Los más listillos de entre vosotros ya os lo sabréis. Aplicáoslo igualmente
Se trata de un cuento hindú, que recoge Rabindranath Tagore.
Érase una vez un matrimonio muy pobre, muy pobre, muy pobre. Apenas podían ir subsistiendo a diario haciendo todo tipo de economías y sufriendo toda suerte de privaciones.
Ella pasaba los días hilando en la rueca delante de la puerta de su modestísima casita, para ayudar con unas pocas monedas al sustento de su hogar. Todo aquél que pasaba por delante de ella se quedaba prendado del hermosísimo pelo negro que caía sobre su espalda. Ella lo cuidaba con esmero para preservarlo siempre bello. Era su más preciado bien y se sentía muy orgullosa de él. La imponente mujer del más rico mercader de por aquellos contornos miraba siempre con indisimulada envidia aquella preciosa cabellera.
Él trataba de vender -más que vendía- unas pocas frutas y verduras en el mercadillo del pueblo. Frutas y verduras poco vistosas, la verdad sea dicha. En la boca llevaba una vieja y hermosa pipa, herencia de su padre, a la que apreciaba sobre manera y que era su compañera en las largas horas de trabajo, lejos de su casa. La pipa solía estar casi siempre vacía, ya que no había dinero ni para tabaco ni para gasto superfluo alguno. A su alrededor, los otros vendedores más ricos y presuntuosos echaban espesas y azuladas volutas de humo, ante la envidia secreta de nuestro pobre hombre.
Se acercaba el aniversario de bodas. Ella quería hacerle un regalo a su hombre. Pero no contaba con dinero alguno…
De pronto, una idea iluminó su mente. Sus ojos de azabaches brillaron de alegría y de decisión. Rápidamente se dirigió a la casa del rico mercader. Un criado la hizo pasar…
Cuando salió de la casa, llevaba la cabeza cubierta por un pobre pañuelo. Había hecho el mayor de los sacrificios. Había vendido su pelo por unas pocas monedas de cobre. Pero estaba contenta. Una sonrisa iluminaba su cara.
Con gran alegría se dirigió a comprar un poco de aromático tabaco. Era el regalo que pensaba hacer a su marido. Ya lo imaginaba entre los demás vendedores, fumando -esta vez sí- el también, lanzando al cielo bocanadas de humo.
Esperaba nerviosa, impaciente, con el pequeño paquetito en sus manos. Miraba el camino por el que siempre él volvía, cantando y silbando.
Al fin le vio. Como siempre. Cantando y silbando. Feliz.
Feliz porque iba a darle una gran sorpresa a su queridísima mujer. Iba a hacerle un regalo de aniversario que ella no esperaba. Iba a regalarle unos peines para su hermoso cabello. Unos peines que había podido comprar tras vender su vieja y querida pipa.
(Escrito por Fedeguico)
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