Me sucedió algo parecido a lo que me pasó cuando acabé de leer la última página del Cuaderno Gris de mosén Pla y Casadevall (también por aquella época). Una suerte de resplandor, algo así como un balazo de punta a punta del cuerpo. “He aquí un alma de verdad” me dije. Y es que pocas cosas son tan provechosas como la oportunidad de leer a un hombre que sabe escupir sobre si mismo sus defectos y vanidades. Un hombre de carne y hueso cuyos papeles exudan vida y asombro ante lo y los demás. Luego me enteré (leí durante meses con voracidad todo lo relacionado con Ridruejo) que fue uno de los falangistas de primera hora, afiliado desde 1933, e íntimo amigo y colaborador de José Antonio. Bueno, también entonces conocí que Dionisio no tardó mucho en denunciar las torpezas cometidas y los obstáculos interpuestos por el régimen franquista (el pernicioso elemento inmovilista, según él), enviándole una carta muy crítica al respecto, fechada el siete de junio del 42, al mismísimo Dictador y Caudillo por la Gracia de Dios. Famosa es su frase “el Régimen se hunde como empresa aunque se sostenga como tinglado” Por ello acabó penando destierro en Ronda (ojalá todos los destierros fueran de este modo) a finales de ese mismo año. Lo mismo le sucedió cinco años más tarde pero en lugar de Ronda el “destino elegido” fue San Cucufate del Valle, provincia de Barcelona. Tierra, por cierto, de la que se enamoraría profundamente.
El mismo poeta-ensayista que colaboró en uno los himnos más notables de los últimos tiempos, el Cara al Sol (los versos del título son suyos), el mismo joven intelectual y decidido que quiso convertirse en soldado y soportar las mismas penurias que los valientes del frente (alistándose en la División Azul), ese mismo muchacho nacido de ricos propietarios que aprendiera latines de maristas e ignacianos, acabó abjurando de su pasado y convertido a la fe democrática tras su paso por la Roma de 1948. Allí fue destinado como corresponsal de la agencia nacional Pyresa, más que nada para entretenerlo con algo. No se podía (ni se puede) olvidar el pasado de Ridruejo como Jefe Nacional de Propaganda durante la Guerra. Son muchos sus desaires para con el Régimen, pero Ridruejo es uno de los camisas viejas más señalados y hacerle más daño puede soliviantar según que sensibilidades. A pesar de sus iniciales entusiasmo y fogosidad fascistoides, no se percibió nunca en él el odio africano y cainita tan caro a nuestra raza, ni siquiera en los años de la contienda civil. Incluso Laín llega a decir que “Ridruejo es liberal y lo será mientras haya hombres que libertar”. Dionisio acabó creyendo en las bondades de una praxis política de centro-izquierda preñada de humanismo cristiano, ayudó a fundar partidos y organizaciones socialdemócratas y recorrió un camino paralelo al del otro gran converso de la derecha hispánica, el ex ministro Joaquín Ruiz-Giménez Cortés.
En un guiño antipático de Nuestro Señor, Dionisio murió muy poco antes de que lo hiciera el general Franco. No pudo, tal que Moisés, alcanzar a ver su tierra prometida, la España democrática (no sé si fue la causa merecedora de tanto esfuerzo) de la que paresce que ahora disfrutamos. Participó en todas las algaradas posibles contra el régimen de un general Franco al que debía conocer bien. Su figura, altiva, noble, con algo del mismo Julio César, ejerció de faro intelectual y sobre todo ético de algunos de los españoles más destacados de la siguiente generación (un ejemplo, el prestigioso abogado Rodrigo Uría, quien le impuso a su primogénito el nombre de Dionisio en honor a su mentor). Fue siempre independiente e insobornable, como demuestra su empeño en entrevistarse con el apestado camarada Manuel Hedilla, otro polémico desterrado (éste en Mallorca, otro bendito destierro) y por la misma causa por la que se perseguía a Dionisio, la pureza falangista. En 1950 le conceden el Nacional de Literatura estando él en Roma, y al año siguiente se viene para Madrid. Dicen que, manteniendo una conversación con el también escritor falangista Eugenio Montes, éste le reprochó “Cuando como tú se ha llevado a centenares de compatriotas a la muerte, y, luego, se llega a la conclusión de que aquella lucha fue un error, no cabe dedicarse a fundar un partido político: si se es creyente hay que hacerse cartujo y si se es agnóstico hay que pegarse un tiro”.
Fue un poeta meritorio, y un ensayista/diarista soberbio, de los cuatro o cinco mejores del siglo XX español. Le pudo siempre la literatura, y tal vez sea ésta la que le apartó de las consignas fascistas (nunca del aprecio por su persona, que lo mantuvo hasta la muerte) y le mantuvo el afecto por sus viejos camaradas. Con él se fue un español de bien, un patriota, un conservador consigo mismo y un liberal con los demás, un hombre al que podemos creer equivocado, pero jamás malintencionado.
Españoles de ley, así a bote pronto, no los hay tantos. Así lo despidió su viejo amigo y compañero de fatigas Luis Rosales Camacho, también poeta, también ex camisa vieja, también hombre bueno. Recitando uno de los poemas del propio Dionisio:
ceniza de un fuego
¿dónde estás que te busco
y me busco y nos pierdo?
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