It’s getting hard to be someone, canta Lennon. Así es, por exceso: a poco que le den tiempo y espacio, uno acaba siendo Legión. Para lo que ahora toca, baste constatar que somos al menos tres: una incógnita, un cualquiera y un Fulano de Tal. De ellos, el que menos respeto merece es quien suele dar la calda con su sed de aforamiento.
El amigo desconocido
Es necio despreciar lo que se ignora. De ahí la prevención cortés: no descartar lo mejor (ni presuponer lo mediocre) en quien desconocemos.
A un poeta futuro, de Cernuda, resume esta confianza negativa en lo desconocido. La misma que nos lleva, cuando abrimos el mensaje de un contertulio, a pensar «a ver si hay algo bueno aquí». Nada que ver con el voluntarismo («algo bueno habrá, siquiera el esfuerzo»). Sólo un quizá —¿por qué no?
[..pero detenerse ahí sería olvidar que nada puede sorprendernos más que lo que damos por sabido (comenzando por nosotros mismos). También ahí se impone un pero a nuestro discernimiento: la medicina que nos salvará la vida puede ocultarse en lo que, por confianza, da asco. Heráclito, 123: Natura ama esconderse.]
Sí somos nadieCuando defendemos que no se puede acallar violentamente a nadie, ponemos en un paréntesis tanto lo que dice el acallado como su rostro. Defendemos, literalmente, a don Nadie: aquel que todos somos, al que se agrede a través de los individuos o personas concretas, y que siempre será inocente de las infamias que éstos puedan haber cometido.
De todos los reproches que se pueden hacer al suicidio, éste es el único que me parece acertado: como en todos los asesinatos, siempre se mata a un inocente, víctima colateral de la agresión contra una identidad: un cuerpo que nació sin nombre y que ha permanecido siempre anexo, pero distinto, tanto del verdugo como del condenado.
De ahí que plantee problemas aquello de ir matando canallas: abstraernos de todo lo que en él es distinto de 'un canalla' es, en sí, una canallada.
Menudo individuo
Lo que ignoramos o no nos sirve para distinguir coincide con lo que dejamos al margen cuando pensamos en nosotros mismos o en otros. Resalta, en cambio, lo superficial: el Nombre Propio, la hoja de personaje con datos variopintos (fechas, nacionalidades e ideologías).
Poco respeto puede merecer este ser fantástico, metonímico, que hace de sí mismo con convicción desmesurada. Sin embargo, es el único que exige tributo a sus cadaunadas: su Dios, sus valores, las convicciones que lo constituyen.
Llegado el caso, desenvainar la obviedad: respetar una idea es tomarse el trabajo de examinarla críticamente. La creencia no hace bueno lo creído (Machado: «¿Tu verdad? No, la verdad/ y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela»).
La lengua suelta La sátira es hermana (secreta) de la cortesía: acusada de faltar al respeto, no habla contra lo desconocido ni contra cualquiera, sino contra la persona o máscara. Sin embargo, esto serviría de poco si quien hablara en ella fuera a su vez un individuo, que no podría hacer otra cosa que dar la murga con sus intereses.
Cabe la esperanza de que por el poeta logre de vez en cuando hablar cualquiera, alguien que pueda decir hacer suyos los versos populares: «y digo que lo que digo / no sólo lo digo yo, / que si solo lo dijera / no habría ningún valor».
Un milagro ocasional que no es particular de la sátira: también el poeta lírico o el épico aciertan cuando logran decir algo que trasciende sus intereses particulares, compartido con quienes reconocen en sí mismos los sentimientos, necesidades y razones expuestos. “He aquí algo que quería decir, pero no encontré cómo".
El discurso más respetuoso con la incógnita y con cualquiera es el menos indulgente con la importancia personal. Como advierte Simone Weil, esto es causa de confusión y de molestas paradojas —los ingredientes del menú del día.
(Escrito por Al59)
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