Los experimentos de Collins resultan especialmente interesantes aplicados a nuestro inminente escenario electoral. El valor ‘individuo’ correspondería al gestor potencial y el valor ‘circunstancias’ al amplio contexto que le compete. Podríamos catalogar como casos A a quienes determinan sus políticas detrás de los acontecimientos. Una fórmula útil para el ciudadano en tanto que repara errores detectados. El caso B concierne a los líderes que intentan anticiparse e influir en nuestras circunstancias comunes. Es un modelo más osado y requiere un talento especial. Aznar fue un magnífico caso B hasta que se metió en su proyecto más ambicioso, en términos de política exterior, con la cosa de Irak. ZP es un A evidente. Y Sarkozy un B clarísimo. Leo con gran interés –a pesar del estilo- El alba, el anochecer o la noche, retrato en clave sombra de Sarko a cargo de Yasmine Reza. Llama la atención el testimonio de la madre cuando su hijo gana las presidenciales: afirma a la escritora que “el día más emocionante es el día en que le eligieron alcalde de Neuilly, porque tenía veintisiete años”. En otra parte Reza sugiere a Sarko que si le dejaran en Maubeuge, con sus hijos y entonces esposa, acabaría “tirándose al río”. La divertida réplica es tajante: “en dos años me haría el rey de Maubeuge”.
El cantante y no la canción: de militar en otro partido, Sarkozy también alcanzaría la cima. Hay quien no lo ve tan sencillo, sosteniendo que hay un bando bueno y otro malo, siempre, y que la calidad la determina es afiliación. Los buenos van a parar a los partidos decentes y los malos a los diabólicos. Es el caso de un historiador superventas que en un repaso a los presidentes que en Norteamérica han sido trazó una línea precisa e intraspasable: los republicanos, grandes presidentes; los demócratas, un cúmulo de desastres. En Estados Unidos, precisamente, ha tenido gran divulgación la costumbre educativa de organizar debates y asignar las posturas de los contendientes de forma aleatoria. Es un estupendo ejercicio formativo de dialéctica platónica. Yo lo aplicaría a los políticos de aquí.
Podemos establecer otra aplicación de las fórmulas de Collins al distinguir candidato (valor “individuo”) y partido (valor “circunstancia”). Aun estando muy arraiga la fidelidad de gran parte del electorado a sus partidos –el denominado colchón-, al candidato de turno le conviene transmitir la dosis necesaria de carisma popular. ¿Quién saldrá más airoso, el líder que confesó una mentira o el que prescindió de un candidatable por presión del aparato?
Está fehacientemente demostrado que una mayoría de consumidores compraría antes un artículo de marca visible y conocida que otro del mismo precio que aunque le guste más carezca del logo identificativo. La alineación pura. La marca electoral del PP no está bien definida. Conservadores, centro reformista, liberales...La Derecha, con los prejuicios que aún arrastra el término. El PSOE no tiene tanto problema, aunque desde filas enemigas ha cundido el ejercicio retrospectivo de enlazar su presente con el pasado recordable (del GAL a la corrupción) y la memoria histórica (la pre guerra civil: toma dos tazas).
Pero además de la adherencia al partido predilecto, hay otra parte del voto que tiene carácter sensible y voluble: en cuatro años un partido pasó de la mayoría absoluta a la oposición.
¿Se vota más por la marca o por el candidato? Tiene que pesar más, necesariamente, el primer factor. En cualquier caso, las ideas, intercambiables por muy farrucos que se pongan los partidos a la hora de distinguirse del rival, están a la cola.
En este escenario cabría deducir que los proyectos que aspiran a conquistar el Ejecutivo relegan una creciente parte de su éxito a la eficacia de sus aparatos sociológico publicitarios. El azul cielo que rodea a un Rajoy descorbatado evoca el fondo primoroso de los decorados del Show de Truman. En la otra acera, comprobamos que atril del orador es de idéntico metacrilato. Tanto esfuerzo por distinguirse y al final se retratan en el mismo foco. Los trucos son los mismos, claro. Sus respectivos bolsillos mágicos apenas compiten en ingenio. No en vano, las agencias no distinguen partidos, acuden al mejor postor. Las ideas intercambiables. Pero sólo uno dispone del histórico factor Z.
