recién pescaíto en los comments de
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Por cierto, en “A la busca de Pío Baroja” libro editado por la UPNA, con trabajos de 25 autores, puede leerse este ensayo de Eduardo Gil Bera:
De literatura infantil
La fama no estamos muy seguros los que vamos tras ella en lo que consiste.
Azorín
Hace más de un siglo que circulan los tópicos sobre Baroja. Cien años con la sinceridad, la gramática y el resto de obligado tropiezo. Qué cosa más cansa, por Dios misericordioso y la Virgen del Pilar.
En las necrografías, iba a decir necrofagias, que le hicieron los literatos de plantilla hace medio siglo, sobaron la misma pasamanería con que se engalanaba el propio don propio en 1902.
Se echaba bando que el muerto era la sinceridad con boina. La manta y las zapatillas, por su parte, se elevaban a objetos de culto y se prohibía su fumigación. Durante décadas, varias generaciones de escritores españoles han narrado su peregrinaje iniciático a la calle Alarcón a venerar las míticas prendas y su tafada de santidad.
Sender contaba que Baroja era visto por su generación como “el hombre malo, pero aceptado por la sociedad culta, que se atrevía a escribir la verdad”.
Terrible. Escribir la verdad, en el nombre de la boina, la manta y las zapatillas. Baroja tomado en serio durante un siglo. Y por gente adulta.
Dejó una novela despachada en cien libros, todos con la misma falsilla, un croquetón de mil croquetas. El procedimiento consiste en el desfile de moñacos a toque de tambor. Pero, en lugar de ser mostrados en lo que hacen o les pasa, no aparecen por ningún lado y Baroja dice lo que piensa de ellos. Cada título es el pretexto para la opinorrea del autor ante el cortejo de figurantes que no llegan a figurar.
Ninguna razón para que los embutidos detríticos tengan siete partes, dos o doce, ningún motivo para seguir un poco más allá o terminarlos antes de empezar. Estampitas y comentarios se van enristrando como orejones en una liz. Además, se pueden intercambiar y colocar donde se quiera, siempre encajan igual que sobran.
Los argumentos barojianos, siendo insignificantes, estorban. Al autor más que a nadie. No se atisba un solo personaje, un destino, alguien o algo que interese al de la boina.
Para muestra, se puede tomar con las pinzas un año cualquiera, 1926. Ahí está la trilogía “Agonías de nuestro tiempo”. El nombre avisa y no es traidor. Los moñacos desfilan por un pretendido viaje a Suiza, Holanda, Alemania y Francia, o al revés, es igual, es el mismo viaje, ningún viaje, no sale nada sobre la gente y la vida real de esos países. La excusa para los cuadritos comentados es un agonías que tiene un supuesto trabajo nunca explicado que abandona y esas vacaciones perpetuas no le suponen ningún problema. Ante el agonías pasa el cortejo de coleccionistas de lagartos, limpiadores de huesos, raros y bobos, uno que está loco y otro que también. El autor habla por el agonías y el agonías por el autor, toda la pasión se va en evacuar dos veces por página que las mujeres y los judíos son unos seres despreciables y repugnantes, culpables del emporcamiento universal y la carestía de la vida.
Baroja, aparte de canso y obseso, era tan sumamente ignorante que “Los protocolos de los sabios de Sión” era su libro de cabecera para largar memeces contra los judíos. Un folletín decimonónico que cuenta una conjura judía para dominar el mundo. Tuvo un gran relanzamiento en la Alemania de los años 20. Hitler lo menciona en “Mein Kampf” como fundamento de su antisemitismo. Y los dos, Hitler y Baroja, se lo creían de cabo a rabo. Éste lo cita, recita y regurgita a lo largo de toda su obra.
En febrero de 1939, J. A. Balseiro hizo una observación muy pertinente: “antes de que Hitler actuara contra la democracia y los judíos, Baroja había saturado sus libros de ataques especulativos análogos”. Y añadía: “es conocida su reacción prodictadura en la tragedia española”.
Conocida en Puerto Rico, claro, porque aquí, setentaicientos años después, ambas evidencias, la hitleriana y la franquista, siguen cuidadosamente invisibles para las moscardas especialistas.
