PREGUERIAS
Amnesia corporativa
VICTORIA PREGO
El Cuerpo tiene mala memoria. Por lo menos la tienen muy mala muchos agentes del Cuerpo que declararon en torno a la mochila de Vallecas, ésa de la que seguimos sin saber de dónde salió, quién la recogió y quién la metió en las grandes bolsas que luego fueron llevadas a la comisaría para hacer allí el inventario de los objetos rescatados de los trenes.
El día de ayer se dedicó casi por entero a seguirle el rastro a esa mochila repleta de explosivos que no llegó a estallar y que constituye la prueba fundamental para establecer la responsabilidad del 11-M. Ya no se trataba de encontrar a alguien que garantizara que había sido sacada de alguno de los vagones de la estación de El Pozo: ninguno de los responsables de recoger los enseres desperdigados en ese tren reconoció haberla visto, eso ya había quedado claro el lunes. Así que, por ahí, no había muchas esperanzas. Se intuía que íbamos a seguir sumidos en el misterio más absoluto. Un misterio capital porque, insisto, de esa mochila sale el hilo que lleva a los presuntos autores de la matanza. Pero no. Lo que ayer se intentaba averiguar era si en algún momento del viaje que todas esas bolsas con enseres de El Pozo hicieron por Madrid, alguien pudo meterla en una de ellas. Porque de algún sitio tuvo que salir.
Y resultó realmente extraordinario el incontable número de veces que los funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía respondieron a las preguntas de los letrados con un «no me acuerdo». Impresionante. No se acordaban de casi nada. Ni de la mochila, ni de lo demás. Por no recordar, ni siquiera las funcionarias que acudieron el 26 de marzo a la guarida de los islamistas en Morata de Tajuña a inspeccionar el sitio, se acordaban de si los perros habían detectado la presencia de explosivos. Ojo, que esa inspección se hizo 15 días después de la matanza, así que la Policía sabía muy bien a lo que iba allí. Pues que no se acuerdan, dicen. Al final ya pareció que no, que el perro no había dado la señal de aviso, pero tampoco eso era muy seguro, así que «no le puedo concretar», dijo la declarante.
Hubo dos excepciones en la tarde, que fueron los dos policías, una mujer y un hombre, que descubrieron la famosa mochila explosiva cuando estaban haciendo el inventario de aquellos enseres -el primer inventario que se hizo en todo el día, por cierto- en las dependencias de la comisaría en la que estaban destinados. Ellos sí se acordaban. Pero los demás, los que la cargaron, los que conducían las combi, los que traían y llevaban la mercancía, incluido el explosivo que nunca iba a estallar porque tenía los cables desconectados, no fueron capaces de recordar ni el número de bolsas que metieron en los coches, ni el modo en que habían sido cerradas, ni el nombre del miembro de la Policía Científica que se hizo cargo en Ifema, porque tampoco se acuerda el interesado de si se recibió orden de entregar la custodia a alguien en concreto.
Es verdad que el traslado de los objetos de un lugar a otro de Madrid se encargó a policías muy jóvenes, algunos de ellos en prácticas. Nada que reprochar a eso. Lo que sí es reprochable es que unos funcionarios de un cuerpo como el de la Policía, cuyo destino inexorable es participar en episodios conflictivos que, en su inmensa mayoría, van a ir a parar a un tribunal, no tengan una disciplina férrea a la hora de anotar mentalmente, o como sea, el mayor número de detalles relativos a su actuación profesional. Y en un asunto de esta envergadura, con mucho mayor motivo.
El resultado de tanta imprecisión fue una insistente tanda de preguntas que irritaron a quienes consideran que un interrogatorio así evidencia la intención de poner en duda la actuación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, actitud que se percibe como aviesa e indecente. Pero en un país en el que colectiva y sistemáticamente se desconfía del Gobierno; de la oposición; de los políticos en general; de la Justicia y los jueces; de los abogados; del Ejército y los militares; de los periodistas; de la Iglesia y los curas, y en el que dudar del Rey y poner bajo despectiva sospecha la Monarquía se considera un toque de gauchiste distinción, ¿por qué habría de salvarse la Policía de esa práctica? Y, además, que el reproche sobre las dudas sólo se aplica a este asunto en concreto. Ahí está estos días el caso Roquetas, de cuyos implicados se han escrito auténticas ferocidades sin que los hoy dolientes se hayan escandalizado en público por tamaña «falta de respeto a las instituciones».
De todos modos, convendría que recuperaran la memoria. Más que nada, por lo que es su propia función. La de control y vigilancia.
victoria.prego@el-mundo.es
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