Concierto africano con Bisbal
Lola Huete Machado 18/02/2007
David Bisbal es un superventas. Chema Caballero, un misionero que en Sierra Leona lucha por la rehabilitación de niños que hasta 2002 combatieron en una de las guerras más terribles de África. Dos nombres, dos miradas, un viaje.
Se oye un saludo en krio, un cóctel de inglés, palabras autóctonas y lo que haga falta, nacido de época colonial.
–Au di body?
–Di body’s fine, man.
Quien pregunta es David Bisbal (Almería, 1979), superventas latino; apenas unos días por territorio de Sierra Leona y ya lo domina. Quien responde, un chaval de 17 años, de rostro oscuro y tierno, ojos inmensos e indumentaria rapera, Sahr Torquee; de nombre artístico, Sasko. Chocan sus manos. Los dos son cantantes. Pero en y de mundos muy distintos. Uno –con tres millones de discos vendidos– conoce bien la fama, las operaciones triunfotelevisivas, los premios, los conciertos multitudinarios y la suerte de haber editado ya varios trabajos (Premonición, el último, Universal). El otro sólo tiene una decena de temas grabados en un CD que se vende en los tenderetes de Freetown, pero le podría dar lecciones de miseria extrema o detallarle cómo suenan, saben y huelen la sangre, las noches en la selva, las balas de los Kaláshnikov, el hambre cotidiana, las miradas de miedo de los que van a morir o de los que sobreviven matando. Podría contarle durante días y días. Pero a Sasko, que fue niño soldado, le basta con dos segundos y el título de una de sus canciones: No more pain. Dice: “No more pain, no more sorrow, no more hate… (No más dolor, no más desconsuelo, no más odio…)”. Canta Sasko su rap africano y todos enmudecen. También Bisbal. Y el misionero Chema Caballero.
Hoy es el último día de un viaje por Sierra Leona. Cinco millones de habitantes, apenas el tamaño del dedo meñique sobre el mapa del continente; penúltimo puesto en el Índice de Desarrollo Humano, por delante de Níger. Y una guerra tan cercana (acabó en 2002; 50.000 muertos; millones de desplazados) que sus efectos se aprecian aún en la ruina de sus paisajes y edificios, en los miembros mutilados de miles de ciudadanos, en la mirada perdida de adolescentes ex soldados, como Abu, Junior, Alpha, Alimamy, que bailan ahora entusiasmados. “No more killing (No más asesinatos)”, sigue el tema de Sasko. Y habla de África, de diamantes, de violencia, del deseo de paz, del filón que es la pobreza para algunos. “La música es esto, son mensajes. Y es una medicina. Para uno mismo y para el público. A veces sales a cantar hecho polvo y al terminar el concierto estás curao”, cuenta Bisbal – gorra calada, pantalón vaquero, más delgado–.
Faltan unas horas para tomar el helicóptero, cruzar el río Sierra Leona en su impresionante desembocadura y regresar a Europa. En el aparato llorará Elena Tablada, la novia del cantante, impactada con el viaje (“Me ha cambiado la vida. Yo conozco Latinoamérica, pero ver cómo es esto…”), ocultos sus ojos tras enormes gafas de marca. En tierra se quedan “los muchachos”, como los llama Bisbal. Todos ex soldados rehabilitados en el programa que lleva adelante Caballero. “Junior me dice: ‘¿Te puedo preguntar algo?’. Claro. ‘¿Tú que piensas de cómo vivimos?’. Me quedé muda. ‘Somos víctimas del egoísmo y la envidia; yo quiero estudiar leyes fuera y volver para hacer de mi país un lugar mejor’. Eso ha dicho”, cuenta Elena sobre uno de ellos, que fue esclavo de la guerrilla. Y Bisbal: “¿Y Alpha?, que me suelta: ‘¿Viven tus padres?’. O cuando le felicitamos por su cumpleaños, sopló la vela y pidió el deseo: ‘Lo que quiero es ser mejor persona’, dijo”.