Y no era un secreto. En marzo de 1940, ante la invasión por los alemanes de Noruega, Dinamarca, Bélgica y Francia, Baroja sostenía, en el artículo ‘Los sistemas totalitarios’, que el nacionalcomunismo era el más original de los sistemas totalitarios y Hitler, un hombre fuera de serie. Además, emulsionaba las mismas opiniones que los falderos del nazismo y los cuadrúpedos intelectuales de la “Rassen-Quadriga” sobre la relación entre Nietzsche y Hitler: “El nacionalcomunismo es el que ofrece más originalidad de todos los sistemas totalitarios. […] Es evidente que Hitler ha tenido un precursor literario que ha expuesto sus ideas en un campo puramente filosófico. —¿Quién? —Nietzsche. Nietzsche creía que no había verdad y que todo, por lo tanto, estaba permitido principalmente al hombre fuerte. Hitler piensa lo mismo […] —¿Usted cree que es un genio? […] Creo que es un hombre de destino extraordinario…”
Y en 1951, en “Las miserias de la guerra”, aún segregaba: “El judaísmo ha sido una de las enfermedades más graves de Europa”. Que es una memez pellizcada, tal cual, de su citada boñiga de cabecera.
La única adaptación que hace Baroja es decir “ha sido”, en lugar de “es”, porque consideraba al judaísmo felizmente exterminado.
Además de los indeseables por motivo de tintada, están las guarras indecentes que corren tras las hombres para quitarles el nitecuén. Éstas son todas, para qué nos vamos engañar. Para Baroja, la mujer, no es que sea inferior, es que se trata de un bicho pernicioso.
Cuando el héroe barojiano va a hacer algo que no se puede decir, le dan unos perrenques y unos agarramanchones tan raros que se ve que este gran pensador debía creer a culo prieto que la cosa, horror, secaba la médula espinal.
Si el héroe barojiano se arrima a una —tres problemáticas veces en ocho mil páginas— le dan unos arrechuchos y calambres por el espinazo y la canaleta, sufre tales vahídos, flojeras y denteras, y tiene al día siguiente tan acongojantes resacas y efectos secundarios, que le deja a uno perplejo. Este hombre debía tener mal el cableado.
En 1911, cuando supo el diagnóstico de lo indecible, decidió suicidarse, en una novela. Veintitantos años después, en “El tema sexual en la literatura”, sentencia que la posibilidad de ser desgraciado por el sexo es “uno de los motivos de la grandeza del hombre”. Qué místico.
Si se le deposita, siempre con mimo, en un medio donde pueda expresar sus propuestas para el arreglo del mundo —sacándole de su gran yuyu de las mujeres y los judíos, a ver si dice algo— se ve, para variar, que es un hombre un poco limitado de luces.
Cuando hizo el cuarto intento fallido de meterse en política, tuvo la idea de hacer construir la estación del tren del Bidasoa en las huertas de enfrente de la casa de Larrache, porque la estación ya existente quedaba al otro lado del río, allá lejos, junto a la vía, como suele pasar con las estaciones. ¿La vía? El que quiera coger el tren que se vaya a la vía. Una estación enriquece la vida social, tiene que estar cerca de la posada, si salimos concejales Garín, Zabaleta y yo, la haremos aquí.
Salaverría contó la original campaña electoral de Baroja en las municipales de febrero del año 20, cuando los votantes, usuarios del tren del Bidasoa, mostraron su incomprensión con el gran político ferroviario y no salió concejal. El trance merece traer a colación aquellas palabras de Azorín : “Hoy, siendo un poco original, es difícil llegar a ser ni aun concejal en Yecla. Y es que la originalidad es lo que más difícilmente perdona el vulgo”.
Y eso, con ser grave, no fue el principal motivo del odio barojiano a Salaverría. La horrorosa ofensa es que éste fue el único que acudió a verlo cuando le extirparon la innombrable y siempre temió que lo dijera por ahí. Cosas innombrables, concejalías y malvados salaverrías, qué vida tremenda.
Eso sí, en las memorias, qué nadería de conflictos, qué indigencia en intimidad, qué miseria de confesión, qué poquedad, qué roña y qué arrojo ninguno. Parece todo filtrado por la zapatilla. Las melonadas de que si tenían un gato micifuz y el poeta fulano era cheposo.
Por lo demás, este sentimental que no quiere a nadie, archieuropeo sin cultura, racionalista animado por un odio religioso a los curas, inconformista que duerme con su madre, humilde que quiere fusilar a todo el mundo, es un asno tan convencional que presume de ignorancia.
A partir del siglo XIX, nada valía la pena, todo se había detenido. No leyó nada del siglo XX, salvo las reseñas literarias. Y de su amado decimonono, le quedó entre las orejas lo más rancio y mohoso.
Con ese catecismo bajo la boina, perdigonea que el siglo XX es abominable y decadente, no hay pensamiento ni escribimiento. Está todo perdido de mujeres y judíos, esos seres impertinentes, así como de chinos, negros e hispanoamericanos, que también le dan yuyu, estos últimos porque “a mí, estos hombres sin casta me repugnan […] me parece que ellos han adulterado mi raza”.
Su raza. Según razona este especimen, África empieza en el Carrascal y en Bayona asoman los normandos, que ya son chinos.
¿Baroja era para adultos?
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