Los políticos siguen en sus cosas, poniendo así de manifiesto lo mucho que están apartados, a su pesar, de las preocupaciones de los españoles. En cuanto que se ha puesto dramáticamente de manifiesto que no hay riqueza que repartir, muchos ardores regionalistas y separatistas se han apagado. Lo que preocupa en estos días a los políticos son sus elecciones, sus cacerías, sus propios problemas. Como siempre.
Los medios de comunicación, principalmente los de la prensa escrita y virtual, están cumpliendo bien con su obligación de tenernos razonablemente informados de la marcha de la crisis. Y es que, al fin y al cabo, le llueven desde ella noticiones que les caen como agua de mayo.
Los banqueros van capeando como pueden su tormenta particular. Encerrados en su concha, sin saber todavía si esos modestos torbellinos que empiezan a ver van a llegar a convertirse en tornados arrasadores, se preparan para digerir la gigantesca cantidad de capital poco líquido que adquieren a la fuerza, porque muy sólido es ese inmenso montón de ladrillos que se les está derrumbando encima. En cuanto a las Cajas, se mantienen en vanguardia de esta flota financiera en peligro, con el despiadado riesgo de cebollazo en sus mismísimas narices.
Respecto a los empresarios, ahora más que nunca su salud va por sectores. El de la construcción casi está naufragado, en todos sus tamaños. El de la automecánica, ahogándose. El de las telecomunicaciones, saludable. Unos padecen más y otros menos. Los pequeños empresarios, casi todos ellos, vengan de donde vengan, medio muertos de sed por la pertinaz sequía crediticia.
La calle está extrañamente tristona. Aunque se nota la falta de camiones en las autopistas y las circunvalaciones de las grandes ciudades, los coches no cejan en su ir y venir, ya que la gente no para de correr y currar, notándose también lo mucho que los precios del combustible han bajado. El español medio permanece expectante, pues todavía no se ha producido un descenso alarmante del dinero disponible, aunque los nubarrones se ven venir. El paro aumenta y los correspondientes subsidios no durarán para siempre. Muchos trabajadores y sus familias están sufriendo ya la angustia y las necesidades del desempleo. Afortunadamente para el conjunto del país, los numerosísimos funcionarios y jubilados de todos los pelajes seguirán cobrando, lo que dará un impulso indispensable al necesario consumo. El estado tendrá que endeudarse, eso sí, pero las trampas las pagarán nuestros nietos, si Dios lo quiere, que en moruno se dice Inchallah.
Los expertos, por último, han llegado a describir con razonable precisión mucho de lo que ha pasado y algo de lo que está pasando, pero aparentan no tener ni idea de lo que puede llegar a pasar, es decir, de lo único que del ominoso futuro nos importa: quién, cómo y cuándo va a salvarnos, si ello es posible.
¿Qué etapas son obligadas en un camino de solución?
La gente de a pie es mucho menos sabia que los expertos, pero no carece de sentido común. Sabe que hay cosas que tienen que pasar, porque si no lo hacen la crisis no se acabará jamás. Al decir “tienen” significo que es necesario que pasen, aunque probablemente no sea suficiente. Pero esta necesidad obliga a que nos fijemos en ellas con mucha atención. Desde mi perspectiva de currito callejero, estas cosas son tres:
1).- Tiene que haber un liderazgo político fuerte.
Porque la gravedad actual y potencial de la situación exige tomar medidas difíciles y a la vez convencer a la gente de su bondad. Pero como los líderes carismáticos no se llevan ya en nuestros tiempos postpostmodernos, ese liderazgo fuerte solo puede ser corporativo. A nivel político, hace falta un gobierno de concentración nacional o algo que se le parezca mucho, en el que todos los partidos de cierta relevancia se mojen. También unos pactos de estado con las autonomías para que éstas hagan juntas toda la patria que va a hacernos falta. A nivel social, cada día parece más necesaria una reedición de los Pactos de la Moncloa.
Para que lo anterior sea posible, el PSOE y ZP tienen que dejar de pensar que la crisis desborda las posibilidades de España, porque es una crisis mundial que solo pasará cuando los muy grandes, USA, UE, China, consigan enderezar sus rumbos. También tienen que dejar de creer que las posibilidades de actuación interna del gobierno de una España casi confederalizada son muy escasas. Estas son su espada y su pared, que los llevan a la cuasi inacción de una política de parcheo. Pero la espada, y la pared que es burladero, lo que definen es un ruedo en el que hay que torear con valentía.
Ante la mezcla de dejación en el poder del gobierno actual, al PP parece que no le queda sino clamar en el desierto. Pero este clamor podría tener al menos el valor de la sinceridad, ser más jeremíaco, lo que desgraciadamente no es el caso, pues el PP apunta hacia medidas muy generales para resolver la crisis, pero no acaba de mojarse: de la reducción de impuestos sí se atreve a hablar, pero no del abaratamiento del despido. Ha tenido que ser el gobernador del Banco de España, un socialista, quien apunte hacia esta medida, tan necesaria precisamente para que el empleo no se destruya, una cuestión de simple aritmética.
