Cuando pensamos en lo que pasará, lo valoramos según nuestra percepción de hoy y decimos: los próximos cien años progresaremos técnicamente, mmm, bueno, quizás el ummm, doble que ahora. La realidad es que los próximos 100 años pueden ser equivalentes a 20.000 años de progreso, al ritmo –a la tasa de cambio- de hoy.
Pensar en los crecimientos no lineales es contra-intuitivo, recordemos el premio que pidió al emperador chino el inventor del ajedrez: un grano de arroz por la primera casilla, el doble (2) por la segunda, el doble (4) por la tercera y así hasta las 64 casillas del tablero. El emperador le concedió la que entendió razonable y sencilla de cumplir petición. Hay dos versiones que difieren respecto al final: cuando en la casilla 32 el emperador ya le debía más de 4 billones de granos de arroz, pagar la lección en funciones exponenciales le llevó a la quiebra en la sesenta y tres-ava duplicación, pues el regalo era de 18,4 millones de trillones de granos (2 superficies terrestres, océanos incluidos). La otra versión dice que le cortó la cabeza al inventor en la casilla 33.
Cuando pensamos en el progreso científico-tecnológico, sea cual sea su crecimiento, la tendencia psicológica es adaptarnos al ritmo presente y convertirlo en la base de nuestras proyecciones, estamos recién acostumbrados a mejorar con el tiempo y si decimos: necesitaremos cien años para disponer de nano-robots auto-replicantes, nos fiamos de nuestro conocimiento actual y proyectamos –linealmente- hacia el futuro. Para nuestro sistema sensorial, cualquier curva a una escala cercana parece una recta. Estas linealidades, siempre favorecen a dogmas como que la Tierra es plana o que el mundo se creó hace seis mil años. En realidad, cien años de progreso al ritmo actual, exponencial, se pueden conseguir en 25 años-calendario.
El cambio exponencial se aplica a todas las tecnologías, si entresacamos algunos datos del magma informativo que producimos a diario, todo está acelerado: desde el análisis del genoma humano, los procesos informáticos, la velocidad de transmisión, la miniaturización, el número de patentes... la capacidad de comunicación inalámbrica se dobla cada 10-11 meses, los dispositivos electro-mecánicos los reducimos por un factor de 5.6 veces en cada dimensión cada diez años. Secuenciar el genoma humano era una tarea que en 1.990 no sabíamos en qué siglo lograríamos terminarlo: ya está hecho. En 1978, en Cal Tech, Richard Dickerson afirmó que descubriríamos las estructuras cristalinas de las proteínas según una función exponencial; eso daba 14.201 estructuras en 2002, la cantidad final en la base de datos Protein Data Bank fue de 14.250. El número de nodos de internet, pasó de 20.000 a 80.000 en dos años a mitades de los ochenta, diez años más tarde, cuando pasamos de 20 millones de nodos a 80 millones de nodos en otros dos años, empezamos a darnos cuenta.
Pierre Teilhard de Chardin en El Fenómeno Humano, ya distingue entre Geoesfera/Geogénesis de sustrato químico, Biosfera/Biogénesis de sustrato biológico-genético y Noosfera/Noogénesis de sustrato memético/tecnológico. Si nuestra visión se centra en el contenido informativo del progreso humano, tenemos al núcleo de nuestra cultura genética grabada en el ADN, que condiciona nuestra capacidad cerebral: un tiempo congelado; encima de ella una cultura social, de lugares comunes, de memoria colectiva y tiempo lineal; y en la capa externa y reciente una cultura matemático-científica, que vive inmersa en el tiempo exponencial.
El tiempo acelerado es resultado de la evolución. Nos tomó billones de años pasar de la materia inerte a la vida: la célula, el paradigma biológico, donde el ADN proveyó de un sistema (de base digital) para reproducir los cambios evolutivos. Tomó decenas de millones de años otro cambio de paradigma, la evolución de las especies con un dedo oponible que introdujo la tecnología. Los humanoides nos desarrollamos en un período de millones de años, el Homo Sapiens sólo en miles de años. Los primeros humanos con la rueda y el fuego pocos cambios tecnológicos apreciaron; ya en los alrededores de 1.000 a.c. los cambios tomaban cien años, en el siglo diecinueve (iniciamos la revolución industrial) vimos más cambios tecnológicos que en los nueve siglos anteriores, en los primeros veinte años del siglo XX, más que en todo el siglo anterior.
Ahora, cada pocos años tenemos un nuevo acelerón: la World Wide Web sencillamente no existía hace diez años, este Nickjournal por ejemplo era un no-nato. ¿Será el próximo paradigma la transformación del pensamiento biológico a un híbrido biológico/no-biológico, basado en una ingeniería inversa del cerebro? Roger Penrose mantenía la imposibilidad de computar el pensamiento al pensar que los micro túbulos neuronales mantienen procesos cuánticos; aún si así fuera, lo que no sabemos es cuál es el nivel de borrosidad en que la memoria mantiene nuestra identidad.
El matemático Stanislaw Lew, parafraseó a John von Neumann al decir que “la aceleración continua del progreso tecnológico parece acercarse a una singularidad esencial en la historia de la raza, más allá de la cual los asuntos humanos como los conocemos, no podrán continuar”. La realidad de una singularidad, un punto de ruptura en que el conocimiento científico-técnico se acelere hiperbólicamente y que algunos autores prevén entre los años 2.025 o 2.120, plantea la cuestión básica, no se trata ya de discutir sobre el control de las tecnologías y sus riesgos sobre nosotros y el medio, sino cómo mantendremos nuestra Humanidad, ¿avanzando o retrocediendo en una Era Acelerada? El ser humano está vinculado a nuestras limitaciones y a nuestras habilidades para auto-limitarnos y este inmediato cambio de escala en el conocimiento técnico-científico lo pone en cuestión; el efecto mariposa de cualquier error amplificará rápidamente sus consecuencias y si nuestra capacidad de reacción sólo es lineal, no llegamos a tiempo.
Dice Popper que el progreso histórico no está garantizado y la libertad y los valores que conforman las sociedades abiertas frente a las tribales los podemos perder mañana. El péndulo de la historia (y en España sabemos mucho de péndulos) nos puede enviar a otra Edad Media. ¿Nos liberará nuestra tecnología, o nos esclavizará? La respuesta no está fijada: depende de nuestra voluntad y esfuerzo, consciente y vigilante. La decisión es nuestra.
Uno esperaría de sus más visionarios políticos e intelectuales propuestas claras sobre la gestión del tiempo exponencial en que vivimos, las posibilidades de la ciencia nunca han sido tan potentes, la globalización mundial más rápida y la ruptura digital más aguda: nunca tanta gente ha entendido tan poco sobre tanto que ofrece el mundo tecnológico ni nunca tendrán tan pocos tanta capacidad de impactar sobre todos los demás. Y aquí en nuestros lares seguimos en el tiempo congelado.
Gráficos y referencias: The Singularity Summit | Stanford University
Etiquetas: bose-einstein
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