-¿Cuándo me sacáis de aquí?
-Calma, hombre, hay que preparar tu declaración, localizar a tus familiares y hablar con tu amigo de Murcia. El de Instrucción 98 es un juez minucioso, pero deja hacer a los abogados y eso luego te beneficiará. Por cierto, ¿el de Murcia se encarga de la provisión?
-Sí, sí, él le envía el dinero a mi mujer.
-Vale.
El Calamar III, o el II, ya no me acuerdo. Junto a los juzgados, cruzando la acera. Una rubia oxigenada, exuberante, entrada en carnes y diez años mayor de los que pretendía aparentar. No me agradaba, pero su cara me era familiar. A su lado un tipo vulgar, rechoncho, con una cartera de mano abultada. Lo normal merodeando por allí a esas hora de la madrugada. A la rubia nos la presentaron como la mujer del detenido, su acompañante un policía amigo. Ya.
-No entiendo cómo le han detenido, si no hacía nada malo.
-Claro, nada malo. Pero el municipal tuvo que descerrajar un tiro al maletero para abrirlo y ver el contenido.
-Pero es que es coleccionista y nos estamos mudando.
-Ud. no estaba allí.
-De esas cosa se ocupa mi marido.
-Esas cosas son una MG-42, tres subfusiles, 2 pistolas, munición para la batalla del Marne, siete puños americanos y machetes y cuchillos en cantidades industriales.
-Es aficionado a las armas. Ha sido militar y su padre también lo fue.
Se decretó su ingreso en prisión. Provisional. En Carabanchel. Pero la cosas no iba mal. Se le procesaba por tenencia de armas y me extrañó, porque el juez no era malo y estaba claro que era un delito de depósito de arma de guerra. La cosa cambiaba mucho. Salir o quedarse. Además habían aparecido unas requisitorias sobre unas estafas en Lérida a cuenta de importación irregular de carne en mal estado y el cierre fraudulento de varias empresas. Estaba claro que era un matón, un testaferro. Además, el compañero (es un decir) de Málaga que me había pasado el caso defendía a jefecillos de las redes de narcotraficantes del sur.
En 15 días teníamos al sujeto en la calle. Un éxito, a pesar de las evidencia contra el tipo. Usamos de todas las añagazas al uso para conmover al juez, protestando por la sinrazón de la sospecha de huida. Nada tenía que ocultar y estaría a disposición. Faltaría más. Un coleccionista simplemente, que no tuvo la precaución de inutilizar las armas. Imagino la náusea del instructor al firmar el auto. La que tuve yo al final, pero no ese día. Bárbaro, le sacábamos y pronto cobraríamos una sustanciosa provisión. Valía la pena soportar el relato de las hazañas del preso hasta que salimos de Carabanchel: paracaidista en Sidi Ifni en 1957, instructor-artificiero de chicanos en Vietnam, en la guerra de zapa de minas, instructor en Ecuador en la última batalla fronteriza contra el Perú, guardaespaldas, casado con una cutre stripper de habitual aparición en la filmografía de Pajares-Ozores-Esteso (de eso me sonaba, confiesen los de mi quinta que todos han visto alguna). Lo tengo por cierto, aunque lo dudé entonces, por más que los detalles que me dieron sobre el padre militar coincidían con lo que yo sabía del Grupo de Ejércitos C en el frente de Leningrado. Aseguraba que después de la Legión Azul se había quedado por allí y que acabó en el regimiento Westland de la División SS Wiking defendiendo a la civilización occidental y blablabla. Un tipo de amplias miras el padre y de tal palo tal astilla, y todo sea por la minuta, carajo.
-¿El dinero?
-Quedamos en Plaza de España, en el Vips y allí os pagamos la provisión.
-Mejor ahora.
-Es que nos falta una parte que ha enviado hoy mismo el abogado Azam, su compañero. La lleva nuestro amigo Tuto. (El policía, que sí lo era.)
-En media hora.
No aparecieron. Le volvimos a ver en una declaración, más que nada por reclamar la minuta: coño, que le habíamos sacado de la cárcel con una fianza de risa. Nada de nada. Y cuando aparecimos por su casa ("a ver si se ablanda la de las tetas enormes"), una más que seria advertencia nos hizo desistir y llevar el apunte a deudas de dudoso cobro.
Un par de años después me topé con uno de los municipales que le habían detenido. Se acordaba de mí y le pregunté si sabía del caso. Me miró extrañado. "¿Tú no? salió porque era testigo protegido y nosotros metimos la pata, no se le podía tocar. Bronca monumental desde Interior y, cómo no, desde la Audiencia Nacional". Los GAL, decía. Vaya Ud. a saber.
Etiquetas: Phil Blakeway
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