La Tercera Cultura en España
ARCADI ESPADA
Querido J:
Un grupo de valientes ha puesto en marcha el proyecto español de la Tercera Cultura. Lo han llamado 3.0 en guiño de red digital. Está la antropóloga Teresa Giménez, que fundó Ciutadans; el joven filósofo (eso es una categoría establecida) Eduardo Robredo; el periodista José Pardina, director de la revista, tan pionera, Muy Interesante; y estuve yo también, esta semana en Madrid, para contribuir a la presentación pública del proyecto, que cuenta con el apoyo de gentes como los filósofos Ibn Warraq o Robert Redeker; los científicos Ramón Núñez o Manuel Toharia; el escritor, también editor de Alba, Luis Magrinyà; José Lázaro, último Premio Comillas de Biografías y el catedrático Gabriel Tortella. Han puesto en marcha una web, todavía en construcción, terceracultura.net. Pásalo, amigo mío, aunque sea a las orquídeas. ¿Qué quiere esta gente? Algo sencillo de decir, pero violentamente subversivo en lugares como España: añadir el punto de vista científico a la toma de decisiones. Es decir, que la política, la economía, la literatura, el periodismo, la psicología, la religión, ¡y hasta la misma ciencia! se encaren con el método científico.
Su modelo moderno es el Edge (edge.org) de John Brockman, el editor de Richard Dawkins, Daniel Dennett, Sam Harris, Christopher Hitchens y Steven Pinker. En su prólogo a El nuevo humanismo (Kairós, 2007), Brockman escribía: «Uno no puede por menos de maravillarse ante críticos de arte que no saben nada sobre percepción visual; ante críticos literarios, construccionistas sociales, que carecen del menor interés en los descubrimientos universales documentados por los antropólogos acerca del ser humano; ante opositores a los alimentos transgénicos, a los aditivos y a los residuos de los pesticidas que tienen un total desconocimiento de genética y de biología evolutiva». La lista de maravillas podría ampliarse gravemente: filósofos que no conocen la teoría de la evolución, lingüistas que ignoran la neurociencia, políticos al margen de internet, economistas que no han oído hablar de la psicología cognitiva o legisladores morales que desprecian la huella genética. Ni que decir tiene que, en el caso ibérico, y en general en todas las culturas no anglosajonas, el espectro maravilloso alcanza niveles patéticos.
La iniciativa de mis amigos y del propio Brockman tiene un antecedente visionario y fundamental. El año próximo se cumplirán los 50 años de la conferencia que C. P. Snow dictó (el 7 de mayo) en la Universidad de Cambridge: de acuerdo con la cronología de la Wikipedia, la conferencia era una ampliación del artículo publicado en New Statesman, el 6 de octubre de 1956, también titulado Las dos culturas. Nuestro viejo país destruido tiene el honor de haber sido el introductor en España de la idea de Snow. En efecto: la traducción catalana de las tesis ¡snowistas! es de 1965 (Les dues cultures i la revolució científica. Edicions 62). Si no ando errado, no habrá traducción al castellano, en Alianza, hasta 1977. Da un poco de vértigo examinar, ahora y aquí, las ideas de Snow. Me he fijado especialmente en la noticia de un artículo que publicó en 1963 en el Times Literary, analizando el eco que había tenido su sugerencia de fusionar letras y ciencias en un nuevo paradigma de conocimiento. Se preguntaba en síntesis Snow, que era novelista: «¿Qué ha hecho la literatura con la revolución científico-técnica en marcha? Nada», se contestaba. Hoy, aquí, podemos repetir pregunta y respuesta. Nada. Todas las metáforas dominantes siguen procediendo del agro. La propuesta de Snow tenía, sobre todo, un carácter moral: «Con suerte, podemos educar a una gran proporción de nuestras mejores cabezas de forma que no sean ignorantes en la experiencia imaginativa, tanto en las artes como en las ciencias, ni sean ignorantes tampoco en los beneficios de la ciencia aplicada, del sufrimiento remediable de la mayoría de sus semejantes y de las responsabilidades que, una vez vistas, no pueden negarse». El sufrimiento remediable. Ahí estaba y está la clave.
