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26 agosto 2009
Nunca revises los neumáticos si sales de vacaciones…salvo que quieras convertirlas en un parque temático (y II)
Resumen de lo publicado anteayer: Acuciado por una especie de débito conyugal hacia el Nickjournal, un sujeto cuenta sus dudosas e inesperadas vacaciones con no menos dudoso estilo y en dos entregas, buscando tanto la intriga como la economía, que el verano y las obligaciones no dan más de sí. Ésta es la última, en la que el final suple al desenlace.



El bar, curiosamente, no estaba despoblado. Una corta y variopinta fauna, reunida allí por el mismo descarnado azar que si les hubiera llevado a mejor sitio lo hubieran confundido con buena suerte, ocupaba sin entusiasmo pero con bebidas y tapas rancias buena parte de las mesas. En una de ellas, con las esquinas del tablero de raylite levantadas dejando el aglomerado y su fe a la vista, estaban sentadas un par de monjas negras y jóvenes acompañadas de un tipo de mirada decidida y pinta de cura de paisano. Tenía el aspecto implacable de los que no te ayudan a subir la maleta al altillo del autobús de línea porque creen tener un destino manifiesto al que servir de inmediato con una metódica compulsión que les salve del riesgo de toda duda. Estaban los tres tiesos como palos ante sus tazas de café con leche ya agotadas y guardaban un silencio más aburrido que contemplativo, desprovisto de toda intriga. De todo ese montón de datos y como el día había sido espeso no pude deducir más que las monjas no eran irlandesas. Aparqué mi perspicacia en otra mesa con la intención de saciarla con una copiosa y típica cena mientras falcaba la pata de la silla con una servilleta de papel doblada en ocho para evitar que el balanceo pudiera parecer obsceno. Al levantar la vista me topé con un sujeto muy pulcro que ocupaba la mesa vecina y leía con devoción un libro encuadernado con pastas antiguas que se titulaba Manual para aprender a escribir a máquina en 3 semanas. No llevaba gafas de concha ni tenía pinta de oficinista psicópata ni se sometía a ningún otro guión previsible, pero resultaba tan ajeno a todo lugar que dejaba a este bar más anacrónico de lo que ya era. Con gestos secos y rápidos y un pulgar bañado en saliva pasaba las páginas del manual con una familiaridad que demostraba llevar más de tres semanas dedicado a tan noble empeño. Lo hacía con la misma fruición con que pasamos los días de vacaciones.

La víspera de esa página había empezado yo las susodichas con una visita a una supuestamente exclusiva playa de Levante sitiada por un campo de golf, un parador nacional y la suciedad ácida del mar procedente de los desagües de los barcos que llegaban al cercano puerto. Habían pasado los tres días de riguroso y sofocante poniente que ofrece todo verano que se precie y era el primero en que el viento giraba hacia el piadoso y habitual levante, con tanta decisión que se había transformado en una marejada disuasoria del baño. Las olas habían arrojado montada en su espuma verde a una dorada de buen tamaño cuyas escamas ya estaban grises y opacas al quedar varada en la orilla. La indolencia de los escasos paseantes al pasar a su lado remató su débil esperanza de ser devuelta al agua y sólo las gaviotas que planeaban sobre el festín daban señales de vida en un paisaje que parecía detenido bruscamente por una vieja y terminante orden de rutina. En ese solar en el que los bañistas se habían petrificado como postes indicadores de la desgana vacacional, una gaviota empezó a picotear el pez con vergüenza, mirando nerviosamente de reojo a ambos lados como si temiera ser detenida por comportamiento indecoroso. Y algo de indecente había en la saña con que empezó a aplicarse sobre la cabeza del cadáver, primero alrededor del ojo, después con una ambición no exenta de elegancia desde su torso rígido y el cuello como martillo neumático. Fue en ese preciso momento cuando decidí salir en busca de parajes menos carnívoros, sin saber que la mecánica del automóvil moderno me llevaría a conocer otros comensales no menos voraces.

(Escrito por Bartleby)

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[0] Editado por Bartleby a las 8:00:00 | Todos los comentarios // Año IV



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Escrito por: Blogger Garven - 27 de agosto de 2009, 0:22:00 CEST

[200] Eso es lo que yo pienso, y los derechos de las muejres que tengan niveles muy altos de testosterona.
En España, la mujer con mejor ELO es un transexual.

 

Escrito por: Blogger qtyop - 27 de agosto de 2009, 0:23:00 CEST

[201]

Bueno, no sé si eso es relevante

(por el ajedrez y por España)

 

Escrito por: Blogger Dragut - 27 de agosto de 2009, 0:24:00 CEST

¿Alguien tiene un poquito de sal para dejarme? Devuelvo mañana lo prestado doblado en peso o proporciono beso de tornillo.

 

Escrito por: Blogger qtyop - 27 de agosto de 2009, 0:24:00 CEST

Otro aspecto cachondo es el de las quejas. Había quien se quejaba de que los controles de sexo eran obligatirios (salvo, jeje, a la princesa, jeje) y ahora se quejan de que son 'arbitrarios'.

 

Escrito por: Blogger qtyop - 27 de agosto de 2009, 0:25:00 CEST

Natural, de la buena.

 

Escrito por: Blogger Javier L. - 27 de agosto de 2009, 0:31:00 CEST

Sírvase, Dragut, sírvase. Pero no se preocupe: ya pasaremos cuentas después de echarme el barril de Mahou por encima.

http://www.fotolibre.org/albums/userpics/10014/normal_salinas_color_101_0492.jpg

 

Escrito por: Blogger Garven - 27 de agosto de 2009, 0:38:00 CEST

[203] Sírvase lo que quiera:
http://es.wikipedia.org/wiki/Sal_mald%C3%B3n

 

Escrito por: Blogger Dragut - 27 de agosto de 2009, 0:46:00 CEST

Yo se lo agradezco, señores, pero, ¡coño!, con tanta sal la tortilla me ha quedado incomestible. ¡Se quedan ustedes sin beso de tornillo! ¡Hala, para que se chinchen!

(Gongren, lo de la Mahou, al final, ¿era con barril o sin él? Es sólo por respetar la liturgia más ortodoxa, que bien sabe que yo soy muy clásico.)

 

Escrito por: Blogger Javier L. - 27 de agosto de 2009, 0:48:00 CEST

Dragut, todo depende de si el sastre me entrega el traje de kevlar a tiempo o no.

 

Escrito por: Blogger Mandarin Goose - 27 de agosto de 2009, 1:24:00 CEST

El insulto inane es el homenaje que los acomplejados rinden a los que envidian

rebuznan, luego molestamos

 
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