(Al Sablista Escapista, por sugerirlo y recordármelo.)
En el valle del Ródano, de donde procede, la Viognier es una variedad rara: poco más de cien hectáreas están censadas a finales de 2004. Considerando una producción media de unos 2000 litros por hectárea, la vinificación total en la región madre es realmente escasa. De ahí, entre otras cosas, sus elevados precios habituales en la douce Françe. Pero no sólo su escasez en el mercado justifica su encarecimiento. Se trata de un vidueño de difícil manejo: sensible a enfermedades criptogámicas, de muy brusca maduración (lo que hace estrictamente crucial el momento exacto de la vendimia) y recolección manual complicada, teniendo en cuenta el pequeño tamaño de los racimos y la tendencia de los mismos a agruparse fuertemente dentro de la cepa. Vencidas, sin embargo, estas dificultades, el resultado final es un vino de fortísima personalidad. Su color, intenso, más dorado que amarillento; sus particularísimos y complejos aromas primarios, que no recuerdan a ninguna fruta en concreto pero constituyen un potente flujo caracterizado por una agradable sequedad cómodamente refrescada; su untuosidad en la boca, hija de un alto extracto seco y una fermentación maloláctica bien definida; su completo retrogusto, que vuelve a recordarte, a devolverte, esta vez ahijados a una persistente sensación entre láctica y glicérica, los aromas que, antes, discurrieron amablemente por tu nariz. Un vino-secuencia, para beber muy lentamente: con el ritmo de un endecasílabo perfecto. El Viognier no es, como otros blancos al uso, un haiku: hermosa brevedad encriptada en lo esencial; el Viognier es un soneto con estrambote y, si dejas tu alma en vilo, podrás apreciar en él los dos cuartetos, los algo más breves tercetos y su coda final.Los Viognier que nos hicieron soñar un sábado perfecto proceden, los dos, de la Mancha, entendida ésta en su sentido más administrativo que geográfico. El primero, un Peces Barba del 2004, cultivado y hecho en Orgaz, terruño que, por su origen granítico, bien puede recordar en su edafología al valle del Ródano: volver a los orígenes. Se trata de un Viognier que, aún manteniendo buenas características varietales, podemos adjetivar como ligero. Ideal, sin embargo, para –como hicimos nosotros– restaurarse convenientemente tras el viaje e ir adaptando nuestros sentidos al próximo desafío: el Vallegarcía 2002, llegado desde los silíceos, ordovícicos terrenos de Retuerta del Bullaque, cabe el Parque Nacional de Cabañeros. Este es un vino mucho más completo: sereno ya, por su edad, puede uno imaginar sus plateadas sienes mientras, sin raspaduras ni aristas, discurre amorosamente por nuestra boca. Encajó perfectísimamente con las ostras de Arcachon y nos permitió, incluso, dar comienzo a la fideuá negra caldosa. Sin solución de continuidad, nos esperaba un Cristal millesimé 1996, de Louis Roederer. La tradicional generosidad del Marqués de Cubaslibres, cristalizó en esta ocasión en un festín de finísima burbuja, amistad y contenida alegría: noblesse oblige.
(Escrito por Protactínio)
Etiquetas: Protactínio, vinos
«El más antiguo ‹Más antiguo 201 – 232 de 232