El 24 de octubre de 1975, las mujeres de Islandia se declararon en huelga. Una huelga especial pues no era estrictamente profesional. Era una huelga de sexo o de género como se dice ahora. Ciertamente había comportamientos claramente discriminatorios en el trabajo y un hartazgo por parte de las féminas, pero no sólo era eso; se reivindicaba el papel de la mujer en la sociedad, como madre, hija, esposa y compañera. La convocatoria fue un éxito y el país se colapsó ese día. Extrañamente la importancia de ese día ha pasado bastante inadvertido, dudando el que suscribe que muchas militantes feministas de hoy tengan conocimiento de ese hecho; incluso la versión española de Wikipedia no la recoge . Los diferentes tipos de clasificaciones de las huelgas que se hacen por los entendidos tampoco se hacen eco; en el acervo popular se ha instalado la huelga a la japonesa (una leyenda urbana) y se ignora la huelga a la islandesa (o si se me permite “huelga al bacalao”). Las islandesas buscaban no ser discriminadas, un fin muy loable, y seguramente lo consiguieron pues fue el primer país europeo con una mujer primera ministra . Lo que yo dudo es que las islandesas quisieran pasarle la mano por encima a los islandeses, o como dicen los castizos, darle la vuelta a la tortilla.
La aplicación desviada de los postulados de las mujeres islandesas nos ha llevado a la situación actual, donde ser hombre y heterosexual no supone ninguna ventaja, y más bien, bastantes desventajas. El colofón lo puso nuestro Tribunal Constitucional, cuando sin ningún rubor nos coloca una suerte de pecado original por, como diría la Trinca, tener un “palmo más”, en esa cosa que llaman sentencia 59/2008 “No resulta reprochable el entendimiento legislativo referente a que una agresión supone un daño mayor en la víctima cuando el agresor actúa conforme a una pauta cultural —la desigualdad en el ámbito de la pareja— generadora de gravísimos daños a sus víctimas y dota así consciente y objetivamente a su comportamiento de un efecto añadido a los propios del uso de la violencia en otro contexto. Por ello, cabe considerar que esta inserción supone una mayor lesividad para la víctima: de un lado, para su seguridad, con la disminución de las expectativas futuras de indemnidad, con el temor a ser de nuevo agredida; de otro, para su libertad, para la libre conformación de su voluntad, porque la consolidación de la discriminación agresiva del varón hacia la mujer en el ámbito de la pareja añade un efecto intimidatorio a la conducta, que restringe las posibilidades de actuación libre de la víctima; y además para su dignidad, en cuanto negadora de su igual condición de persona y en tanto que hace más perceptible ante la sociedad un menosprecio que la identifica con un grupo menospreciado. No resulta irrazonable entender, en suma, que en la agresión del varón hacia la mujer que es o fue su pareja se ve peculiarmente dañada la libertad de ésta; se ve intensificado su sometimiento a la voluntad del agresor y se ve peculiarmente dañada su dignidad, en cuanto persona agredida al amparo de una arraigada estructura desigualitaria que la considera como inferior, como ser con menores competencias, capacidades y derechos a los que cualquier persona merece.”
En definitiva, fueraparte de considerarnos unos violentos, machistas, falócratas, misóginos, y origen de toda suerte de maldad que se le pueda ocurrir; la normativa y la jurisprudencia se ha empeñado en castigarnos, colocarnos en un segundo plano y ser carne de “mofa” y de despido. Por eso, al igual que las mujeres de Islandia, los hombres de España deberíamos plantearnos un día de huelga; un día sin chapuzas domésticas, sin bolsas de hipermercado, sin cambiar ruedas pinchadas de coche, sin sacar el perro, sin arreglar ordenadores, sin leer el manual de instrucciones, sin DVD, sin decirles lo guapas que están, sin dar la serenidad en esos momentos descontrolados, sin comprenderlas cuando las hormonas les hacen malas pasadas, sin darles un abrazo cómplice cuando te lo piden con la mirada y sin todas esas cosas que hacemos los hombres facilitando la vida al resto de los mortales. Una huelga a la española bajo la leyenda “Viva la tortilla de patata con salchicha”
(Escrito por Cateto de Pacifistán)
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