Todos los demás, destacando los partidos nacionalistas y regionalistas, quizá con la excepción de CiU, se están limitando a esperar que escampe, calladitos, eso sí, que cuando no hay perol que rebañar más vale no dar gritos. Pues también tendrán que mojarse.
2).- Tiene que venderse el parque de viviendas nuevas y vacías.
Ese más de un millón de viviendas acabadas que no se vende, cuando valorado por lo bajo, a 120.000 euros la unidad, representa un capital de más de 120.000 millones de euros, cifra gigantesca para las dimensiones españolas, importantísima riqueza que tenemos ahí pero que está inmovilizada en forma de ladrillos. No se puede poner en circulación porque no se puede vender porque no hay compradores no porque falte demanda sino porque no hay crédito porque la banca está de alguna manera contra la pared.
El anterior es un esquema perfecto para convertirse en gigantesco círculo vicioso, ya que una parte importante y creciente de ese parque inutilizado de viviendas nuevas va estando en manos de la banca. Para poder venderlo, es decir, para convertirlo en ese dinero que tan necesario es para mover todo nuestro sistema económico, tendrá que bajar sus precios de venta. Eso lo sabemos todos, y mucha gente no compra esperando a que bajen más, lo que genera otro posible círculo vicioso. Los bancos se resisten a vender por el efecto que esta depreciación puede tener en sus balances. ¿Para cuándo medidas jurídicas y fiscales que disminuyan la magnitud del porretazo? Directivas del Banco de España, una ley de actualización de balances de los bancos, qué sé yo. Porque en estos temas me pierdo, pero me parece que el gobierno y el Banco de España podrían hacer algo más que lo que de momento están haciendo.
Para los pisos que no puedan venderse, la potenciación del alquiler sería una solución. Pero no hay suficiente seguridad jurídica en los contenciosos que puedan surgir con los arrendatarios, ahí está para demostrarlo la enorme cantidad de pisos con propietario y vacíos. Esto no es solo por las leyes existentes, sino porque la justicia española no funciona bien, no es lo suficientemente ágil, lo que resulta en que la gente le tema a los pleitos, una muestra más de que uno de los problemas más inquietantes que padecemos en España, anterior por cierto a la crisis, es la falta de un sistema judicial eficaz, sin el que no puede haber ni estado de derecho ni economía dinámica. Pero ya vemos lo que sigue pasando con la justicia en España. ¿Para cuándo la solución? ¿Para cuándo también una ley de Arrendamientos Urbanos nueva, que facilite poner este gigantesco sistema en movimiento? Estos son problemas importantes a los que pueden y deben meterle mano el gobierno y los legisladores.
3).- Tiene que recuperarse la fluidez del crédito.
Si vemos el sistema económico español como el autobús que nos lleva, el sistema financiero es su lubricación y refrigeración, que no fluye bien, con lo que el motor se calienta y el autobús tiene que pararse. ¿Qué nos está fallando, el aceite que engrasa y refrigera, que son nuestros bancos, o el agua que enfría el aceite y que es el dinero que fluye desde los ahorradores nacionales y extranjeros? Parece que lo que desencadenó la crisis fue la falta del agua que nos habían prestado los alemanes, pero luego han aflorado nuestras propias debilidades y todo el sistema se ha ido desmoñando.
Para que el crédito pueda fluir de nuevo, bancos y cajas tienen que resolver sus problemas más acuciantes, entre los que destacan: pagar las deudas contraídas con prestatarios internacionales, deshacerse de los inmovilizados que les han llegado desde las constructoras quebradas y asegurarse de que sus clientes morosos, detentadores de hipotecas concedidas en los últimos años, no van a aumentar por encima de un cierto límite. Ardua tarea, que difícilmente van a poder resolver por sí solos, como ya se está demostrando. Para pagar sus deudas con los bancos extranjeros ya los está ayudando el estado, y en cuanto al problema del parque de viviendas lo he tratado en el punto (2). Pero ¿qué hacer con la multitud de pequeños morosos, que como dejemos que la crisis se ahonde pueden convertir nuestro sistema financiero en el camarote de aquellos proféticos hermanos Marx de “Una noche en la ópera”? Pues aquí el estado tiene que hacer dos cosas indispensables: pagar sus deudas con los particulares y apretarse el cinturón en el gasto público, lo primero es imposible sin lo segundo. Y cuando digo el estado no me refiero tan solo al gobierno, sino también a las autonomías y los ayuntamientos. Esta es una tarea complicada, que no puede culminar mañana sino que necesita algunos años, pero que tiene que iniciarse ya, es decir, ya ya, lo que no da la impresión de que se haya hecho. Es una tarea para el gobierno nacional, los gobiernos autonómicos y los ayuntamientos.
Ese listado de las tres cosas que tienen que pasar antes de que la crisis empiece a despejarse no es estratégico, sino táctico, no es para pasado mañana, sino para anteayer. Obliga a todos los españoles, empezando por los políticos y los banqueros, a arremangarse y mirar solamente hacia lo hondo del fregadero, a ese agua grisácea y grasosa en la que flotan muchos platos rotos.
Luego queda un montón de batallas más importantes aunque menos urgentes: definir de una vez el modelo energético, aprender a competir en los irreversibles mercados globalizados, construir entre todos la marca España
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