Ante este panorama, preguntarnos por qué sea el cuerpo y qué sea el individuo no está de más. Cuando algunos intelectuales posmodernos hablan de una sociedad poshumana, no solo se están refiriendo a la superación de ciertos patrones humanistas. La biología, la robótica, la genética y la computación están revolucionando la comprensión del hombre. No es de extrañar que Donna Haraway hablara ya en 1985 de ciberorganismos.
En arte también está cambiando el modo de representación de la figura humana. Hay experimentos muy interesantes como los de Orlan. Su propio cuerpo es el lugar del arte, pero además no ha dudado en operarse con fines que para ella son artísticos, pues la alteración de la naturaleza (de su propio cuerpo, en este caso) es un acto con sentido artístico. Como anunció Barbara Kruger en 1989, el propio cuerpo es un campo de batalla.
Hemos pasado de la representación canónica del Humanismo (que se fue deformando con el tiempo, y sufrió una aceleración de vértigo con la Vanguardias históricas) a la representación de lo deforme, de lo abyecto y de lo adherido. No debería extrañarnos la confluencia de los tres conceptos, pues van más unidos de lo que nos pesamos, como ya descubrieron los románticos.
Ahora bien, los conflictos y pulsiones no son solo artísticos. La sexualidad también merodea y las recientes (o quizás no tanto) discusiones acerca de los sexos, la identidad y la naturaleza sexuales de las personas, la quiebra de algunos paradigmas sexuales (sobre todo el de la heterosexualidad) señalan que ya no concebimos a los hombres y las mujeres en gran medida como seres reproductores.
Pero también se libra un combate sordo en torno a la definición de hombre, como ya he apuntado, pues algunas fronteras empiezan a difuminarse. Se habla de los derechos de los animales y de los de las máquinas. Por arriba y por abajo, se tambalean las certidumbres. Hay expertos en robótica que hablan de las máquinas como si fueran seres humanos. Las conciben como seres sin soporte biológico que son el modelo explicativo de la inteligencia humana. Pronostican un futuro en el que la sensibilidad digital se extenderá, y los sentidos, las experiencias y las percepciones serán virtuales. Por otro lado, nos encontramos con una abusiva humanización de los animales, que paradójicamente conlleva un desplazamiento de su lugar dentro de la naturaleza, al tiempo que una desnaturalización del ser humano. En el fondo, como acertadamente señala Víctor Gómez Pin, late una actitud religioso tecnológica, una complicidad entre la mística naturalista y la tecnología contemporánea que lleva al irracionalismo que permite que máquinas y animales sean antropomorfizados.
No quiero despedirme sin mencionar a la creadora del primer hombre artificial allá en el Romanticismo. Mary Shelley da vida, al menos literaria, al monstruo de Frankenstein (y no por capricho carece de nombre.) Mary Shelley fue hija de William Godwin y de Mary Wollstonecraft Shelley, el uno un escritor de novelas curiosas y esforzado pensador político, y la otra una feminista radical de larga influencia. En ese hogar, donde una vez se habían reunido, entre otros, el titánico S.T. Coleridge, aún pletórico, Humphry Davy, o Daniel Stuart, conoció, sin duda alguna, las teorías de Erasmo Darwin, el abuelo de Charles, las de Edmund Burke, Jean Jacques Rousseau, y el Idealismo alemán, además de la poesía británica y, por supuesto, las ideas radicales de sus progenitores. No es de extrañar que en un ambiente tal fuera capaz de escribir la novela con solo 19 años. Tomando como modelo el autómata, y superando sus encarnaciones pascaliana, espinosiana o lamettriana, e inyectándole la corrosiva pócima de la electricidad (que entonces causaba aún asombro algo supersiticioso) y el deletéreo veneno del rusonianismo del momento, Mary Shelley nos anunció un futuro que quizás ni ella misma podía imaginar y en el que las fronteras entre naturaleza y cultura iban a ser puestas en cuestión de manera violenta. Algunos siglos después en el episodio tercero de La guerra de las galaxias, Darth Vader aparece como un Frankenstein redivivo.
Incitaciones:
- Jesús Mosterín. La naturaleza humana. Madrid: Espasa Calpe, 2006.
- Juan Antonio Ramírez. Corpus solus. Madrid: Siruela, 2003.
- Victor Gómez Pin. Entre lobos y autómatas. Madrid: Espasa Calpe, 2006.
- Clément Rosset. Lejos de mí. Estudio sobre la identidad. Barcelona: Marbot Ediciones, 2007.
- Richard Holmes. Coleridge. Early Visions, 1772-1804. Nueva York: Random House, 1989.
(Lo escribieron para Garven sus entrañables monstruos)
Etiquetas: Garven
«El más antiguo ‹Más antiguo 401 – 476 de 476