Pero la teología que domina ahí fuera suele ser la contraria. Al menos por los ámbitos culturales, que es por donde me muevo con mayor asiduidad. Tuve ocasión de comprobarlo otra vez la semana pasada, cuando mi amiga Berta me llamó para asistir a unas jornadas sobre "La Poesía del Rock" que se celebraban en el Instituto Municipal del Libro. Este nombre, por cierto, siempre ha despertado en mí evocaciones kafkianas, aunque en apretada competencia con otro organismo de la zona: el Centro Cultural Provincial. Una ciudad con un Instituto Municipal del Libro y un Centro Cultural Provincial es una ciudad que no se anda con chiquitas en estos asuntos; y lo cierto es que intimida un poco. Camino del acto ya se anticipó, en plan semillita wagneriana, el tema de este escrito. Berta me contó que había leído en el blog de Javier Rioyo unos lamentos de éste sobre la imposibilidad de provocar hoy en día. La concurrencia parecía estar de acuerdo. Ella preguntó, en un comentario, que qué pensaban que estaban haciendo en Cataluña, por ejemplo, Boadella y Ciutadans. Supongo que Rioyo y los demás se arrebujaron en sus babuchas, porque nadie dijo ni mu. Eso me hizo recordar que uno de los artículos más abyectos contra el "Todas putas" de Hernán Migoya lo escribió alguien del cogollito: Juan José Millás. En aquella ocasión, quienes se escandalizaron con el pornógrafo fueron los clérigos de la socialdemocracia.
Al llegar al Instituto Municipal del Libro (nunca me cansaré de repetir su nombre), me encontré dos gratas sorpresas. Primero, que las conferencias las organizaba Silvia Grijalba. Segundo, que la inaugural era de Sabino Méndez. Con ambos crucé unas palabras después, en el intermedio. Berta me presentó a Grijalba, que precisamente me había escrito unos días antes para pedirme excusas por el lapsus (leve) de su "Dios salve a la Movida", que conté en mi blog. A Méndez me acerqué mientras se estaba dejando fotografiar junto a unos fans y nos abrazamos con la efusividad de viejos nicks que se encuentran por vez primera fuera de las bardas de internet. Aunque lo cierto es que yo me hubiera hecho otra foto de fan: ya escribí hace tiempo que me gustó mucho su "Corre, rocker", y que encontraba en sus canciones la misma precisión y encanto que en los poemas de Jaime Gil de Biedma (buena "poesía del rock", ciertamente.)
Luego había una mesa redonda con Julián Hernández (de Siniestro Total), Javier Ojeda (de Danza Invisible) y Javier Díez (subdirector de Radio 3), además del propio Sabino Méndez. Entre el público, por cierto, estaba el poeta beat John Giorno, que tenía un recital-performance al día siguiente. El hombre, un anciano vigoroso, permanecía atento sin entender nada (no habla español), con una beatífica sonrisa zen. Me hizo gracia que, en el descanso, los de la organización se decían con alivio: "Qué bien está aguantando John, John está aguantando estupendamente". Y la verdad es que a mí también me hubiera gustado ser John, para no entender una de las frases que se dijeron en la mesa redonda.
Habían hablado ya todos, con inteligencia, con gracia, con originalidad, cuando le tocó el turno a Javier Ojeda. Este, como tenía poco que decir, se lanzó a ejercitar su gracejo. Era el eterno Malaguita de todas las milis. Y lo cierto es que tenía gracia: su gracejo funcionaba. Contó, por ejemplo, su momento de gloria académica: cómo una vez le intentó rebatir algo sobre el "Mío Cid" a su profesor de Hispánicas y éste contraatacó diciéndole que Danza Invisible eran unos Spandau Ballet de Torremolinos. La gente se echó a reír, y yo me eché a reír con la gente. La velada estaba siendo entretenida. Pero unas frases después, Ojeda, sin abandonar el tono simpaticote, soltó eso que Arcadi Espada llamaría un sanguinolento animalito: "Porque claro", dijo, "aquí si no llega a pasar lo del 11-M, gana otra vez el PP". Me quedé de piedra. Miré a Berta y ella tampoco daba crédito. Pero en torno, en la mesa y entre el público, todo seguía igual: buen rollito, risas. Anoté la frase para que no se me olvidara. Y después, en el turno de preguntas, alcé la mano. El último interviniente había dicho algo sobre sexo, y yo aproveché para enlazar: "Simplemente quisiera repetir la frase más pornográfica que se ha pronunciado aquí esta noche". La leí en mi papelito, sin ni siquiera mencionar a Ojeda. No era el tema del encuentro y yo sólo pretendía subrayar la frase, sin más: para que constara. Pero Ojeda saltó, con la inocencia de los pánfilos. Como era previsible, no tenía ni idea de lo que significaba la frase que él mismo había dicho. Le sugerí que se la anotara y la leyera y releyera, a ver si se daba cuenta. Pero soy pesimista al respecto. Ojeda, por supuesto, no es culpable de nada, es sólo un síntoma. No es, desde luego, un malvado: entre otras cosas, porque carece de la osadía maléfica que se requiere para asumir desnudamente lo que decía su frase. En cuanto pudo articularlo, dijo que él no deseaba que se hubiera producido ningún atentado, por favor. Y le creo. Ojeda tan sólo estaba montado en el magma imperante y se dejaba llevar. Es sólo una inercia, pero una inercia agresiva, avasalladora: implacable con los que se resisten a ella.
Yo me caliento en exceso en estas trifulcas y no estuve elegante. No me estaba gustando mi manera de decir las cosas, pero al menos tenía el alivio moral de saber que yo era el hereje ahí, y ellos los inquisidores. O las monjitas que se ruborizan con las obscenidades. Me pareció especialmente significativa la mirada que me lanzó Julián Hernández. No llegó a intervenir, pero su mirada se me quedó grabada. Era (no podría garantizarlo, pero lo juraría) una mirada de odio. Una mirada (¡sí!) de escándalo. Luego en casa, rememorando, caí en ello y me sonreí: haber logrado escandalizar al inolvidable autor de "Mata hippies en las Cíes", "Ayatola no me toques la pirola" o "Me pica un huevo" (al que, si escarbamos, tanto le debe el personaje de AS) era algo con lo que yo, ciertamente, no contaba en la vida.
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