Hoy por hoy no sabemos mucho de los autores del 11-M Empezamos a descartatr algunas hipótesis, y la principal de ellas, la versión oficial. Pero no hay una tesis definitiva. Es así como están las cosas. También está claro el empeño del gobierno y su gente en tapar la cosa. En fin, veremos...
Dos Iglesias
1 de Abril de 2007 - 12:20:56 - Pío Moa
El obispo Uriarte, digno sucesor del digno Setién, como siempre, en la línea de apoyo al terrorismo, de simpatía íntima por él, de recogida de nueces, de implícito escupitajo sobre las víctimas y sobre el estado de derecho. Todos sabemos lo mucho que debe la ETA a esa parte sabiniana del clero vasco, hipócrita desde la punta de los pies hasta la coronilla, hipocresía ambulante y parlante. Como lo debe al PNV, a Giscard d´Estaing, a Bumedián, y a tantos otros, y, sobre todo, a Zapo. Prodigiosa historia, la de la amplitud y variedad de solidaridades que el totalitario TNV despertó tan pronto empezó a asesinar, y sigue despertando. Uriarte es ahora el obispo de Zapo, del PNV y de la ETA, una perfecta manifestación de la Infame Alianza.
Dicen algunos que Uriarte representa la continua intromisión de la Iglesia en la política, la prueba de que no existe verdadera separación entre la Iglesia y el estado. Manías jacobinas. El obisparra tiene perfecto derecho a expresarse, faltaría más. Como los demás ciudadanos podemos y debemos hacerlo, a nuestra vez.
Además, Uriarte no es la Iglesia, solo una parte de ella, incluso tiene algo de "otra" Iglesia. El grueso de la Iglesia española, hoy, es un valladar, incluso el principal valladar de las libertades contra el asalto de los liberticidas. Véase la COPE, por poner un ejemplo, siempre en el punto de mira de los enemigos de la unidad de España y de la democracia. ¿Paradójico? Solo para quienes tienen un conocimiento tópico de la historia. En 1934, cuando la izquierda en pleno se abalanzó, arma y tea en mano, contra el gobierno legítimo, el diario El Debate, un órgano de los obispos, llamó a los ciudadanos a defender las libertades y la legalidad constitucional. Lo hizo a pesar de los manifiestos defectos de aquella Constitución y de su carácter no laico, sino antirreligioso, pero reformable.
No hace falta ser creyente para constatar esta evidencia. Basta con ser demócrata.
---------
De "Una historia chocante. Los nacionalismos vasco y catalán en la historia contemporánea de España" (p. 508 y ss):
Pese a su temprana decisión de recurrir a las armas, la ETA tardó diez años en matar a alguien. Con alguna salvedad. Según parece hubo ya en 1959 el proyecto o intento, algo legendario y en todo caso frustrado, de provocar el descarrilamiento de un tren que llevaba a Bilbao a ex combatientes del ejército de Franco para un acto conmemorativo, lo que habría ocasionado probablemente una carnicería. Y en 1960 la organización mató a un bebé de 22 meses, la niña Begoña Arroz Ibarrola, abrasada por la explosión de un artefacto colocado en la estación de Amara, en San Sebastián. Este asesinato, por razones obvias, no fue reivindicado
Todo cambió el 7 de junio de 1968, con la muerte de un guardia civil, cerca de Tolosa. Los hechos sólo serían relatados con veracidad treinta años después, por uno de los participantes, Iñaki Sarasqueta. Éste iba en un coche con el autor de los disparos, Javier Echevarrieta “Txabi”, cuando el guardia civil José Antonio Pardines, gallego, les hizo parar: “Supongo que se dio cuenta de que la matrícula era falsa (…) Nos pidió la documentación y dio la vuelta al coche para comprobar si coincidía con los números del motor. Txabi me dijo: “Si lo descubre, lo mato” “No hace falta -- contesté yo--, lo desarmamos y nos vamos”. “No, si lo descubre, lo mato”. Salimos del coche. El guardia civil nos daba la espalda, en cuclillas, mirando el motor por la parte de atrás. Sin volverse empezó a hablar: “Esto no coincide…” Txabi sacó la pistola y le disparó en aquel momento. Cayó boca arriba. Txabi volvió a dispararle tres o cuatro tiros más, en el pecho. Había tomado centraminas y quizá eso influyó (…) Era un guardia civil anónimo, un pobre chaval. No había necesidad de que aquel hombre muriera”.
