SIN ENMIENDA
Los ‘agujerólogos’ se van por la tangente@Juan Carlos Escudier
Un buen agujerólogo –dícese del especialista con tonsura o sin ella dedicado en cuerpo y alma a encontrar contradicciones en el sumario del 11-M y en los testigos de la acusación, con la Orquesta Mondragón de banda sonora- siempre tiene recursos para todo. Declara el ex comisario jefe de los Tedax, afirma que a las 5 de la tarde del día 11 la empresa española fabricante de la Goma 2 Eco había reconocido como suyos el trozo de cartucho y los detonadores hallados en el vehículo usado por los terroristas, y la conclusión conspiradora es que Sánchez Manzano ha derribado de un soplido el castillo de naipes del sumario. Depone el inspector jefe de los artificieros, dice que nada más ver los trenes supieron él y sus jefes –éstos últimos de su boca- que lo que había estallado allí no era tytadine, el explosivo habitual de ETA, y su testimonio les sirve para apoyar el cuento chino de que la mochila-bomba encontrada en Vallecas es una prueba falsa colocada por una mano negra que quería desviar la atención sobre los verdaderos autores. Todo el mundo ha sido engañado menos ellos, que son a la investigación periodística lo que Sherlock Holmes a la criminología, es decir, otro cuento chino.
Como se ha dicho, si algo distingue a un agujerólogo es su capacidad de salirse por la tangente, que es esa línea que sólo tiene un punto de contacto con la realidad, a partir del cual se conduce enteramente por la demencia. En esa locura siguen, cumplidos ya tres años de los atentados y más de un mes desde que se inició el juicio. Deja que venda más periódicos y engorde mis audiencias y llámame tonto o loco. Y es que listos son un rato.
Tan listos son que han logrado que una buena parte de la opinión pública esté convencida de que algo se nos oculta, porque es obvio –eso dicen- que un tipo miope y feo como Jamal Ahmidan, El Chino, o un desarrapado como Serhane, el Tunecino, por citar sólo a dos de esos ‘moritos’ incultos que no han leído a Nietzsche, no han podido planificar unos atentados semejantes. Así, mientras Estados Unidos atribuye a un tal Jalid Shjeij Mohamed, un tipo con aspecto de tabernero de puerto, la autoría intelectual del 11-S y de otras 28 acciones más, incluida la muerte de Manolete, aquí tiene que haber gato encerrado, ya sea el felino de los servicios secretos de Marruecos, del PSOE, ETA o el Ku Klux Klan, juntos o por separado.
Aunque los únicos castillos de naipes que se han desmoronado han sido los construidos por estos sucesores de Heraclio Fournier, disfrazados de periodistas de investigación y de patriotas que quieren conocer la verdad, la conspiración sigue en pie. El hecho de que fuera el Gobierno del PP, con Aznar a la cabeza, quien durante más de dos meses dirigió las investigaciones que permitieron la captura de muchos de los que hoy se sientan en el banquillo de los acusados es, al parecer, un hecho irrelevante. El impagable Fernando Sánchez Dragó, en su perorata previa al Diario de la Noche de Telemadrid, facilitó este jueves una nueva pista. Lo dijo sin esbozar siquiera una sonrisa: un punto débil de la derecha es que tiene entre sus filas a muchos socialdemócratas ocultos. Acabáramos. ¿Es posible que el ex ministro Acebes sea en realidad un socialista infiltrado y esté también en el ajo?
Los agujerólogos trabajan sin desmayo como mineros a destajo en busca de nuevas simas. La última de sus galerías nos lleva a los explosivos que estallaron en los trenes, cuya composición, según se nos dice, desconocemos porque alguien –la Policía, el fiscal, el juez Del Olmo y el PSOE, por supuesto- no ha querido investigar no fuera a ser que se descubriera la verdad, un concepto cuya dimensión por el momento no se nos alcanza.
