprenden otras lenguas al tuntún, sino atendiendo a las oportunidades de comunicación que ofrecen; luego, siendo el chino el idioma que cuenta con más hablantes, es la lengua que deberíamos aprender. También me he encontrado con quien usa este argumento para darle la vuelta, como una suerte de reducción al absurdo: como es obvio que la gente no se ha puesto a aprender chino, eso demuestra que el valor comunicativo no es lo que más importa en las lenguas. Me parece que en ambos casos hay una idea confusa del valor comunicativo de una lengua.
Es indudable que una red extensa, con muchos usuarios, ofrece mayores posibilidades de comunicación que otra de menor tamaño. Pero si hacemos caso al sociólogo holandés De Swaan, habría que considerar, además de la extensión, otra dimensión de la red: su centralidad. Ésta depende de lo bien comunicada que esté con otras redes, a través de hablantes bilingües o multilingües. Una lengua X será más central cuando más hablantes de otras lenguas la conozcan, permitiendo que los usuarios de esas redes menores (digamos los miembros de Galeusca) se comuniquen entre sí por medio de X. Si el valor comunicativo de una lengua es el resultado de multiplicar los dos factores (extensión y centralidad), entonces no cabe duda de que la posición del inglés, el idioma hipercentral de nuestro tiempo, no admite comparación con el chino: aunque éste doble al inglés en número de hablantes nativos, se calcula que hay más personas aprendiendo o hablando inglés como segunda o tercera lengua en todo el mundo que hablantes nativos tiene el chino. Con ello no quiero disuadir a nadie de aprender chino, una lengua cuyo valor se incrementará por obvias razones demográficas y por el peso cada vez mayor de China en la economía mundial, pero que está muy lejos de desbancar al inglés como lingua franca internacional. De hecho, todos los chinos que están aprendiendo inglés no hacen otra cosa que reforzar esta supremacía.
(Escrito por schelling)
(1) Obviando, por cierto, que el mandarín estándar bien puede considerarse también una lingua franca para los hablantes de diferentes dialectos/lenguas; de hecho putonghua (como se le denomina en
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