Abajo se quedan los misioneros javerianos, Natalio, Bruno, Jesús, Carlos (“Enseña a los chavales a cantar el Bulería, bulería y así se olvidan del himno del Barça”), y cientos de niños que ahora mismo, en Madina, corretean descalzos entre las casas de adobe y techados de hierba de elefante; las mujeres, sentadas a la puerta con la comida, bañando al bebé en un barreño, trenzándose el pelo unas a otras; los hombres, en los puestos de los mercados; las gallinas corriendo entre el polvo; el olor a humo, a hierba seca, a selva. Se quedan los jefes de las aldeas, avejentados, encorvados, que regalan nueces de cola y cabras en agradecimiento a los visitantes; se quedan los profesores de las escuelas de Mile 14, Kafotari, Kakola, Kayanka, los de la guardería de Madina, que nos observan con ojos profundos y sueñan con ese otro mundo que, a veces, ven vía satélite; los alumnos de los distintos niveles, vestidos impecables, de azul o blanco, que cantan y bailan; aquí siempre cantan y bailan.
Permanece en tierra Chema Caballero, el anfitrión, al que, juraría, se oye suspirar aliviado cuando nos marchamos entre el fragor del aparato. “Fue una paliza la visita y nos quedamos en la superficie. Pero resultó mejor de lo que esperaba. David es muy sensato, no juzga a priori, nada prepotente, nada divo, consciente dentro de su sencillez. Los chavales se encontraron bien con él, se vieron queridos, escuchados. Una buena experiencia”, dirá luego. Pero bajito, bajito, también se le oye preguntarse: “¿Se olvidarán de esto en cuanto cambien de paisaje? ¿Ayudarán de verdad en esta tarea o será sólo marketing?”.
La primera impresión sobre Sierra Leona es llegar a Sierra Leona: el lujo de contemplar desde lo alto la geografía de Marruecos, el desierto de Mauritania, el Sáhara, la selva de Guinea… La segunda, al aterrizar en el aeropuerto de Lunghi en esta segunda semana de enero de 2007, la provoca el viento, el Harmatán. Su frescor y la neblina que crea hacen más soportable ese traje sofocante de casi treinta grados que se va pegando al cuerpo como un guante. Un cartel – entre otros, de móviles, sobre prevención del sida o lo bueno que es pagar impuestos– saluda: “Bienvenidos a Sierra Leona. Si no puedes ayudarnos, no nos corrompas”. La tercera sorpresa es conocer a Caballero. Extremeño, de 45 años, vestido siempre con el mismo modelo de pantalón de colores, observador, analista impenitente tras sus gafas (su vida intensa la cuenta el periodista Gervasio Sánchez en Salvar a los niños soldados, 2004). Por su adaptación al terreno se diría que desembarcó aquí hace siglos, quizá en el XV, tiempo de descubrimientos, cuando se asentaron en esta tierra los portugueses y algún que otro español, aunque pronto perdieran interés por África: allí estaban Colón y América robándole un protagonismo nunca conseguido.
Él no vino para descubrir nada. Ni para cambiar a nadie. “Yo creo en la educación como motor de cambio”, dice. ¿Ni siquiera en lo religioso? Respuesta: “Viene a misa en Madina un católico con sus dos esposas y sus hijos”. ¿Y? “Aquí la familia es otra cosa. Mientras cuiden de sus hijos, ¿qué podemos decir?”. Pero lo que vio le bastó para quedarse tres lustros. “Y aquí estaré hasta que se me acaben las ideas”.
Una de éxito fue Saint Michael, el centro de rehabilitación de menores soldado que los javerianos regentaban en la playa de Lakka. Por él pasaron 3.000 niños (“En 2001 se calculó que había 20.000; en 2002, sólo 6.500. Yo preguntaba: ¿Pero adónde ha ido el resto?”) que ya nada recordaban de su infancia. “Venían cargados de armas… Las pusimos en una barca y las hundimos en el mar”. Hoy el centro no existe: “Al final de la guerra, la ONU dejó de enviarlos. Y miles de ellos no han sido atendidos; orgullosos de su pasado sangriento, y sin futuro, forman hoy las mafias en Freetown. La mayoría luchó con los rebeldes, pero el Ejército también los usó y lo ocultó”.
