- Y luego dicen del progreso. ¡Íbamos a vivir como vivimos sin el progreso. Gracias a las máquinas sólo dos hombres hacen en media hora el trabajo que cien hombres tardarían más de un día.
- Ya, le digo, pero los noventa y ocho restantes están parados.
- É-sactamente, me dice el viejo pestañeando como si tuviera dificultades de visión.
- Es el problema del mercado, continúo, si los que están parados no perciben salarios y sin salarios no son a consumir, en algún momento tendrá que parar el progreso.
- Sí, é-sactamente, pero no me negará que hoy vivimos mejor que en aquellos tiempos.
- ¿De dónde es usted?
- Yo soy de Cuenca, de un pueblín que está cerca de Quintanar de la Orden.
- Sí, lo conzco. Viñas y olivares por doquier hasta donde se pierde la vista.
- Y ovejas, amigo, y ovejas, cuantísimas ovejas. Yo, de niño, fui pastor. Los seis hermanos que éramos tuvimos que ganarnos la vida desde que teníamos seis o siete años. Por eso yo nunca fui a la escuela de día. Tenía que hacerlo de noche, después de llevar el rebaño al corral.
- Y cómo recaló en esta ciudad, tan lejos de su pueblo.
- Ya había empezado la guerra civil. Yo tenía veinte años y no veía por allí mucho futuro. La mentalidad que había entonces era la rusa. Los que empezaron a mandar entonces le quitaron el poco capital que tenían los pocos que podían dar trabajo y nos quedamos mano sobre mano. Había uno que daba trabajo porque tenía un rebaño de ovejas pero le quitaron las ovejas, las repartieron entre los vecinos y encima lo fusilaron. Ya ve usted. Al poco, un grupo de mocitos decidimos marcharnos de allí huyendo del hambre. Nos pusimos en la carretera y un camión nos hizo la gracia de llevarnos hasta Chinchilla bajo la lona. No teníamos ni dinero ni documentación. Los que mandaban en Chinchilla nos dieron un salvoconducto y un mosquetón checo. Comíamos poco pero comíamos: dos patatas hervidas y el chusco. Otros días nos daban lentejas, con más piedras que grano, o arroz sin desempolvar, hervidos las unas y el otro en agua terrosa con algo de tocino rancio. Al poco nos mandaron a Murcia. Aquello era otro mundo, oiga. Había mucho que comer por allí y con el hambre que habíamos pasado daba gloria estar en la guerra. No crea que yo estuve en las milicias republicanas por ideología. ¡Qué va! Estaba porque en mi pueblo pasaba un hambre canina. Y en Murcia tuve la suerte de ver por primera vez en mi vida a mujeres vestidas de mujeres, con falda y tacones, no como las de mi pueblo, que vestían como las moras, con pañuelo en la cabeza y sayones hasta los tobillos. Por allí estuvimos hasta la caída de Málaga. Después nos mandaron a Almería y luego a Jaén, al pueblo de Torreblascomuñoz. Allí pañamos aceitunas, muchas aceitunas, lo único que habíapor allí. También estuve con mi regimiento en Extremadura. Yo fui furriel todo el tiempo y, mire usted, algo sí que aprendí en cuestión de víveres. Formábamos el VI Batallón de Choque. Pero todos éramos unos pardillos en cuestión de guerra. Y como yo había muchos que estaban en la zona roja y se alistaron en las milicias porque en esa zona se pasaba mucha hambre, pero que mucha hambre, porque nadie daba trabajo. Lo peor que hizo el gobierno de la República fue apropiarse del capital de los que lo tenían, fuera poco o mucho. Con esto y con quemar iglesias y conventos era todo lo que sabían hacer. Porque el ejército profesional se puso al lado de Franco, vamos, los jefes y oficiales de carrera quiero decir, sólo algunos como Miaja se quedaron con la República. Mire este dedo, ¿ve cómo lo tengo de torcido? Bueno, pues esto fue de cuando estuve en la batalla de Belchite. Y algo aprendíamos, sí, cuando fuimos milicianos, porque por las tardes nos daban cursillos y algo logramos aprender. Pero yo nada de ideología, ¿eh? Yo aproveché y aprendí todo lo que pude porque me daba cuenta de que con el analfabetismo que había en las milicias no se podía ganar la guerra. Yo supe enseguida que con aquellos analfabetos la guerra la íbamos a perder más pronto o más tarde.
Cuando acabó la guerra volví a mi pueblo, a ver. La guerra terminó y enseguida empezaron las represalias. Enseguida buscaron a los que fusilaron a los dos o tres que tenían algo de capital y fueron los fusilaron. Y cuando los encontraron los fusilaron a ellos. Mi padre no tenía entonces más que dos mil quinientas pesetas, y menos mal que eran de las de Franco porque a muchos no les sirvieron de nada las pocas pesetas que tenían de la República, dejaron de valer de un día para otro y fue pobreza sobre pobreza. Unos días después, como no habíamos hecho el servicio militar nos reclutaron; a mí me mandaron a León. Mucha hambre había en León, pero mucha, mucha hambre. Menos mal que luego me mandaron a Astorga. Allí se comía mejor, carne poca había pero el capitán, que era muy listo, consiguió un buen cargamento de patatas y por lo menos patatas sí comíamos. Más tarde me llevaron a un regimiento de Ribadeo. Allí fue donde pasé de infantería a artillería.