“El relato de Sarasqueta no hace concesiones a la hagiografía. Echevarrieta disparó por la espalda a un hombre agachado y lo remató cuando yacía en el suelo, boca arriba. No fue un enfrentamiento, no fue la heroica lucha de un guerrillero contra un enemigo prevenido, sino un asesinato, como el del nazi que dispara sobre el judío arrodillado junto a una zanja en los bosques de Lituania, o sobre la del rehén de las Fosas Ardeatinas (…) Instituyó el estilo de los futuros atentados de ETA: tiro por la espalda y, si es posible, con la víctima maniatada”, comenta J. Juaristi en Sacra Némesis.
El autor de los disparos y su acompañante se refugiaron en casa de un cura. Pero Echevarrieta, en quien la euforia provocada por las centraminas había cedido al pánico, insistió en marcharse. “Salimos de la casa y nos detuvo una pareja de la Guardia Civil. Los dos llevábamos una pistola en la cintura. Primero me cachearon a mí y no la notaron. Recuerdo que Txabi lanzó un rugido. Y después una escena típica del oeste, de las de a ver quién tira primero… El guardia civil disparó antes que yo, y salí corriendo… No supe en ese momento que Txabi había muerto…” Sarasqueta cayó detenido poco después, y, condenado a muerte, la sentencia le sería conmutada”.
La ETA, el PNV, el clero nacionalista y la oposición antifranquista transformaron este doble episodio de muerte en un relato, entre heroico y martirial, de lucha por la libertad y venganza represiva. La versión difundida afirmaba que Echevarrieta había sido “cazado a tiros”: sacado del coche, esposado, puesto contra la pared y asesinado de un tiro en el corazón” Los curas nacionalistas, incluso tibios, celebraron por él muchas decenas de misas con las correspondientes homilías; en su honor se compusieron poemas y canciones, una de las cuales adaptaba otra compuesta por los comunistas para Julián Grimau, y que empezaba: “He conocido el crimen una mañana/color tiene mi pena de sangre humana/ solo nubes y plomo/lo contemplaron/Txabi Echevarrieta, te asesinaron, te asesinaron”. El nombre del grupo terrorista empezó a sonar dentro y fuera de España, levantando solidaridades. No sólo la ETA, también el nacionalismo y el antifranquismo en general se identificaron con el mártir.
El asesinato del guardia civil, gratuito, sórdido y sin asomo de épica, realizado por un estudiante semidrogado, tuvo verdadero carácter inaugural. Hasta entonces la ETA era un grupo sin demasiada importancia, molesto para el gobierno, aunque mucho menos que el PCE, que organizaba frecuentes huelgas en Vascongadas. En adelante se convertiría, junto con los comunistas –y siendo ella misma en buena medida comunista—en el enemigo principal del régimen. Y más allá de las lucubraciones teóricas de los años anteriores, inauguraba también, como observa Juarista, el método de “lucha” predilecto de la ETA: el disparo por la espalda a la víctima indefensa”
La dirección etarra decidió tomar venganza por la muerte de Echevarrieta, y dos meses después, el 2 de agosto, mataba a tiros en Irún al comisario Melitón Manzanas, de la Brigada político-social. Este atentado ilumina muchos aspectos de la realidad de entonces, y es también Sarasqueta quien explica algunos de ellos. Ya antes del asesinato de Jardines estaba siendo vigilado Manzanas, pero no por los etarras, sino por un dirigente medio del PNV: “La primera información sobre sus movimientos me la dio Jon Oñatibia, miembro del PNV y antiguo delegado del gobierno vasco en Nueva York. Fue una decisión personal, no digo que el PNV tuviera nada que ver. Supimos qué autobús cogía, a qué hora, incluso dónde solía sentarse… Yo se la pasé a Txabi. En aquella época media Guipúzcoa estaba aterrorizada por este hombre, con una terrible fama de torturador. Siempre he pensado que se valía más de esa fama que de la propia tortura. El caso es que fui yo quien levantó el pájaro”.
Las palabras de Sarasqueta sobre el supuesto torturador son bien expresivas. La oposición antifranquista, que describía comúnmente a los policías como torturadores, era a veces víctima de su propia propaganda, al crear un ambiente de miedo que, como da a entender Sarasqueta, facilitaba los interrogatorios –sin que ello niegue la existencia de torturas en algunos casos--. El órgano del PCE “Mundo Obrero” dio una justificación al tentado definiendo a Manzanas como “torturador de comunistas, católicos, socialistas y otros demócratas”. Obsérvese la inclusión de los católicos como demócratas, al lado de los comunistas.
