- Primi, unga, mamut, unga, lanza, unga -le comentaba Cosmepérez, su mejor amigo y miembro asimismo del grupo más enloquecido de cazadores autónomos de la tribu.
- Cosme, unga, mamut, unga, lanza, unga, pero, ¿uién madrunga?
Y es que el mayor problema de las cacerías de estos hombres de las cavernas era que tenían que levantarse demasiado temprano, ya que los días era muy cortos. Tan cortos eran que, muchas veces, cuando llegaba la noche aún no habían podido desayunar.
Primitivo andaba enamoriscado de una rubia platino de una tribu dos cavernas más abajo de la suya. Se llamaba Teregómez y tenía mucho pecho y poca frente (esto último le importaba menos).
- Tere, teta, grande, bango, bango, tolón tolón -le había dicho unos segundos después de haberse presentado.
- Si Primi, calen, Primi goma, que sino Tere, va y engoda.
Primi reía ante las ocurrencias de Tere, circunstancia que daba a su rostro un cierto aire de animal antediluviano (o sea, de aquella época) ciertamente aterrador. Se habían hecho tan amigos y habían congeniado de tal manera, que él ya contaba por docenas las veces que le había partido las cejas.
Un día entraron en una caverna para hacerse arrumacos y tocarse las respectivas nalgas. No pasó mucho tiempo -ni siquiera habían llegado a los primeros arrechuchos- cuando del más profundo interior de la oquedad emergió un terrible gruñido. Primihernández, abarcando con sus brazos hasta donde le fue posible, hizo un gesto que venía a significar oso y, además, que salieran pitando. Así que eso hicieron. Pero cuando estuvieron fuera de la cueva, de su interior y pisándoles los talones surgieron tres de sus amigotes haciendo gestos y emitiendo gruñidos de oso cavernario (animal que, por otra parte, no les resultaba difícil imitar, dado su gran parecido con el plantígrado.)
- ¡Glupe, glupe, glupe! -exclamaban los bestias haciendo muecas obscenas con la lengua llena de babas tibias.
Los dos tortolitos se cogieron de la mano y echaron (stone) a correr en medio de las risotadas más espantosas.
- ¡Otacueva! -balbució Primihernández con la libido muy desarreglada.
- ¡Ota, ota! -le apoyó Teregómez mientras corrían alegremente como animales del Señor.
Pero, de pronto, comenzó a llover a mares. Una cosa espantosa. Llovía tanto que no se veía ni a ochenta kilómetros de distancia. Así que los primitivos aquellos tuvieron que guarecerse bajo un árbol.
- ¡É bien, no ueve ajo ábol! -dijo Primihernández cerrando los ojos.
- ¡Ógico, apullo! -dijo Teregómez con una cara empapada de asco y de agua.
- ¡Aí uera ueve elolindo!
Y así estuvieron sus buenas diez horas, en remojo y calada hasta los huesos la una, y hasta los huevos y los huesos, el otro. Cuando la cosa parecía amainar, un rayo descargó su energía sobre el árbol.
- ¡Otia, Tere, qué lú!
- Masalú, ¿no Primi?, ¡Quema y tó!
Pero tuvieron suerte, ya que el rayo había ido a caer justamente unas ramas por encima de sus cabezas.
- ¡Potra, tú!
- ¡Joé, Primi, poopelos!
Y cuando dejó de llover abandonaron el árbol a su suerte. Ahora, las nubes se habían abierto y el sol se mostraba receloso, como preguntándose si en aquellos momentos sería conveniente dejarse ver durante un ratito.
Vagaron por el bosque y Primi le hizo señas a Tere:
- ¡Uh! ¡Uh!
- ¡Uh! ¡Uh! ¿ónde?
Primi se dirigió a la derecha y se perdió entre la maleza. Tere lo siguió.
- ¡Apullo, epera!
Veinte metros después, Primi se retorcía entre hierbas, musgo y forraje, pataleando, con medio cuerpo en el interior de una serpiente de más de doce metros de eslora. Cuando Tere lo vio, puso los brazos en jarras y le recriminó
- ¿Tas aciendo, amón?
- ¡Iere apearme, otia!
Tere sacó una especie de navaja de sílex y empezó a cortar culebra cosa mala.
- ¡Uidao e aí engo piena, eche! -le gritó Primi para evitar que la mujer se la seccionase.
Tere se mostró extremadamente diligente para liberar a Primi del cálido estómago del reptil, y en menos que se concede un Goya había despiezado al sinuoso animal.
Cuando ambos llegaron a la caverna, con la mayor parte de la pieza enrollada en su cuerpo, Primi gritó:
- ¡A é cazao yo!
Tere lo miró echando chispas por los ojos. Y a pesar de ser mujer, se atrevió a decir:
- ¡Y na mieeeeeerda! - (Como habrán notado, esta última palabra ya la pronunciaban de la misma manera a como lo hacemos hoy en día.)
Todos la observaron estupefactos. Era la primera vez que una mujer osaba discutir los méritos de un hombre. El jefe de la tribu se fue hacía ella y se la quedó mirando con un desprecio festivo rayano en el jolgorio.
- ¿dicho?
Tere sabía a lo que se exponía si persistía en aquella actitud rebelde. De todas formas decidió seguir por el mismo camino:
- ¡Achistas! -soltó con toda la mala sangre acumulada durante generaciones por mujeres oprimidas.
- ¡A ueno! -y el jefe de la tribu, que ignoraba el sentido del término que había sido pronunciado por vez primera, olvidó por completo a la mujer.
Y hasta ahora.
(Escrito por Goslum)
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