Hice un curso de ascenso a cabo para poder ser apuntador, apuntador de cañones. Cuando terminé la mili tenía veinticinco años y alguna formación. Puse aquí una tienda de ultramarinos y así me pude casar. Vivo aquí, en aquella casa amarilla que ve usted allí.
- Ah, sí, muy buen sitio, le digo.
- Sí, está muy cerca del parque y es muy tranquila. Pues como le digo la tienda de ultramarinos me permitió vivir con cierto desahogo, pero pronto empezó la tremenda competencia de los supermercados y no había más remedio que defenderse. Entonces, con otros tenderos, fundé una cooperativa de tiendas de barrio para poder comprar más barato en grandes cantidades alimentos como lentejas, arroz, fabas, aceite, harina y otros muchos. Fui el primer presidente de la cooperativa y nos fue muy bien durante bastantes años. Llegamos a tener noventa empleados y veinte camiones y alcanzamos un volumen de ventas de dos mil quinientos millones de pesetas de las de entonces en los años ochenta. Desgraciadamente hoy ya no existe la cooperativa porque el nuevo presidente se dejó amilanar por la competencia de las grandes superficies y encima no tomó medidas contra los cooperativistas que hacían fraude a la cooperativa en beneficio propio. Tiraban piedras a su propio tejado, como decía yo, y acabaron a poco con el invento. A mí en este barrio me conocen todos. Pregunte a quien quiera por Felipe Armero y todos le dirán que saben quien soy.
En efecto: durante todo el tiempo que hemos estado charlando en la acera muchos de los que pasaban a nuestro lado han saludado con cariño y respeto a Felipe Armero, un saneado y cuerdo viejo de noventa y tres años que ha sido pastorcillo manchego, miliciano sin ideología, tendero de barrio y presidente de una cooperativa. Aparenta muchos menos años de los que tiene y físicamente recuerda bastante al actor Pepe Isbert, aunque mucho menos decrépito que él. Le digo para iniciar la despedida:
-Si lo veo de nuevo lo pararé para seguir hablando de nuestras cosas.
-Sí, me dice, no deje usted de hacerlo, yo tengo ya muy mala cabeza y casi no reconozco bien a la gente.
Nos hemos despedido con un fuerte apretón de manos y declarando ambos con convencimiento ser dos nuevos buenos vecinos y amigos.
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> 'Y luego dicen del progreso. ¡Íbamos a vivir como vivimos sin el progreso. Gracias a las máquinas sólo dos hombres hacen en media hora el trabajo que cien hombres tardarían más de un día.
- Ya, le digo, pero los noventa y ocho restantes están parados.'
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- '5. Lucha entre el obrero y la máquina
La lucha entre el capitalista y el asalariado principia con la relación capitalista misma, y sus convulsiones se prolongan durante todo el período manufacturero 130. Pero no es sino con la introducción de la maquinaria que el obrero combate contra el medio de trabajo mismo, contra el modo material de existencia del capital.
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La destrucción masiva de máquinas que tuvo lugar bajo el nombre de movimiento ludista en los distritos manufactureros ingleses durante los primeros 15 años del siglo XIX, a causa sobre todo de la utilización del telar de vapor, ofreció al gobierno antijacobino de un Sidmouth, un Castlereagh, etc., el pretexto para adoptar las más reaccionarias medidas de violencia. Se requirió tiempo y experiencia antes que el obrero distinguiera entre la maquinaria y su empleo capitalista, aprendiendo así a transferir sus ataques, antes dirigidos contra el mismo medio material de producción, a la forma social de explotación de dicho medio.
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Si se dice, por ejemplo, que en Inglaterra se requerirían 100 millones de hombres para hilar con ruecas el algodón que ahora hilan 500.000 obreros con la máquina, no significa esto, naturalmente, que la máquina se haya apoderado del lugar de esos millones de seres, que nunca han existido. Significa, únicamente, que se requerirían muchos millones de trabajadores para remplazar la maquinaria de hilar.
Si se dice, por el contrario, que en Inglaterra el telar de vapor arrojó a 800.000 tejedores a la calle, no se habla aquí de una maquinaria existente que tendría que ser remplazada por determinado número de obreros, sino de un número existente de obreros que efectivamente ha sido sustituido o desplazado por la maquinaria. Durante el período manufacturero la base seguía siendo la industria artesanal, aunque disgregada.- [Karl H. Marx en 'El Capital' (parte LXXX)- CAPÍTULO XIII MAQUINARIA Y GRAN INDUSTRIA].
Afortunadamente, las máquinas ganaron la batalla. Y aunque no te veo, Desdeluego, incendiando con latas de gasolina grúas monstruosas o cabezas tractoras descomunales, das la impresión con esa respuesta tuya al sensato comentario del vejete que no andas muy lejos en lo mental de los ludistas que quemaban, en la Inglaterra de los primeros años del xiglo XIX, telares.