Los mártires: La memoria histórica que Zapatero deshonra
15.10.07 @ 10:41:21. Archivado en Sobre el blog
El 18 de julio de 1936, habiéndose producido el Alzamiento Nacional, estalló en España la feroz guerra que iba a azotar su suelo por casi tres años. Las medidas adoptadas por el gobierno republicano de Madrid, entregando indiscriminadamente armas al pueblo e iniciando una feroz persecución desde el día 19, dividieron a la nación en dos, pronunciándose las autoridades de la ciudad de Barbastro, en el corazón de Huesca (Aragón), partidarias de las fuerzas comunistas, lo que equivalía a declararse acérrimas enemigas de la Iglesia Católica.
Destacaba en el centro de la urbe, frente a la plaza, el Colegio de los Escolapios y algo más allá, la casa de los misioneros claretianos, a cuyo frente se hallaba el P. Felipe de JesúsMunárriz, a quien asistían el consultor primero y prefecto de teólogos Juan Díaz Nosti, el consultor segundo Nicasio Sierra y el ministro Leoncio Pérez. La comunidad religiosa totalizaba 59 misioneros, algunos de ellos estudiantes seminaristas y profesores.
Acusaciones infundadas
Se hallaban los religiosos reunidos en la casa cuando el 20 de julio, es decir, dos días después de estallado el conflicto, se presentaron vociferando 60 individuos fuertemente armados, todos del comité local, con la orden de efectuar una violenta requisa y detener a los hermanos, a quienes acusaban de esconder armas y planear un complot antigubernamental. De nada valieron las explicaciones del superior en el patio, donde la comunidad se había reunido.
–¡Aquí no hay armas ni política. Somos simples religiosos!
Los comunistas lo insultaron y a empellones y culatazos condujeron a los religiosos hasta el colegio, donde quedaron alojados en un salón, sin acceso al agua, sin posibilidades de aseo, sin colchones y con escaso alimento. El hermano Jaime Falgarona, enfermo en cama con 39 grados de fiebre, fue sacado de su habitación a la rastra y arrojado con el resto en prisión. Se les prohibió hablar en voz alta y reunirse en grupos y así permanecieron encerrados durante casi un mes, en un lugar inhabitable y con un calor cada vez más sofocante. En ese lapso, cuatro veces se les anunció que se los iba a fusilar, como parte de la tortura psicológica a la que fueron sometidos. Mientras tanto, afuera, el pueblo gritaba enardecido exigiendo a los captores que asesinasen a los religiosos ahí mismo, insultando y blasfemando como poseídos.
Los primeros mártires
Los comunistas se presentaron nuevamente el 21 de julio para llevarse a la cárcel municipal al Padre Superior Felipe de Jesús Munarriz, al Prefecto Juan Díaz Nosti, al P. Leoncio Pérez, al sacerdote escolapio
P. Crisantos Domínguez y a otros religiosos con grado jerárquico y el 2 de agosto, los sacaron con las manos atadas por la espalda, en compañía de un grupo de seglares, rumbo al cementerio donde los fusilaron a mansalva. También ejecutaron al Obispo de Barbastro, D. Asensio Barroso a quien los rojos tenían un encono terrible.
La fuerza de la Fe
El 12 de agosto fue un día inolvidable para los valerosos hombres de Dios. Eran las siete de la mañana cuando un representante del comité irrumpió en el salón pidiendo sus nombres y, acto seguido, separaron a dos estudiantes argentinos, Hall y Parussini, quienes salvaron sus vidas por su condición de extranjeros. Según el relato de uno de ellos: “Todos se confesaron por última vez y pasaron el día en oración. Todos estaban contentos de sufrir algo por la causa de Dios. Todos perdonaban a sus verdugos y prometían rogar por ellos en el cielo”. Las palabras escritas por uno de los condenados, antes de ser conducido al cadalso, producen escalofríosaunque también una enorme emoción: “Con el corazón henchido de alegría santa, espero confiado el momento cumbre de mi vida: el martirio. No se nos ha encontrado ninguna causa política. No se nos ha habido ningún juicio. Morimos todos contentos por Cristo, por su Iglesia y por la fe de España”. “Queridos padres: muero mártir por Cristo y por la Iglesia. Muero tranquilo cumpliendo mi sagrado deber. Adiós, hasta el cielo”.
