Carceleras
POR JON JUARISTI
EMPIEZA mi relajo veraniego en el Puerto de Santa María, trasegando unas cervezas en compañía de mis queridos Luis Suárez Ávila y Enrique García-Máiquez, inmenso poeta, mientras hablamos de los Fernandos de antaño (Tercero el Santo, Villalón y Quiñones) y de otros asuntos de relevancia cultural, como el regreso de José Tomás o la última novela de Aquilino Duque. A mí el Puerto me parece lo más refinado de la civilización occidental y que Alá me lo preserve de alianzas. Por la noche, se nos une José Luis Alonso de Santos, y, de la alianza de civilizaciones, la conversación, siguiendo un vericueto lógico, salta a Carmen Calvo. José Luis, una de las primeras víctimas de la Hija de Cabra, musita risueño que le agrada comprobar cómo el tiempo te resarce de la arbitrariedad sectaria y pone las cosas en su sitio: «Ahora ella es sólo Carmen Calvo, y yo sigo siendo José Luis Alonso de Santos». Claro y conciso: Alonso de Santos sigue siendo Alonso de Santos y Juan Manuel Bonet sigue siendo Juan Manuel Bonet. Cuando Carmen Calvo ha terminado de reducirse a su verdadera estatura, resulta escandaloso pensar que hace tres años se le toleraran ultrajes administrativos a personalidades de la talla de Bonet y Alonso de Santos.
Pues bien: Carmen Calvo ya es sólo Carmen Calvo y nada más -horror- que Carmen Calvo, y, por el contrario, Loyola de Palacio será siempre Loyola de Palacio, tal como en ella misma la eternidad la cambia. Inmune a los ultrajes de la basura resentida, Loyola sigue siendo lo que fue: alguien cuyo nombre honraría cualquier beca y cuya existencia ha dignificado a la humanidad. A nadie se le escapa que la miserable maniobra de los europarlamentarios socialistas Martínez y Valenciano contra la memoria diamantina de Loyola de Palacio responde a un intento de distraer la atención del balance de la gestión ministerial de Carmen Calvo. Un truco estúpido e inútil. Loyola no necesita defensa, y a los socialistas no hay quien los defienda de la internacionalización deliberada e insistente de su propia necedad. Como Loyola de Palacio no era una imbécil notoria ni una nulidad académica, nunca tuvo que vestirse de mamarracho ni convertir sus cargos políticos en pretexto continuo para la gamberrada zafia y espectacular. Hay quien se toma sus responsabilidades públicas en serio, con discreción y espíritu de servicio, y quien las aprovecha para conseguir su trienio warholiano de gloria mediática, hasta transformarse en un personaje de Gran Hermano. En estos casos, y a pesar de lo que diga la Elena Valenciano de turno, ni siquiera hace falta tiempo para poner las cosas en su sitio.
Carmen Calvo debería seguir dando el cante. Es lo suyo, y ahí le auguro un porvenir fastuoso. Podría probar con las carceleras del Puerto. Por ejemplo, con aquélla que reza «sentinela, sentinela,/ tú has tenío la curpita/ de que pase la noche en vela», y que constituye un resumen tan exacto de su paso por el Ministerio de Cultura. Mi amigo Luis Suárez Ávila, que, además de otras muchas virtudes que le adornan, posee la de ser uno de los grandes estudiosos de la poesía andaluza de tradición oral, torcería el gesto ante esta recomendación, porque Carmen Calvo es muy capaz de cargarse incluso lo que queda de auténtico cante jondo. Hay en el primer verso de la citada copla, como bien sabe Luis, una fórmula viajera, una joya de la tradición que no merece ser triturada por una adicta al hip-hop. El Puerto de Santa María es un reducto del genio poético de nuestra lengua. La cuna del romancero gitano-andaluz, que aún pervive en el repertorio de algunos cantaores locales. Sobre el Puerto gravitan las sombras augustas de extraordinarios poetas, desde Diego de Valera hasta José Luis Tejada, pasando por Rafael Alberti. Tradición local y universal, popular y culta, que ayuda a entender el milagro de la poesía de Enrique y Jaime García-Máiquez. Y, en fin, a propósito de poetas, qué afortunado César Antonio Molina. Jamás dejaron a ministro alguno el listón tan bajo.
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