Uno de ellos, Alpha Kamara, robusto, de mirada penetrante, de etnia temne, conduce el todoterreno. “¿Y este muchacho...?”, interroga Bisbal observándole desde el asiento trasero junto a Elena –delgada, pequeña, siempre arreglada y atenta–, “habrá visto de todo, claro”. “Claro”, dice el misionero. Y sigue: “Nuestro programa trata ahora de crear actitudes de paz para que todos convivan”. Abrir, dotar y gestionar escuelas (llevan 33; 150 maestros locales contratados), educar, mandar a los mejores a estudiar a universidades extranjeras (comienza ahora una experiencia con cuatro chicos en la de Almería): “Hay paz, pero no progreso político o económico. Le costará al país salir de donde está si siguen en el poder las mismas familias. Por eso pongo tanto énfasis en la educación, para formar nuevos líderes, con nueva mentalidad, que den la vuelta a esto”.
Bisbal hace nada que sabe de la existencia de Sierra Leona. La primera vez que pisa el África negra. La primera que ve de cerca un niño soldado, aunque haya escrito una canción sobre ellos en un nuevo disco con muchos temas propios y un contenido más social: “No han crecido y ya tienen valor. / No han vivido y mueren por error. / Cómo pudo la inocencia convertirse en destrucción…”.
“Hice ‘Soldado de papel’ y vi una noticia sobre este problema. Quedé impresionado. Quería hacer algo, donar dinero, lo que fuera. Pero no de cualquier modo; busqué a la mejor organización posible. Hasta que di con la Coalición Española para Acabar con la Utilización de Niños y Niñas Soldados [integrada por Amnistía Internacional, Save the Children, Alboan, Entreculturas, Fundación El Compromiso y Servicio Jesuita al Refugiado; www.menoressoldado.org] y con Chema”. “La Coalición hace mucho por nosotros. Entiende el término ‘a largo plazo’; la tarea de reinserción no sabe de tiempos”. “Nacimos con el objetivo de que la ONU adoptara una legislación internacional para prohibir el reclutamiento y uso de menores de 18 años por la fuerza”, indican en la Coalición. En 2000, la ONU adoptó tal protocolo. Pero no sirve de mucho. Unos 300.000 menores luchan hoy en distintas guerras.
¿Cómo fue la de Sierra Leona? Corría 1992 cuando llegó Caballero. Y entonces comenzaba entre el Ejército y los rebeldes del Frente Unido Revolucionario (RUF), que, apoyado desde Liberia por Charles Taylor (hoy preso en La Haya), nacía incluso con aires de alternativa a la pobreza. “No más esclavos y no más amos”, rezaba uno de sus lemas. Pero su objetivo cambió pronto hacia otro más brillante: diamantes, dinero y armas. El RUF se forma, en su mayoría, por menores arrancados de sus familias “que adoctrinados, drogados y alcoholizados y con un arma, llegan a sentirse dueños del país”. Las niñas (“se nos olvidan mucho ellas, víctimas ocultas, doblemente maltratadas”, apunta la Coalición) no corren mejor suerte: son usadas como esclavas sexuales. “No more horror, no more raping, no more terror (No más horror, ni violaciones, ni terror)”: ahí está, el pozo sin fondo con el que Sasko escribe canciones.
El encuentro entre el triunfito Bisbal y el rapero soldado tiene lugar en una boîte de Freetown, ciudad pegada al mar, fundada por esclavos liberados en el XVIII. Justo ahora, en enero, hace siete años que los rebeldes la atacaron en una operación de nombre bien gráfico: Nada con Vida. Y así quedó. Hoy y aquí, Bisbal descubre lo que de verdad esconden las palabras usadas en uno de sus temas, Torre de Babel: “Somos fichas de ajedrez en un juego de poder, es necesario aprender a vivir en armonía, porque mientras unos mueren de hambre otros derrochan…”. Y queda impresionado: “Dios mío, la tengo que grabar en inglés, para que todo el mundo se dé cuenta”.