Imaginemos que en un atentado de ETA, los análisis de los restos confirmaran la presencia de dinamita pero que, además, se encontraran en el coche del comando restos de Goma 2 Eco, se hallara entre los restos del atentado una bolsa con diez kilos de Goma 2 Eco y, buscando a los autores, se localizara un artefacto compuesto de varios kilos más de Goma 2 Eco en una vía del AVE. Supongamos que, descubiertos por la Policía, los presuntos terroristas de apellidos vascos decidieran suicidarse y entre los escombros aparecieran más cartuchos de Goma 2 Eco sin explotar. ¿Alguien tendría dudas de que el explosivo utilizado había sido Goma 2 Eco? ¿Hubiera sido una grave negligencia no analizar con el cromatógrafo de gases los restos de explosivo depositados en un tornillo? Por cierto, ¿en cuántos atentados de ETA se ha determinado la composición de las bombas por este sofisticado procedimiento?
Después de sugerir que alguien fabricó como prueba la mochila de Vallecas, que alguien colocó el cartucho y los detonadores en la furgoneta de Alcalá de Henares, que alguien se sacó de la manga un Skoda Fabia convenientemente manipulado, la agujerología trata ahora de sembrar dudas sobre el explosivo que estalló en los trenes el 11-M. ¿El objetivo? Poder mantener encerrado algún gato, aunque eso sea a costa de hacer el trabajo a las defensas de los presuntos terroristas. Nada haría más feliz a estos ‘patriotas’ que la anulación de alguna de las pruebas de cargo. En eso trabajan codo con codo con los abogados de la AVT y de su prima hermana, la Asociación de Víctimas del 11-M, que se supone que cumplen órdenes de quienes les pagan. Suárez Trashorras debe de estarles eternamente agradecido.
El tribunal ha encargado a ocho peritos la realización de análisis cualitativos y cuantitativos de los focos de las explosiones, de los tornillos y hasta de sus arandelas. Los resultados han probado por el momento –como no podía ser de otra forma- que lo que estalló fueron los explosivos que salieron de la empresa Caolines de Merillés en Asturias, tal y como demuestra el sumario. Para cuando la confirmación sea plena, esto es, cuando esté disponible la comparación de los restos con un patrón de tytadine y sea más evidente aún que la dinamita que usa ETA no tuvo nada que ver con el 11-M, los agujerólogos ya tendrán otra tangente por la que huir a toda prisa, quizás demostrando que Josu Tenera veraneó algún año cerca de Avilés y se tomó unas sidras con un picador de Hunosa.
Todo lo anterior no es óbice para contar las tres grandes certezas que está dejando el juicio. La primera es que el trabajo previo de la Policía podía haber evitado los atentados si no hubiera habido graves negligencias. Ha quedado patente que la Policía supo por sus confidentes, alguno de ellos integrante del grupo de los acusados, que se estaba traficando con explosivos y que había islamistas dispuestos a hacer la yihad en España. De ello son responsables los mandos policiales y los cargos políticos que les nombraron, todos ellos en el Gobierno del PP.
La segunda es que se echa a faltar en éste o en otros banquillos a los empresarios de la mina de la que salieron los explosivos. Un vídeo realizado meses después del 11-M ha mostrado cómo los cartuchos de dinamita seguían tirados por el suelo y accesibles para cualquier excursionista que paseara por el monte donde se ubican las explotaciones de Caolines de Merillés.
Y la tercera es que el trabajo de la fiscalía ha sido bastante deficiente. El espectáculo vivido el pasado martes con el cambio de declaración de varios testigos oculares fue realmente patético. ¿Cómo es posible que doña Olga Sánchez desconociera que la principal testigo de cargo contra Basel Ghayoun había decidido hace más de un año que a quien vio en los trenes no fue a él, que es demasiado blanco, sino a Daoud Ouhnane, un argelino que se encuentra en paradero desconocido? Que los agujerólogos nos cojan confesados.
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