Dos graves enfermedades que creíamos derrotadas están golpeando a las puertas: el paludismo y el dengue. No es poca cosa. El paludismo provoca anualmente en el mundo más de dos millones de muertes. El dengue ha reaparecido en su variante más virulenta, la hemorrágica. ¿Qué ha ocurrido? Se trata de enfermedades que habían desaparecido gracias al DDT, el invento del químico suizo Paul Mueller que le valió el Premio Nobel en 1948. Debido a su fuerte efecto repelente y su gran poder residual el DDT es único en la erradicación del mosquito, agente transmisor de esas enfermedades. Los mosquitos rehuyen entrar en una casa hasta un año después de fumigada. Y es el insecticida más barato, algo muy importante para los hogares humildes y los países pobres. Gracias al DDT los argentinos hace sesenta años nos libramos de pulgas, chinches, plagas de langostas así como de la fiebre bubónica, el tifus, el paludismo y el dengue. Porque tal vez la más importante cualidad del DDT es su selectivo efecto sobre los insectos: no es tóxico para el ser humano y demás animales. Recuerdo el estupor con que los obreros del molino harinero de mi pueblo, Carcarañá, contemplaban al que introdujo allí su uso: ingería puñados de DDT para demostrar su total inocuidad. Sin embargo en 1962 en USA se publicó un libro de Rachel Carson, “Primavera Silenciosa”, que acusó al DDT de ser el causante de que hubiera pocos pájaros cantando en la primavera. Fue recibido con tanto entusiasmo por los ecologistas que con ese argumento y aliándose con los fabricantes de insecticidas más caros obligaron al gobierno de USA a prohibir el DDT en 1972. Fue una decisión de William Ruckelshaus, jefe del Tribunal Examinador de la Agencia de Medio Ambiente de EEUU. Sin embargo esa Agencia había dictaminado que el DDT no era cancerígeno, mutagénico o teratogénico para el ser humano, y que los usos del DDT no tenían efectos visibles sobre peces, pájaros, vida silvestre u organismos acuáticos. Pero Ruckelshaus fue muy claro y dijo que lo resuelto no tenía nada que ver con la ciencia sino que era una decisión política tomada al no poder resistir ya las presiones de los ecologistas. Desde ese momento USA y otros países ricos del mundo influyeron irresponsablemente en muchos países africanos, asiáticos y latinoamericanos para que se sumaran a la proscripción. Sin embargo China e India se resistieron y continuaron aplicándolo. El Banco Mundial llegó a condicionar la ayuda económica a los países del Tercer Mundo a que previamente prohibieran el DDT.
El resultado ha sido espantoso: En Sudáfrica ya no existía casi el paludismo hasta que el gobierno, cediendo a la presión, prohibió el uso del DDT en 1996. El resultado fue que la enfermedad se multiplicó en un 1000 %. Sin embargo en una muestra de racionalidad el Ministerio de Salud de ese país reaccionó años después y reintrodujo el DDT. Ahora nuevamente hay camas vacantes en los hospitales de Sudáfrica, antes abarrotadas por enfermos de paludismo. Tal vez el peor ejemplo de lo ocurrido sea el de Eritrea. En ese país la mitad de las muertes ocurren por el paludismo pero el Banco Mundial, UNICEF y la Ayuda Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID) condicionaron su ayuda a que solamente se usaran mosquiteros y que presentaran "un programa para sustituir el DDT en la fumigación de las casas". Pareciera que para esas organizaciones la vida de los mosquitos tiene más importancia que la de los seres humanos. Porque hay que aclararlo: No ha sido el DDT el culpable de la disminución de aves. El DDT les resulta inocuo. Se han hecho experimentos bañando aves con DDT y no fueron afectadas. Ante la evidencia los ecologistas debieron recurrir a otro argumento: que el DDT "disminuye el espesor de la cáscara de sus huevos". Falso. Ninguna prueba hay en tal sentido. La real disminución de aves, ya superada, hay que buscarla en otras causas, no en el DDT. Es posible que las aves emigraran al haber menos cantidad de insectos para alimentarse.
El panorama mientras tanto no puede ser más terrorífico: La prohibición del DDT que impulsaron los ecologistas ha provocado más muertes que Hitler y Stalin juntos. Porque tengamos algo en claro: la ecología es una ciencia, el ecologismo está constituído en la mayoría de los casos por organizaciones políticas tremendistas, a las que no les interesa la verdad sino el poder que obtienen mediante el catastrofismo que predican. Pero en este caso la realidad se ha dado vuelta y muestra al ecologismo como el culpable del peor desastre sanitario causado por el hombre en lo que va de la historia. Ante las evidencias acumuladas en septiembre del año pasado la Organización Mundial de la Salud, dependiente de las Naciones Unidas, ha levantado la prohibición del uso del DDT. Los ecologistas entonces pusieron el grito en el cielo, motivando al director de la OMS, Arata Kochi, a exhortarlos para que se preocupasen por los tres mil niños africanos que mueren diariamente por el paludismo tanto como se preocupan por el medio ambiente. Por el contrario fue tal la alegría que la decisión causó en África que en Kampala y otras ciudades hubo manifestaciones de apoyo. ¿Saldremos también en Occidente a manifestar nuestra alegría cuando nuestros gobiernos se decidan a usar nuevamente el DDT para librarnos de las plagas que se avecinan? Mientras tanto parece que la única medida preventiva que los argentinos tenemos a nuestro alcance, según nuestro gobierno, es el cambio del agua de los floreros, tal como se ha aconsejado ridículamente, cuando a mil metros de la ciudad de Rosario los mosquitos se reproducen de a millones en los charcos de las islas.
(Escrito por Hércor)
Etiquetas: Hércor
1 – 200 de 363 Más reciente› El más reciente»