En una envoltura de chocolate, el P Faustino Pérez apuntó: “Agosto, 12 de 1936, en Barbastro. Seis de nuestros compañeros son ya mártires: Pronto esperamos serlo nosotros también. Pero antes queremos hacer constar que morimos perdonando a los que nos quitan la vida y ofreciéndola por la ordenación cristiana del mundo obrero, el reinado definitivo de la Iglesia Católica, por nuestra querida Congregación y por nuestras queridas familias” y finaliza diciendo: “Vive inmortal, Congregación querida. Mientras tengas en las cárceles hijos como los que tienes en Barbastro, no dudes que tus destinos son eternos. ¡Quisiera haber luchado en tus filas: Bendito sea Dios!”.
Ninguno mostró cobardía
Esa noche irrumpieron una vez más en el salón los emisarios de la muerte para llevar al patíbulo a un nuevo grupo de mártires. Para entonces se habían confesado todos y después de rezar se acostaron. No habían pasado dos horas cuando, a media noche, se abrieron las puertas y entraron los comunistas con cuerdas ensangrentadas en sus manos. “Bajen del escenario los que tengan más de 26 años!”. Como nadie los tenía nada pasó. Entonces se encendieron las luces y se leyeron los primeros veinte nombres a los que, con voz firme se respondió: “¡Presente!”.
Los milicianos hicieron formar a los detenidos contra la pared mientras les ataban las manos a la espalda y los codos de dos en dos. “Todos estaban tranquilos y resignados: sus rostros tenían algo de sobrenatural que no es posible describir. En todos se notaba el mismo valor, el mismo entusiasmo; ninguno desfalleció ni mostró cobardía”. Los que quedaron en el escenario contemplaban resignados aunque doloridos la espantosa escena. Oyeron a algunos perdonar a los que los ataban y a otros recoger del suelo las cuerdas, besarlas y dárselas a sus verdugos. Alguno gritó: “Adiós hermanos, hasta el cielo”. Uno de los guardias comentó dirigiéndose a los que quedaban en el escenario: “Vosotros todavía tenéis un día más para comer, reír, divertiros, bailar y hacer lo que queráis. Mañana a esta misma hora vendremos a buscaros como a esos y os daremos unpaseíto a la fresca hasta el cementerio”. Poco después, el siniestro sonido de las descargas indicó a los que aún permanecían con vida que sus hermanos ya se hallaban junto a Cristo Rey y su Santa Madre.
“Por ti, mi Reina, la sangre dar”
Cuando todos dormían, la noche del 14 al 15 de agosto, un nuevo grupo armado irrumpió en el salón gritando como demonios. Los religiosos se levantaron y aguardaron, viendo con sorpresa que los facinerosos excluían al Hermano Ramón, cocinero de la comunidad a quienle dijeron que se apartase a un costado. Comprendiendo que aquello era el fin, se abrazaron mientras los ataban y los golpeaban. Salieron en plena noche los 17 estudiantes, cantando con valentía increíble mientras subían al camión. Semejaban los mártires cristianos cuando, arrojados a los leones en presencia de Nerón, entonaban himnos al Señor, felices por saber que en breve estarían con Él.
Ya en el cementerio, los bajaron y colocados junto a sus fosas de pie o de rodillas, unos con los brazos en cruz, otros con el rosario o un crucifijo entre las manos, escucharon la última proposición: “Aún estáis a tiempo. ¿Qué preferís: ir en libertad al frente o morir?”. La respuesta fue terminante y no se hizo esperar: “¡Morir!, ¡Viva Cristo Rey!”. Las detonaciones sacudieron los alrededores mientras en el cercano santuario del Pueyo, la Virgen abría los brazos con infinita ternura para recibir en su regazo a ese nuevo batallón de mártires de nuestra sagrada Fe.
Hoy el lugar se halla marcado por un sencillo monumento que recuerda aquel horror y los restos de los 51 mártires yacen en la iglesia de Barbastro, en un bello mausoleo visitado por los viajeros que atraviesan la región.
El 25 de octubre de 1992 el Papa Juan Pablo II beatificó a aquellos héroes, pronunciando en su alocución, emotivas palabras que inflamaron los corazones de quienes se hallaban presentes en la ceremonia. Dijo el Santo Padre: “Los mártires de Barbastro, siguiendo a su fundador San Antonio María Claret, que también sufrió un atentado en su vida, sentían el mismo deseo de derramar la sangre por amor de Jesús y de María, expresada con esta exclamación tantas veces cantada: ‘Por ti, mi Reina, la sangre dar’”.
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