Sugieren determinados analistas que las elecciones se decidirán en los debates televisados. Un aspersor de variables se activará en estos enfrentamientos y el ya viejo modelo americano será la prueba de fuego. Un tablero en el que con todo calculado por sesudos equipos serán la improvisación quien decida. No es mal escenario y será amplificado con la inmediata reproducción de cada debate que se dará en los canales de internet. La labor de los sesudos asesores de campaña y organizadores de argumentos de debate dará paso, a la que termine cada asalto, al trabajo de los amplificadores mediáticos, que tamizarán lo sucedido de acuerdo con sus respectivos intereses.
Hay consenso nacional en considerar que las de 2004 fueron las elecciones de los atentados, el condicionamiento de la participación española en el plan de Bush. Tanto es así que el temita ha sido preferente y lucrativo durante la pesada legislatura que por fin termina. Yo discrepo del consenso y recuerdo los comicios como los de la campaña ZP. Un lanzamiento de la agencia Think Small, creada desde DDB Tandem, que fue objeto de burla en el vociferio rival. De las risas pasaron a los gruñidos. Meses más tarde, Ángel Acebes se quejó de que España estaba gobernada por una agencia de publicidad. Brillante.
Ya antes de la campaña de 2004, las dos imágenes corporativas de la oposición, ZP y Jesús Caldera, habían cambiado su look como parte de la estrategia de parecer modernos y atractivos. El segundo disfrazó su papada con cuellos altos y ambos cambiaron de peinado. No fue difícil ridiculizar la estrategia por frívola e impostada. A simple vista no parecía una apuesta ganadora: en frente estaba el continuador de un proyecto eficaz, heredero de una mayoría absoluta y con los plus populares del discurso conciliador y la lectura diaria del Marca. Un perfil a priori más favorable que el del anterior presidente. Hoy, el PSOE lleva a cabo una campaña personalista, iniciada con el vídeo ‘Con Z de Zapatero’. Se trataría de engordar el colchón, un espacio ya conquistado, con la clientela no habitual. El rival es el centro.
José María Aznar ganó las elecciones a Felipe González por 300.000 votos. El cuadro nacional de entonces era abrumadoramente desolador para quien resultó derrotado: recesión económica con sucesivas devaluaciones de la moneda y un antecedente de corrupciones político, económica y sociales acreditado y reverberado en los papeles y la tele –el peso propagandístico de TVE estaba entonces compensado por la línea pepera de A3 y Telecinco-. La caída de Felipe fue más tardía de lo previsible. ¿Había resquemor social al Partido Popular; cundía el alarmismo propagado por Guerra –“son los de siempre”-? No: hacía ya unos años que el PP era el partido predilecto en España, acumulando victorias en municipales y europeas así como un dominio claro en la mayoría de las autonomías y capitales de provincia.
Es difícil discernir qué elemento persuasivo ha prevalecido en la decantación de unas elecciones. Cuando Felipe encadenaba sus victorias abundaba la interpretación derechista según la cual buena parte del apoyo que recibía el socialista obedecía al factor territorial inculto (la millonada de votos andaluces). Y la progresía española explicó la reelección de Bush en el respaldo que éste había obtenido del sector redneck del censo.
¿En qué medida influyó el logo ZP en la remontada socialista del 2004? ¿Pudo ser tan determinante como el atentado del 11-M? Es difícil discernir, no hay datos fehacientes al respecto, sino meras interpretaciones. Y un sondeo tampoco hubiera clarificado las cosas: las encuestas preelectorales rara vez aciertan. Eso sí, dan pie a sesudas reflexiones editoriales. Seguramente fueron escritas antes de la recolección de datos.
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