Sobre la idea, más problemática de lo que parece, de la nación como plebiscito diario:
"Ernest Renan responde a la pregunta sobre la esencia de la nación en los siguientes términos: “Una nación es un alma, un principio espiritual. Dos cosas que, a decir verdad, no son más que una, constituyen este alma, este principio espiritual. Una está en el pasado, la otra en el presente. La una es la posesión en común de un rico legado de recuerdos; la otra es el consentimiento actual, el deseo de vivir juntos, la voluntad de continuar haciendo valer la herencia que se ha recibido indivisa.... Tener glorias comunes en el pasado, una voluntad común en el presente; haber hecho grandes cosas juntos, querer hacerlas todavía, he aquí las condiciones esenciales para ser un pueblo.... La existencia de una nación es (perdónenme esta metáfora) un plebiscito de todos los días” (E. Renan, ¿Qué es una nación? -trad. A. de Blas Guerrero-, Madrid, 1987, págs. 82 y 83).
Antes de seguir querría llamar la atención sobre el cambio de registro que el planteamiento nacionalista sufre en el juicio formulado por Renan en el pasaje anterior. Hasta tal extremo llega el proceso de interiorización del ser nacional que plantea el pensador francés, que incluso la referencia al pasado, aparentemente un residuo de la tosca antigualla objetiva, queda subordinada a la conciencia que de ese pasado se tiene desde el presente. Sin desaparecer en Renan las alusiones al pasado, en el que encuentra uno de los dos pilares de la nacionalidad -el otro lo halla en el presente-, no es menos cierto que el polígrafo francés viene a decir que aquel ha de ser revivido, traído de nuevo a la vida, renovado una vez y otra, por la conciencia que, situada en el presente, vuelve la mirada hacia atrás. En efecto, Renan no habla tanto de la posesión de un pasado común, cuanto, sobre todo, de la posesión de unos recuerdos comunes, unida a la voluntad de continuar eso que se recuerda.
Esta “humanización” democratizadora del nacionalismo corría el riesgo de ser más aparente que real. La voluntad compartida en la que presuntamente se cifraba el ser nacional fue interpretada por más de un nacionalista como un elemento no menos fáctico que los clásicos de raza, religión, lengua, etcétera, como una realidad trascendente que los individuos se encuentran ya dada, en la plena perfección de su esencia, y que por eso mismo se presta a ser utilizada para descalificar como antipatriótico cualquier eventual deseo de cambiarla. Una vez que se desliga -ello, desde luego, no es imputable a Renan- el concepto de voluntad nacional de la clara exposición del procedimiento mediante el cual esa voluntad es reconocible empíricamente, que no puede ser otro que el voto individual y secreto, se corre el riesgo de hacer de ella un ídolo por encima de las voluntades de las personas concretas y reales, susceptibles de ser tachadas de traidoras siempre que no se identifiquen con esa metafísica voluntad colectiva, en la que se quiso ver el único fundamento legítimo de un proyecto común que, en su grave y sagrada fatalidad, trasciende los intereses individuales.
Qué voluntad tan extraña esa que vuela por encima de los deseos reales de los individuos; qué lejana se encuentra esa idea de voluntad nacional de la voluntad tal como la entiende el sentido común: una disposición personal -no una facultad de una entidad general- cuyo concepto es completamente ajeno al esencialismo en el que queda cosificada aquella fantástica voluntad colectiva.
Pero el riesgo de que la exposición de la nacionalidad en términos de proyecto común, de empresa colectiva, pudiera acabar teniendo poco que ver con la deseable asunción de dicha tarea por parte de los nacionales, es evitado -¡cosa admirable!- por no pocos doctrinarios nacionalistas, que dan por cierto el beneplácito de los integrantes de la nación mediante un férreo círculo lógico que reza así: quien no admita el proyecto común que define la esencia, pongamos por caso, de España no es un verdadero español; luego todos los miembros de España admiten el susodicho proyecto. Evidentemente, se hace innecesario preguntar nada a nadie: la adhesión de los españoles a la empresa que sería España queda asegurada por ese portentoso ejercicio de democracia pura, a priori .
A esta tergiversación del nacionalismo proyectivo, lanzado al futuro más que lastrado por el pasado, hay que añadir la presencia de algunas dificultades intrínsecas, teóricas, en la formulación de Renan. El plebiscito diario no puede ser el fundamento sobre el que nazca la nación, pues ya la presupone por cuanto es el plebiscito de la nación. Además, el intento de definir esta mediante características subjetivas, de conciencia, no evita tener que recurrir a la vieja formulación objetiva. En efecto, ¿cómo puede saber uno de esos que quieren vivir juntos quiénes son aquellos junto a los que quiere vivir si no es mediante el reconocimiento de aquello que todos comparten? Si bien es cierto que un grupo reducido puede ser caracterizado mediante la enumeración exhaustiva de sus miembros, no es menos cierto que una nación, por su magnitud, no puede ser descrita de ese manera. En su caso se requiere acudir a la descripción mediante notas objetivas comunes, y unos candidatos con muchas posibilidades de victoria, si bien no son los únicos, vuelven a ser las dichosas características geográficas, zoológicas, culturales y demás."
«El más antiguo ‹Más antiguo 201 – 245 de 245