El párrafo es de Mircea Eliade, pertenece a Falso diario de a bordo, Port Said, y lo cita el profesor Mircea Handoca en su prólogo al libro de reportajes de Eliade La India, traducido del rumano por Joaquín Garrigós. Esta certera apreciación sobre los viajeros puede servir también para la comunidad española que frecuento en Bucarest.
Los estudiantes erasmus son iguales en todas partes. Viven en una continua euforia, cargante, vacía y a menudo impostada, presos la responsabilidad de tener que vivir uno de sus mejores años de sus vidas, de viajar a cuantos más lugares – léase países o puntos de referencia turística –, de hacer más fiestas y conocer más jóvenes europeos que por lo general difieren muy poco los unos de los otros. Las cosas cambian entre los profesores, empresarios, diplomáticos o vergonzantes turistas sexuales. Se encuentran personas extrañas, pocas veces sencillas, náufragos de la vida o que luchan a tumba abierta por someterla. Una vida que, a diferencia de la de los estudiantes, tiene ya el músculo suficiente para dominar o atormentar al hombre, para batirse con garantías con él por su control. Se entera uno de retazos de vidas verdaderamente inéditas.
Bucarest no es Londres, ni siquiera Praga o Varsovia, de momento. Acabar aquí exige una explicación. O se busca algo o se escapa de algo. Dinero, sexo, cariño, ruptura. Muchos encuentran también soledad, melancolía, dudas, miedos. Están también las casualidades, los golpes del azar que dan volantazo a un destino. Pero casi nadie ha dejado demasiado atrás, o no demasiado bueno. No saben cuándo volverán ni cuánto les queda aquí. Van pasando, buscando paliativos en los placeres y el calor humano, con el consuelo algunos de estar haciendo mucho dinero – que algún día... Pocos hablan abiertamente, pero lo dejan entrever en respuestas resignadas y expresiones dolorosamente irónicas. Se ven mejor cuando se ha hecho de noche, nieva y hace frío, cuando hay que tener cuidado, camino del apartamento amplio y desangelado de algún joven especulador, de no meter un pie en un bache en medio de la oscuridad de las callejas bucarestinas. Dentro bebida y música en torno a una mesa, y con el tiempo una camaradería noble que sólo he visto en mi pueblo, en otras tardes frías y oscuras, con otros hombres muy distintos, también náufragos, sometidos o dominados.
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