El problema del que les hablo estaba resuelto desde tiempos de Newton para dos cuerpos (como la Tierra y la Luna) y todo indicaba que, al añadir algún cuerpo más, la cosa se complicaría considerablemente. Por esta razón uno de los participantes en el concurso, un tal Henri Poincaré, decidió atacar el caso N=3, (el problema de los tres cuerpos). No encontró una solución satisfactoria pero, en su estudio (que acabó mereciendo el premio), intuyó que la dinámica del sistema no era trivial en absoluto. De hecho comprendió que para este sistema, que es un sistema puramente determinista, una pequeña variación en las condiciones iniciales (es decir, en las posiciones y velocidades de partida de las masas) podía influir drásticamente en su evolución futura. Había descubierto lo que después se conocería como caos.
Los años acabarían mostrando que este comportamiento aparentemente anómalo está bastante extendido. Esta constatación parece una mala noticia, pues dicho comportamiento mina uno de los principales atractivos de cualquier teoría determinista (¿o del determinismo?): su supuesta capacidad para hacer predicciones. Porque las condiciones iniciales de un sistema dado sólo se pueden fijar de modo aproximado y, si éste es caótico, al no saber exactamente cuál es el punto de partida del sistema, la predicción a largo plazo se vuelve imposible. Sin embargo, pese a la aparente limitación que esta idea supone, no conviene menospreciar el ingenio de nuestra especie, capaz de sacar provecho incluso de situaciones aparentemente adversas.
Así ocurrió allá por 1982, cuando unos científicos de la NASA descubrieron que un cometa se dirigía hacia el Sol y que iba a pasar a unos cien millones de kilómetros de la Tierra. Era una ocasión inmejorable para intentar interceptarlo y tomar algunas medidas. Sin embargo, el único satélite disponible para ese fin estaba orbitando a un millón y medio de kilómetros de la Tierra y, lamentablemente, sólo tenía combustible para pequeñas correcciones en su trayectoria. Pero, como intuyó Poincaré, una pequeña variación en la trayectoria del satélite, dentro del sistema de tres cuerpos formado por éste, la Tierra y la Luna, podía tener un efecto enorme en su dinámica. Con esta idea en la cabeza, y tras mucho cálculo numérico, los científicos de la NASA dieron con el pequeño ajuste en su trayectoria que lo pondría en la complicada órbita que muestra la ilustración, una trayectoria que acabó llevándolo directamente hacia el cometa. Ya ven, y todo gracias al caos. Una idea aparentemente destructiva.
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