PILAR RAHOLA
La insoportable levedad de Saura
PILAR RAHOLA 10/02/2007
¿Quiénes somos? ¿Alguno de los cuatro amantes, la celosa Teresa, la voluptuosa Sabina, el persistente Franz, quizá el alter ego Tomás? Porque de ello habla Milan Kundera en su Insoportable -insostenible, asegura Arrabal que sería la traducción correcta; de hecho, así es en catalán- levedad del ser: de nuestras debilidades. Todo lo que amamos, todo aquello que buscamos por su levedad, no tarda en revelarse insostenible al paso del tiempo. Es la eterna contradicción entre el peso y la levedad que Parménides convirtió en una de sus famosas parejas de opuestos. La belleza de la levedad, la persistencia de lo pesado. No sé si Joan Saura, cuando se va a la televisión de excursión y, entre risas, en la placidez de un programa de tarde, asegura que está a favor de legalizar todas las drogas, busca la levedad de las palabras o el peso de las ideas. Pero lo que es evidente es que, más allá de las dudas nietzscheanas de Kundera, Saura busca la fuerza del ruido mediático, tan necesario para alimentar esa frágil criatura que es el político. Dice el escritor checo, homenajeando al propio Nietzsche, que la risa es una fuerza liberadora, quizá una de las grandes catarsis, una de las más completas redenciones. Umberto Eco dedicó, a ello, una de sus mejores novelas. Y puede ser por eso, porque estamos ante la izquierda inteligente, segura lectora de Kundera y de Eco, por lo que Joan Saura incorpora la risa a la cadencia de sus palabras, y así diluye el peso de un problema terrible, en la acuosa ligereza de una charla televisiva de sobremesa. No puede ser más fugaz el momento elegido, no puede ser más frívola la situación, por lo cual, entre ji, ji y ja, ja, el actual consejero de Interior chapotea en el drama de las drogas, con insostenible levedad. Kundera en estado puro.
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¿Kundera o Groucho Marx? Porque la verdad es que, a estas alturas aún breves del nuevo Gobierno, la pareja política Saura-Mayol han decidido ser los humoristas de la etapa Montilla. Si Maragall tuvo su Carod, que alegró la dura vida de la oposición, Pepe Montilla tiene a su Saura para divertirla con gratuitas polémicas. Ya se sabe que nada es perfecto, y menos un tripartito que, a fuerza de domesticar al simpático de Carod, ha dejado otros flancos descuidados, pero tengo que reconocer que nunca hubiera pensado que Mayol y Saura fueran tan divertidos. Primero nos salió la teniente de alcalde haciendo proclamas de amor a los okupas, y eso que su partido lleva veinte años gobernando la política de vivienda de Barcelona. ¿Cómo lo consiguen, éstos de Iniciativa, que siempre hacen creer que son los líderes de la pancarta, a pesar de disfrutar de las mieles del poder? Deben de ser las enseñanzas de Alfonso Guerra cuando aseguraba que él estaba en el Gobierno de oyente. Poder todo, responsabilidad ninguna. Y ahora que Mayol ya ha verbalizado todos los sinónimos de la palabra antisistema, para asegurarnos que lo era, pero no, pero sí, pero menos, llega Joan Saura y arma un lío con algo tan delicado, complejo y vulnerable como es el problema de la drogadicción. Dice que es un gesto de coherencia, que siempre ha estado a favor de la legalización de las drogas, y que no entiende el escándalo, lo cual nos infiere dos conclusiones: o la izquierda inteligente no lo es tanto, o este chico, incómodo en su cargo, hace electoralismo con dinamita. Porque la categoría del escándalo no es el programa electoral de Saura respecto a las drogas, sino los tiempos y lugares escogidos para pinchar un delicado globo. Veamos, ¿un consejero de Interior, cuya responsabilidad pasa por la lucha contra el mercado de la droga, puede crear tal confusión y, por ende, tal alarma? No se conoce, en los anales de la venerable consejería, ningún antecedente de nota de prensa asegurando que van a luchar contra las drogas, como si no fuera supuesto. Y Saura obligó a dicha nota de prensa. Además, en los tiempos en que la vivienda y la drogadicción preocupan sobremanera, uno esperaría que los debates pertinentes se hicieran con profundidad, sin populismo y, sobre todo, sin demagogia. Lo de Mayol antes y lo de Saura ahora no ha sido profundo; ha sido populista y me temo mucho que entraría en la definición que la Real Academia hace del término demagogia: "Práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular". Como mínimo, el favor popular de los propios.
También estaría lo del debate en sí, la legalización o no de las drogas, sobre cuya materia no se pone de acuerdo prácticamente nadie. Me sorprende la rotundidad con que Saura asegura que la legalización frenaría el mercado de la droga. Entonces, y siguiendo el símil que él mismo hace, ¿por qué no ha frenado el mercado del alcohol? Creo que incluso la izquierda autodenominada inteligente cae en una característica clásica del pensamiento débil: a grandes problemas, soluciones simples.
Como sea, lo cierto es que Joan Saura entró en el debate de la droga cual elefante en una tienda de Swarovski: barriendo con simplezas las delicadas piezas del escaparate. Y, como no podía ser menos, el consejero que más estabilidad tiene que dar a un Gobierno inyectó dosis considerables de inestabilidad. La pregunta del millón es por qué. Puede que sea mala conciencia de cargo, lo cual significaría una inmadurez política seria; puede que sea empacho electoral, después de unos resultados modestamente optimistas; puede que sea sencillamente búsqueda de notoriedad, en un Gobierno que exige perfil público bajo. En cualquiera de los casos, esta pareja política está dando tanta gasolina a la oposición que se ha convertido en la fuga de credibilidad más seria del Gobierno actual. En fin, desconcertante paralelismo: Maragall tuvo su Carod, y parece que Montilla tiene su Saura. ¿Serán tripartitos paralelos? Esperemos que no, para salud de todos.
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