Nos reconocemos en cada ser humano, sea el que sea, y estamos condenados a ser cada uno de esos seres humanos, mientras existamos. Somos todas esas existencias y existentes reunidos, y nos buscamos a nosotros mismos, pero sin embargo no nos encontramos, por insistentemente que nos esforcemos. Hemos soñado con franqueza y claridad, pero ha sido sólo un sueño. A menudo hemos renunciado y comenzado otra vez, y todavía renunciaremos y comenzaremos otra vez a menudo. Pero todo da igual. [...] A veces levantamos la cabeza y creemos que tenemos que decir la verdad o la aparente verdad, y la volvemos a bajar. Eso es todo. (Thomas Bernhard, El sótano)Lo malo de ser yo es que tiendo a reconocerme en los más nefastos de mis semejantes, tal vez para experimentar la secreta delicia de saberme peor de lo que parezco. Yo soy yo y lo peor de los demás. Y me reconozco sólo en ese rastro fugaz que dejan la insinceridad y la insatisfacción. Como un austrohúngaro cualquiera, me he pasado la vida (mi dulce, fácil e inconsciente vida) bajando la cabeza y esperando la ruina del mundo que me rodeaba. A veces he anhelado con absurda vehemencia el naufragio aniquilador. Como el protagonista del cuentito de Kafka, he experimentado también el deseo de ser un piel roja, más concretamente de la tribu de los chiricahuas, aunque tampoco me hubiera importado ser Ava Gardner o vivir en una estancia holandesa, dentro de un cuadrito de Vermeer. Qué delicia también cuando siento el deseo de ser cualquiera, de no ser más que estela y esplendor, o nada y olvido, el deseo de quedarme en un lugar para siempre, ahora que sé que no hay lugar alguno donde quedarse ni llanura infinita que nos acoja, el deseo de ser arena del único mar posible o sombra y pájaro que se desvanece en un cielo sin nubes.
Creo que hay esperanza, pero no es para nosotros. Y si mi autorretrato no les gusta, no me importa, tengo otros.
(Escrito por Roxana)
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