Un extracto de Diamantes sangrientos, de Greg Campbell (el libro en el que se basa el reciente filme interpretado por Leonardo DiCaprio sobre la relación entre la guerra y los diamantes que Sierra Leona posee en su zona oriental), sirve para centrar el paisaje de esta ex colonia británica: “El RUF no era el único grupo armado… Tanto los soldados del Gobierno como las fuerzas de pacificación de África Occidental (ECOMOG) luchaban por mantener al RUF alejado del control de las minas de diamantes. Un cuarto grupo –la tribu de los kamajor– venía a añadirse a este baño de sangre”. Hacerse con el control de las minas ha sido el fuelle de las guerras en la región. Según algunas ONG, ha costado más de tres millones de vidas en Angola, República Democrática del Congo, Liberia…
–¿Y se han abierto a ti los niños? ¿Te lo cuentan todo? ¿Lo que hicieron?, pregunta en un momento el cantante de Almería.
–Cuando vamos a la playa me cuentan batallitas. Y es secreto. No puedo traicionarles. La clave es que hablen. El que no habla, lo tiene mal. Es mayor ese problema en las niñas. Son inestables. La familia no las protege, las desprecia muchas veces.
–¿Había mucha prostitución?
–¿Que si había? Durante la guerra, esclavas, y después, con 17.000 soldados de la ONU y 500 ONG, imagina, ¡un mercado amplio! Ya iremos a la guardería en Madina, allí hay muchos hijos de violadas.
–¿Tienen depresiones los muchachos?
–Momentos bajos sí, y aún pesadillas. Hay que intentar que no asuman un complejo de culpa, que entiendan que fueron obligados. Necesitan reafirmar esa idea. Sí presentan síntomas de frustración cuando no consiguen lo que quieren, cuando algo les sale mal; puede traducirse en comportamientos violentos, ante un fracaso escolar o no encontrar trabajo, por ejemplo.
Pequeño susto en el hotel del aeropuerto: no hay habitaciones. El presidente del país, Kabbah, ha ocupado un ala entera. A dormir en la casa de acogida de los javerianos en Lunghi… Precioso lugar sobre la playa, vegetación tropical, cayucos varados en la arena: “Desde aquí escuchábamos, pum, pum: los nigerianos del ECOMOG fusilaban a los rebeldes en 1998”. Todos convertidos en asesinos de todos, la eterna canción de África. “¿Hay armas aún en las casas?”, pregunta Bisbal. “La ONU recogió mucho. Pero no salió todo”. “¿Y qué ideal de vida tienen los chicos?”, sigue. El misionero le mira en silencio: “Un trabajo, una casa…”.
En su última visita a España le comentaron a Chema que el cantante se había interesado por su tarea: “Yo quiero ver aquello’, me pidió David cuando nos vimos. Le expliqué que ya no se ven chavales con fusiles, que ahora el daño es otro, es interno, está en la falta de oportunidades…”. Y mientras lo cuenta señala a Alpha. “Es mi sombra: taxista, recadero, tiene sueldo, casa… ¿Ves sus cicatrices bajo los ojos? Los diamantes se cambiaban por armas y cocaína. Se la inyectaban para que fueran más fieros y no se vinieran abajo al atacar”. “Pobres. ¡Qué vida!”, dice Elena. “¿Son conscientes de cómo se vive fuera?”, pregunta David. “Imitan lo que ven, las marcas, la vestimenta de los raperos, tienen una visión distorsionada de lo que hay al otro lado, creen que allí, por ejemplo, el Gobierno te da un sueldo sin trabajar”. Ella apunta: “¿Sabes que mi profesora de diseño en Miami no sabía qué era eso de niños soldado? ‘¿Pero de dónde lo sacas?’, me decía, ‘¡si es una película!”.