Más interés tuvo la reacción del PNV, que, después de haber acusado a Manzanas de atrocidades, desaprobó el asesinato e hizo correr el rumor de que el mismo obedecía a un asunto de faldas. Interpretación llamativa cuando un peneuvista destacado –su nombre tardaría muchos años en salir a la luz—había estado, por lo menos, en el origen e inducción del atentado. Oñatibia, activista del servicio de información y propaganda del PNV en Usa, relacionado con la CIA, había vuelto a España en los años 60 para centrarse en la promoción de actividades culturales de matiz nacionalista, como cursos de verano para estudiantes useños. Lo hasta hoy sabido impide asegurar nada, pero la actitud del PNV tiene todos los rasgos de la intoxicación.
Y, por supuesto, la leve condena al crimen se volvía incondicional al régimen. En un comunicado oficial tras la muerte de Manzanas, el exiliado “gobierno vasco”, con asistencia de socialistas y republicanos, rechazaba “con la mayor vehemencia los abusos de poder del gobierno franquista, que se instauró y funciona violentamente, pues esta violencia ha dado lugar a la otra. Y el PNV añadía: “El genocidio sañudo y persistente, la negación y atropello sistemáticos de los derechos de la persona humana, y la práctica repetida e inhumana de la tortura que el régimen franquista viene practicando ininterrumpidamente durante los largos años de su dominación sobre el Pueblo vasco, han creado en Euskadi un clima de extrema tensión y violencia”. En octubre hablaba de “más de ciento cincuenta presos y cincuenta confinados como resultado del estado de excepción, lo que no parece una cifra exagerada para el masivo “terror de Estado”; y organizaba colectas pidiendo a todos los vascos identificarse con los perseguidos.
Cabría preguntarse cómo, si la violencia de la ETA nacía de la represión del régimen, no había habido mucha más violencia cuando la represión había sido mucho mayor. El PNV, al tiempo que suministraba a los terroristas todo género de justificaciones y les facilitaba un inapreciable aliento propagandístico, personal y económico mediante colectas, exhibía su distanciamiento de ellos porque, afirmaba, el partido tenía carácter democristiano y exigía “el respeto integral a la vida y la dignidad del hombre, base esencial de toda convivencia civil y razón de nuestra propia lucha frente al sistema de opresión imperante hoy en el Estado español”. Un etarra algo cínico podría haberse extrañado de que a tan altas razones correspondiese una lucha tan tibia.
Ocurrían también estos hechos en un año, especialmente un verano, marcado en Europa por la revolución del 68 en Francia, la proliferación de huelgas obreras y estudiantiles, violentas con frecuencia, en Alemania, Italia y otros países, el recrudecimiento de la guerra de Vietnam, las marchas de apoyo al Vietcong, la mitificación del Che Guevara y la lucha guerrillera, el aplastamiento de la “Primavera de Praga” por los tanques soviéticos, la matanza de cientos de estudiantes perpetrada por el gobierno del PRI en la plaza de Tlatelolco, en Méjico, etc. Vistos en la perspectiva del terrorismo posterior, en España y otros muchos países, aquellos atentados etarras parecen poca cosa, pero en el plácido ambiente español del momento cayeron como una pesada piedra en un estanque. Tres muertos en sólo dos meses, y la agitación no ya de la oposición, sino de fuerzas mucho más poderosas en el exterior, constituían el ataque más grave, directo y sangriento al franquismo desde la época del maquis.
El gobierno respondió decretando el estado de excepción en Guipúzcoa por tres meses. Menudearon las redadas y detenciones, muchas veces por simples sospechas. La oposición, empezando por el PNV en el exterior, clamó con redoblada energía contra el “terror de Estado”, acusándole de las acciones de la ETA, cuando había sido exactamente al revés. Se desataba la espiral diabólica de la acción-represión-acción, y la simpatía y colaboración en ella de muy variados elementos, incluso de la derecha. El nombre ETA se envolvía en Europa y América de un halo de heroísmo o al menos de justificación: un grupo patriota y democrático en lucha por la liberación de un pueblo oprimido o una colonia, contra una dictadura fascista.
Quizá nunca logró tales ganancias con tan poca inversión un grupo terrorista. Desde el punto de vista de sus planes había logrado una victoria inimaginable, un “salto cualitativo” que marcaba un antes y un después.
Por supuesto, en otro orden de cosas el éxito le salió muy caro, de momento, pues en 1969 la policía desarticuló prácticamente la organización y detuvo a la mayoría de sus dirigentes, entre ellos, con toda probabilidad, a los autores materiales del asesinato de Manzanas. Ello provocó una desorganización momentánea y un duro enfrentamiento interno, que reproducía el anterior a la V Asamblea entre los nacionalistas socialistas y los socialistas nacionalistas”
1 – 200 de 205 Más reciente› El más reciente»