Snow aprovechaba también su artículo de 1963 para responder al crítico F. R. Leavis, que había cargado groseramente contra la idea argumentando que Snow era un pobre novelista y, en consecuencia, un mero caballo de Troya de la Ciencia en el Arte. Se trata, destacadamente, de la respuesta que se espera de los hombres de letras. Mejor que la defensa del propio me vale la del admirable Paul Johnson, roca de la tradición... y sin embargo: «Las piezas celebratorias de los devotos de Leavis expresaban particular admiración por su tosca polémica con C. P. Snow. En su momento, pensé que no había captado el meollo del argumento de las dos culturas de Snow, y que era tan innecesariamente venenoso que sugería una antigua ofensa personal. Sin duda, Snow le hizo un favor -como a muchas otras personas-, pero Leavis era la huraña encarnación del adagio: «Ninguna buena acción queda impune.»
Antes te adelantaba algún dato sobre la recepción española de Snow. Es muy útil seguir su recorrido en los medios españoles. En primer lugar, para constatar otra vez la pertinaz sequía. Y luego, para rendir homenaje a los que lo merecen. Lo primero que quiero decirte es que en la revista Triunfo, canon del progresismo antifranquista español, no hay un sola referencia al debate. Ni una sola, en 20 años (1962-1982) de artículos sesudos. En La Vanguardia del franquismo hay un par. Y lo más dolorosamente significativo es que en el gran diario de la transición, en El País, hay lo mismo que en La Vanguardia. En uno y otro caso las solitarias referencias se deben a dos modernos intelectuales españoles. El primero es Salvador Pániker, que a pesar de algún escarceo con el irracionalismo siempre ha acabado reconociendo su sitio. El 3 de diciembre de 1967 publicó un visionario y asombroso artículo, Literatura y electrónica, donde Google está perfectamente presente y que acaba con esta admonición profética: «O la literatura encuentra su nuevo código lingüístico (adaptado a la estructura de la época, y en perpetua confrontación con la Ciencia), o la literatura quedará reducida a un pasatiempo sin influencia en el curso de la Historia». Así se ha quedado. Un pasatiempo. La referencia de El País se debe a Mario Vargas Llosa, un hombre dedicado a la ficción, al ensayo y a la política; y lo que es notoriamente ejemplar: sin confundir nunca una cosa con otra. O sea, al revés de tantos que proceden como aquella errada, señora en la cocina, puta en las fiestas y maruja en la cama. El 27 de diciembre de 1992, Vargas Llosa publicó una reconstrucción de la polémica entre Snow y Leavis. Uno de sus grandes artículos de biblioteca, quiero decir escritos en biblioteca, sean la de Harvard o la de Londres. Lo más fascinante del artículo es advertir la atracción que Vargas Llosa siente por Leavis, el gran carcamal literario. Y que la atracción no le venza. Y que concluya que el mundo (el mundo digo, no lo ibérico) haya ido du côté de Snow.
La historia y el presente prueban que el paisaje local está difícil, es decir, muy atrayente para la diseminación de las ideas de la Tercera Cultura. Yo espero ver pronto en los paneles municipales de Madrid, ya que no los deditos huéspedes del Diario de una ninfómana, la frase que Richard Dawkins mandó colgar de los autobuses de Londres: «Probablemente Dios no exista, así que disfrutemos de la vida». Para los de Barcelona sugiero, debidamente traducida, una versión algo distinta: «Probablemente la nación no exista, así que disfrutemos de la vida». No es siempre cierto que las fantasías procuren placer. Con frecuencia, son agentes activos de la desolación. El realismo admirable de la Tercera Cultura se emparenta, sobre todo, con la alegría. Señaladamente, en el sentido de aquella sabiduría hebraica que advierte de que la alegría y el límite se rechazan.
Sigue con salud.
A.
Manda narices lo de la Cristina Almeida. También ella hija de reputado franquista. Me da a mí que esto de la "memoria histórica" se le darían menos vueltas si removerlo tuvieran que pagarlo los hijos a escote. De los dos bandos, por supuesto. Ya me imagino las caras de muchos al recibir la notificación de Hacienda: "Oiga usted, como heredero de fulanito se procede a cargarle en cuenta veintitres paseos, a tanto el paseo debe usted a la Hacienda tanta pasta, que le descontaremos en cómodos plazos..."