Una de las pegas más evidentes de la industria cultural de Occidente es esa capacidad que tiene para borrar huellas. Huellas que implican influencias, quiero decir. Que el personal no conozca bien el pasado, que tenga escaso bagaje sobre el mismo, hace más fácil que te puedan vender gato por liebre. Como sucede con la famosa Carla Bruni, que no es que sea mala cantante, pero sus méritos se exageran cuando se olvida quien está detrás de ese estilo, de esa voz, de esa imagen. La citada Françoise. Sucede lo mismo con otros cantantes actuales franceses, por no entrar en otros ámbitos culturales. Pasan por vanguardia cuando sólo son, en el mejor de los casos, apañados imitadores de referentes convenientemente ocultados.
A diferencia de la Bruni, Hardy no habría enamorado al tontaina de Sarkozy. Además de al niño/adolescente Horrach, enamoró al canalla Jacques Dutronc (la cara de gamberro simpático que gastaba el joven Dutronc siempre me recuerda al gran Valentino Rossi), con el que cantó alguna que otra canción y con el que concibió un hijo, Thomas, ahora músico y también cantante.
Ya está mayor, pero la Hardy sigue trabajando. Nada mal, por cierto. Y, a diferencia de otras mujeres, cuya belleza es arrasada con la edad (estoy pensando en la coetánea Anne Wiazemsky, que hace poco publicó un libro sobre su relación con el cineasta Robert Bresson), la Hardy sigue conservando parte de esa aureola que la caracterizaba en los 60. Un ejemplo más o menos reciente de su música lo encontramos en una colaboración que llevó a cabo con el dúo Air, que permitió dar a luz esta joya: Jeanne.
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Rusia reconoce a Osetia del Sur y Abjazia. Chapeau. Por mi parte, sería incapaz de reconocer a Osetia del Sur de Osetia del Norte y creía que la Abjazia era una enfermedad mental.
Hervé Le Tellier, en 'Le Monde'