Alpha se sienta junto a Bisbal en la mesa durante la cena mientras éste explica el daño que hace la prensa rosa, la cacería a la que se somete a los famosos en España: “Yo nunca entro en ese juego”. El sierraleonés le mira extasiado, como preguntándose qué tipo de persecución será esa, cuando la conocida aquí es sinónimo, como mínimo, de huida por piernas.
“Ha sido un fin de año muy solidario el último”, añade luego Bisbal. Se ha convertido en miembro de la recién creada Fundación ALAS en Latinoamérica, una iniciativa alentada por Shakira en la que participan Alejandro Sanz, Juanes… “Se trata de usar música y fama para ayudar a los necesitados”. Y surge el tema. ¿Es verdadera la solidaridad de los famosos, o negocio? ¿Y sirve? “La presentadora Oprah Winfrey abrió una escuela aquí. Yo nunca habría sabido de este lugar si no es por ella. O lo de Angelina y Brad Pitt en Camboya, claro que sirve”, opina Elena. Su novio asiente. Conclusión del presidente de la Fundación El Compromiso también presente: “¿Sabéis lo que decía la madre Teresa? ‘¿Tú qué eres? ¿Banquero? ¿Cantante? Seas lo que seas, usa tu trabajo para ayudar a otros”. “He traído zapatillas de deporte para los muchachos”, anuncia entonces Bisbal. Bien. En Madina, en la selva, donde se ubica una de las misiones javerianas, podrá jugar un partido con rebeldes, soldados y víctimas, todos juntos.
Madina, al noreste, unos 3.500 habitantes, 20% de católicos (el 3% en el resto del país), pegadita a Guinea Conakry, tal como evidencian los vehículos, a reventar de carga. Es la zona de Tonko Limba, antaño del RUF. Cinco horas de trayecto desde Lunghi, entre el calor que todo lo empasta, el polvo del camino que cubre la ropa de naranja sangre y el traqueteo agotador del coche por los baches infinitos (el asfalto aquí es casi un desconocido), a través de aldeas, puentes, paisajes de color y dimensión prodigiosos. Cuando llueve por este mundo, llueve con todas las letras. Y su rastro queda marcado en el suelo, igual que el sol marca la piel de los residentes convirtiéndola en pergamino.
Y en Madina se celebra el partido. Dos equipos. Dos entrenadores. Sidi, ex coronel del RUF, liberiano. “De los que más chavales secuestró”, susurra Chema. Ahora, vendedor y casado con una sierraleonesa. El contrario, Konko, ex del ejército, pintor, casado con liberiana. Antaño enemigos, como muchos jugadores que ahora corren en chanclas tras el balón. El número 20, Sahr Sandy, al que llamaban Comandante Mosquito, quien llevaba una unidad de niños; o el 3, Alimamy Samara, 17 años, ex guardaespaldas de Sidi, ahora estudiante; o Ibrahim, el 8; John Papa, el 10; Daffay, el 9: todos víctimas de los rebeldes. Entre el público, alguna chica: Efe, ex esclava, dos hijos, uno fruto de violación.
Bisbal se despoja de golpe de la camiseta en una gran momento rosa. Los europeos sufren con el discurrir del partido: “Es que no le pasan ni un solo balón…”. Bisbal no decae, corre de un lado a otro, se empeña… Pero nada. Son potentísimos. No se fían del blanco. De pronto, el árbitro pita penalti. “Dejadle a él”, se oye gritar a Chema. Bisbal se coloca, chuta y marca. Empate. “Es buena terapia, muy buena”.
