Y la pota sigue cociendo; cuidado que no tiene válvula de seguridad y puede estallar:
El 'caso Sogecable' y los lamesuelas de Jesús Polanco
Sogecable
@Jesús Cacho - 04/10/2007
Votar esta noticia
Resultado (213 Votos)
Deja tu comentario (27)
No tengo el gusto de conocerle. Me refiero a Rafael Mateu de Ros, socio del bufete de mi estimado amigo Pedro Ramón y Cajal y a la vez secretario del consejo de administración de Bankinter. Este sujeto, un letrado, un litteratus, un tipo que profesa letras, en la terminología del castellano antiguo, se largó ayer un extenso artículo en el diario El País rindiendo pleitesía a don Jesús Polanco, q.p.d., y utilizando para ello el caso Sogecable. Un escrito tan torpe como lamentable, que seguro habrá provocado espasmos de espanto al difunto en su tumba.
Puesto que se me alude directamente en el mismo, trataré, con la mayor brevedad posible, porque este toro no merece más faena que el vulgar descabello, de contestarle para puntualizar algunas cuestiones obvias que los aduladores del poder suelen pasar por alto a cuenta de su proverbial pereza. Es lo que tiene este Madrid nuestro de cada día, que los poderosos son miedosos con el fuerte, duros con el débil, esquivos con la justicia, adoradores del becerro de oro y, en general, ajenos a las pautas de comportamiento que suelen exhibir las elites en las democracias avanzadas, sí, es cierto, creo que así son, pero todavía son peores aquellos que les rodean, los chupamedias que forman su corte, los segunda fila, los criados con título, los siervos especializados.
Decía un amigo ceutí en mis tiempos de marino mercante que si los pelotas volaran, en España tendríamos que ir a tomar el sol a Tánger. Lo más cerca. No le faltaba razón. Mateu de Ros sale a hacer la ola a Polanco dos meses y pico después de muerto, cuando ni la familia ni, obviamente, el difunto, lo necesitan, y para ello se adorna con el caso Sogecable, un episodio que, me caben pocas dudas al respecto, la familia y el propio Jesús Polanco desearían borrar de su currículo si pudieran. Por vergonzoso y denigrante para la sociedad española en su conjunto, que asistió sobrecogida al espectáculo.
Sugiere Mateu que en el caso Sogecable existió una mano misteriosa, un deus ex machina que movió los hilos desde la tronera para perturbar la paz del prócer y la suya propia, como arcabucero de Bankinter, y a fe que yo no participé en fenómeno paranormal alguno cuando decidí interponer la correspondiente querella, a la que luego se adhirió el añorado Jaime Campmany, director a la sazón de Época, donde un servidor contó el escándalo con pelos y señales. Sé que en la España de la corrupción son montones los que piensan que nada ni nadie se mueve si no es por motivos espurios, generalmente relacionados con don dinero, y como piezas de un gigantesco mecano movido a distancia. Ya saben, el complot. No pueden imaginar que hay españoles, millones de españoles, capaces de hacer su trabajo sin corromperse.
De aquella querella se hizo cargo un juez de instrucción que pretendió precisamente eso: instruir un sumario. Instruir, no juzgar. No pudo hacerlo. No le dejaron. Lo echaron incluso de la carrera judicial utilizando el brazo armado del famoso Bacigalupo. “¿Veis aquél? —me dijo—. Pues mal juez fue, y está entre los bufones, pues por dar gusto no hizo justicia, y a los derechos que no hizo tuertos, los hizo bizcos”. (Quevedo, Sueño del Infierno). Habla Mateu de “excusa nimia” y “excusa insignificante”, y uno piensa que es imposible que un abogado del Estado sea capaz de expresarse con tal soltura conceptual, tan alto nivel intelectual y tan sólidas razones jurídicas. “Abogado sin zienzia, o sin konzienzia, mereze gran sentenzia i penitencia”.
Naturalmente, en el complot estaba metido hasta las cachas el Gobierno Aznar, o tal deja entrever el lince del señor Mateu, que llega a sacar a colación el hilarante episodio de la noche en que Jesús Polanco, alarmadísimo, llamó a Moncloa a punto de llanto, para alertar al Gobierno sobre Juan Luis, “que me lo meten en la cárcel, José María, que me lo meten”. Previamente quien había llamado era el Rey Juan Carlos. Por lo que sé, al juez Liaño jamás se le pasó por la cabeza meter en la cárcel a Cebrián, cosa que, en efecto, no hubiera permitido un Aznar que odiaba tanto a Polanco que terminó regalándole el monopolio de la televisión de pago.
Mateu, en fin, se larga un río de esforzadas líneas para, casi al final, llegar adonde siempre quiso llegar: a la laudatio a Polanco, “un señor amable, nada prepotente, un pasiego inteligentísimo, campechano, divertido y franco...” ¡Acabáramos, señor mío! De eso se trataba. De hacer la pelota al difunto y seguramente, y más importante, congraciarse con sus herederos, que la vida es muy larga y hay más días que ollas.
Y uno cree modestamente que es hora de dejar a los muertos descansar en paz. Sobre todo cuando el difunto que nos ocupa ha contado ya con juglares de mucha más categoría que vos, más diestros, más incisivos, con ese punto dramático que los siervos suelen poner a la hora de inmolarse en la pira literaria con sus amos. De modo que Ignacio y Javier Díez Polanco, ándense ustedes con ojo, porque este señor, este tal Mateu de Ros, quiere pedirles algo. Seguro que va a pasar la gorrilla por Prisa. Estas cosas no suelen ser gratuitas. Este tipo de lametazos tienen un precio. No sé cómo andará de trabajo el bufete de mi amigo Ramón y Cajal. Tendré que llamarle, pero barrunto que no muy bien. ¿Qué tal si le dais, Ignacio y Javier, un asunto tan mollar como el litigio que mantenéis con Mediapro donde, por cierto, no os falta razón? A lo mejor todo se reduce a eso.
«El más antiguo ‹Más antiguo 401 – 600 de 790 Más reciente› El más reciente»