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El Mundo, 6 de Mayo de 2008
TOROS
II PREMIO PAQUIRO DE TOROS
Esa sintonía entre azar y necesidad
JAVIER VILLAN
José Tomás ha obtenido el Premio Paquiro. Enhorabuena. Los 50.000 euros que dona graciosamente Telefónica, o sea ocho kilos (más o menos) que se decía en la jerga, es lo de menos. Para Tomás eso es calderilla. Lo que importa aquí es el nombre: Francisco Montes, Paquiro, torero de coplas y romances, un hito en la historia de la tauromaquia: el precursor, el legislador.
Acertó Luis María Anson al fijar este nombre para el galardón que, en una segunda convocatoria, se ha convertido ya en la ambición de toreros, ganaderos y otras gentes del toro. Francisco Montes es, probablemente, por encima de lugares comunes, el referente máximo de la tauromaquia auroral, columna vertebral de la modernidad. O, por lo menos, de la revolución de a pie. Rainer Maria Rilke, uno de los más altos poetas del primer tercio del siglo XX, el que veía en Ronda ángeles terribles, caballos destripados y toreros heroicos, le dedicó un poema, Corrida, In memoriam Montes, 1830, según Ferrero Alemparte.
El poema está fechado en París en agosto de 1907. O sea que, incluso para Rilke, Francisco Montes era alguien; aunque Rilke no entendiera nada de toros ni le interesasen, salvo en la medida que le interesaba España. De ello se deduce que quien recibe tan alto galardón debe ser alguien y José Tomas, sin duda, lo es.
En el ánimo del jurado ha pesado la imagen de las primeras temporadas: el genuino, el indiscutible. Y la esperanza de que la reaparición, después de dos temporadas de depresión y cinco de retirada, nos devuelva al torero legendario, el que más cerca se pasaba los toros, el de los terrenos inverosímiles y la pureza del natural. Bien; a eso aspiramos todos los tomasistas de la primera hora, hoy un poco escépticos: al Tomás revolucionario, pura subversión. El jurado, creo yo, premia esa esperanza de recuperación, ese revulsivo que fue y puede seguir siendo.
Su reaparición en Barcelona, en junio de 2007, tuvo un significado político, aunque ahora Tomás se despegue de él: una banderilla en el corazón del catalanismo, antitaurino por antiespañol; fue una corrida patriótica a la vieja usanza. A partir de ese preciso momento, a José Tomás hay que exigirle la vuelta a los orígenes, la consumación de un ciclo que dejó incompleto: Tomás puede ser, probablemente, el mejor torero de estos tiempos.
Mas, para eso, esta temporada que empieza tendrá que dar la cara en las primeras plazas de España. En 2007, y en lo que va de la 2008, los toros le han dado más palos que a una estera. Ha pasado de ser el torero que más cerca se pasaba los toros a ser el torero más zarandeado, revolcado y corneado. O sea, que no se los pasa, lo arrollan. Y eso cuestiona los fundamentos técnicos de un diestro para protegerse de la cogida. Ayer mismo Raúl del Pozo me atribuía a mí esa duda filosófica: es verdad, y no puedo ahora negarlo, después de haber sido uno de los tomasistas de la primera hora más fervorosos.
Que algunos lo vilipendian por no dejarse televisar, me importa menos. Puede haber cautelas del torero; pero hay, sobre todo, problemas de mercado. Es fundamentalmente una cuestión pecuniaria. Y a mí lo de la tele me da igual. La vuelta de José Tomás fue necesaria y esa sintonía entre azar y necesidad es lo que el Paquiro ha premiado. Si durante 2007 ha habido cierta tolerancia con el José Tomás menos parecido a sí mismo, a partir de ahora será distinto. Tiene que ser fiel al Tomás de la leyenda. No puede decírsele que se arrime, porque arrimarse más es imposible. Pero el Paquiro obliga a mucho. A ser fiel a uno mismo. Y para ello no es preciso dejarse matar cada tarde, basta con torear como el Tomás de las tres primeras temporadas.
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