Esta noche misma que usted lee, alguno de los javerianos abrirá la nave de cemento y uralita frente a la misión, encenderá la tele para ver un partido o una película y niños y jóvenes acudirán a verla. Hoy toca Todo por ustedes, el DVD con los directos de Bisbal. El lugar rebosa de curiosos. David y Elena, seguidos por un séquito de chiquillos que ella lleva en brazos sin miramientos, se sientan en primera fila. Avanzada la proyección, Chema dice: “¿Veis al que canta? Pues está aquí”. El almeriense se levanta, da uno de sus giros. Pero uno de los críos, incrédulo, dice: “Si no es el mismo…”. “Es que me he cortao el pelo, chiquillo”. Más de dos horas dura la cinta. Y allí siguen, pegados a la silla.
Ángeles tatuados es el título de un documental que la Fundación El Compromiso grabó con la colaboración del bailarín Nacho Duato. La proyectan tras la cena en las salas coloristas de la misión, entre muebles tallados por Gbessay Turay, otro ex niño soldado, hoy carpintero, las imágenes de San Francisco Javier en la pared y las medicinas del enfermero Bruno almacenadas por los pasillos. “Se emitió en TVE en 2001 y aún llega dinero anónimo a esa cuenta”. Escenas de combate en la capital, de mutilaciones y mutilados, del psiquiátrico de Sidy: un niño subido a un camastro que mira siempre al exterior, de día y de noche; nadie sabe de él, nadie lo reclama. Ahí se cuenta la historia de Justice, al que su madre no reconoce al regresar; la de Sonny Cole, que la ONG ha conseguido que estudie en Londres; la de Filare, que secuestró a siete monjas y luego se topó con una en Saint Michael, y ésta le trató de tal modo que cuando él tuvo una hija, le pidió permiso para ponerle su nombre, Adriana.
De regreso a Freetown, al cruzar un puente, parada para contemplar las vistas. Unos críos pescan con un hilo de muchos metros que dejan caer al vacío. Llevan allí, dicen, toda la mañana. Entre risas, Bisbal anuncia: “Soy mago, haré que piquen”. Y pesca un hermoso ejemplar. Los presentes se entusiasman. Pero los coches de los otros europeos tardan en llegar. Cruzan camionetas renqueantes, autobuses atestados, todoterrenos lujosos… Cada color de matrícula, un estamento: vehículo oficial, verde; ONG, azul… Bisbal suelta: “Este momento ya lo viví. Yo ya he estado aquí antes”.
Entramos en la capital por las colinas de Hill Station donde funcionarios, corruptos locales y blancos de distinta condición se construyen mansiones. Muchos de los chicos se han quedado a vivir aquí, como Gbessay o Abu Mansaray, el ex general, que tiene unos ojos que podrían mover montañas. Aquí, la casa de una pareja de ex soldados (Shiaka y Kadi) es el corazón del programa de los javerianos: “Acogen niños sin familia, y allí acuden todos cuando tienen problemas o quieren hablar”. En Freetown, sin red general de suministro eléctrico, sin agua corriente o alcantarillado, lo básico es un lujo. La mayoría de su millón y medio de habitantes se hacina en barrios de chabolas como el de Kroo Town, un desguace de seres humanos. Otros deambulan por Saka Stevens Stree, el centro, bajo el famoso árbol centenario (cotton tree) repleto de murciélagos a la luz del día. A Bisbal se le ve feliz. Puede ir en un pick up al descubierto, nadie le conoce… “Tengo la música, y a la persona que quiero, y un disco último con mucho de mí…”.
Sasko termina su rap. El español también quiere cantar. Primero, el Ave María, a regañadientes; luego, Torre de Babel. Sonidos reggaeton, flamenco, árabes… Y lo interpreta como ante un estadio entero, aunque sólo estén los “muchachos”, los camareros, otros clientes… A la estrella nacida de la televisión le rebosan las ganas. Puñetazos, patadas, giros… Entregado. “Se puede respirar tanta desolación de lágrimas al viento…”, canta. “Cómo pega la letra con todo esto”, susurra Chema. “Tanki (gracias)”, resuena aún la voz en krio de Sasko mientras Bisbal y Elena Tablada desaparecen en la sala vip del aeropuerto.
1 – 200 de 206 Más reciente› El más reciente»