Recuerdo bien a aquel grupo de pirados que se agrupaban en torno de Ocaña, un señor andaluz más maricón que un palomo cojo que vino a hacer la mili a Barcelona y se quedó. Pintaba cuadros de vírgenes, se paseaba –lo dicho, desnudo- por las Ramblas. Su provocación, tal vez poco articulada, pero bella, feroz y emblemática, quizás fue lo que convirtió a Ocaña en el epicentro de un grupo de artistas y escritores que apostaban por una cultura provocativa, no dirigida, enfrentada a la derecha y a la izquierda y que, en cuatro días, recibiría palo de la derecha –CiU- y de la izquierda –PSUC, PSOE-PSC-. El grupo, por lo que he hablado y escuchado, estaba formado por artistas plásticos pasados de vueltas como Nazario y el joven Mariscal, escritores y periodistas como Lluís Fernández –autor de L’anarquista nú, 1979, una novela durilla, con aparición de muchas cosas largas y durillas, que iba sobre travestis valencianos-, Juanjo Fernández, director de Quimera en los 80’s-, Federico Jiménez Losantos –sí, sí, el de la LIBERTAD DIGITAL, sólo que entonces llevaba el pelo por la cintura y militaba en un partido marxista que consumía Gramsci, gachis y tripis por un tubo y que se llamaba Bandera Roja- y, fundamentalmente, Alberto Cardín. Cardín –La Cardina, como le llamaba Ocaña-, es tal vez quién mejor apunte la propuesta de todo el grupo. Antropólogo, profesor universitario, usuario de la alta cultura y de la contracultura, de cierto radicalismo vital, sus puntos de vista culturales quedaron patentes en la revista La Bañera, que dirigía con Jiménez Losantos –sí, sí, el de LIBERTAD DIGITAL-, una revista de humor, rupturista, gamberra, que chirriaba entre el apacible rumor que iba creando el naciente modelo cultural postfranquista
Debe saber, amigo Mandarin, que Dunant fue masón. Algo que no añade ni quita pero es un dato. La Fraternidad Universal está detrás de ese ¡Tutti Fratelli!