Perdonen Ustedes la extensión de la siguiente cita de Don Quijote de la Mancha, pero es para situar en su contexto la cita del Quijote que hoy se discute aquí tan brillantemente:
EL QUIJOTE I , Cap 18:
Edición completa del texto de Don Quijote en Proyect Gutembert: http://www.gutenberg.org/etext/2000
… -¡Santa María! -dijo Sancho-, ¿y qué es esto que me ha sucedido? Sin duda,
este pecador está herido de muerte, pues vomita sangre por la boca.
Pero, reparando un poco más en ello, echó de ver en la color, sabor y olor,
que no era sangre, sino el bálsamo de la alcuza que él le había visto
beber; y fue tanto el asco que tomó que, revolviéndosele el estómago,
vomitó las tripas sobre su mismo señor, y quedaron entrambos como de
perlas. Acudió Sancho a su asno para sacar de las alforjas con qué
limpiarse y con qué curar a su amo; y, como no las halló, estuvo a punto de
perder el juicio. Maldíjose de nuevo, y propuso en su corazón de dejar a su
amo y volverse a su tierra, aunque perdiese el salario de lo servido y las
esperanzas del gobierno de la prometida ínsula.
Levantóse en esto don Quijote, y, puesta la mano izquierda en la boca,
porque no se le acabasen de salir los dientes, asió con la otra las riendas
de Rocinante, que nunca se había movido de junto a su amo -tal era de leal
y bien acondicionado-, y fuese adonde su escudero estaba, de pechos sobre
su asno, con la mano en la mejilla, en guisa de hombre pensativo además. Y,
viéndole don Quijote de aquella manera, con muestras de tanta tristeza, le
dijo:
-Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro.
Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de
serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible
que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo
durado mucho el mal, el bien está ya cerca. Así que, no debes congojarte
por las desgracias que a mí me suceden, pues a ti no te cabe parte dellas.
-¿Cómo no? -respondió Sancho-. Por ventura, el que ayer mantearon, ¿era
otro que el hijo de mi padre? Y las alforjas que hoy me faltan, con todas
mis alhajas, ¿son de otro que del mismo?
-¿Que te faltan las alforjas, Sancho? -dijo don Quijote.
-Sí que me faltan -respondió Sancho.
-Dese modo, no tenemos qué comer hoy -replicó don Quijote.
-Eso fuera -respondió Sancho- cuando faltaran por estos prados las yerbas
que vuestra merced dice que conoce, con que suelen suplir semejantes faltas
los tan malaventurados andantes caballeros como vuestra merced es.
-Con todo eso -respondió don Quijote-, tomara yo ahora más aína un cuartal
de pan, o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques, que cuantas yerbas
describe Dioscórides, aunque fuera el ilustrado por el doctor Laguna. Mas,
con todo esto, sube en tu jumento, Sancho el bueno, y vente tras mí; que
Dios, que es proveedor de todas las cosas, no nos ha de faltar, y más
andando tan en su servicio como andamos, pues no falta a los mosquitos del
aire, ni a los gusanillos de la tierra, ni a los renacuajos del agua; y es
tan piadoso que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y llueve
sobre los injustos y justos.
-Más bueno era vuestra merced -dijo Sancho- para predicador que para
caballero andante.
-De todo sabían y han de saber los caballeros andantes, Sancho -dijo don
Quijote-, porque caballero andante hubo en los pasados siglos que así se
paraba a hacer un sermón o plática, en mitad de un campo real, como si
fuera graduado por la Universidad de París; de donde se infiere que nunca
la lanza embotó la pluma, ni la pluma la lanza.
-Ahora bien, sea así como vuestra merced dice -respondió Sancho-, vamos
ahora de aquí, y procuremos donde alojar esta noche, y quiera Dios que sea
en parte donde no haya mantas, ni manteadores, ni fantasmas, ni moros
encantados; que si los hay, daré al diablo el hato y el garabato.
-Pídeselo tú a Dios, hijo -dijo don Quijote-, y guía tú por donde
quisieres, que esta vez quiero dejar a tu eleción el alojarnos. Pero dame
acá la mano y atiéntame con el dedo, y mira bien cuántos dientes y muelas
me faltan deste lado derecho de la quijada alta, que allí siento el dolor.
Metió Sancho los dedos, y, estándole tentando, le dijo:
-¿Cuántas muelas solía vuestra merced tener en esta parte?
-Cuatro -respondió don Quijote-, fuera de la cordal, todas enteras y muy
sanas.
-Mire vuestra merced bien lo que dice, señor -respondió Sancho.
-Digo cuatro, si no eran cinco -respondió don Quijote-, porque en toda mi
vida me han sacado diente ni muela de la boca, ni se me ha caído ni comido
de neguijón ni de reuma alguna.
-Pues en esta parte de abajo -dijo Sancho- no tiene vuestra merced más de
dos muelas y media, y en la de arriba, ni media ni ninguna, que toda está
rasa como la palma de la mano.
-¡Sin ventura yo! -dijo don Quijote, oyendo las tristes nuevas que su
escudero le daba-, que más quisiera que me hubieran derribado un brazo,
como no fuera el de la espada; porque te hago saber, Sancho, que la boca
sin muelas es como molino sin piedra, y en mucho más se ha de estimar un
diente que un diamante. Mas a todo esto estamos sujetos los que profesamos
la estrecha orden de la caballería. Sube, amigo, y guía, que yo te seguiré
al paso que quisieres.
Hízolo así Sancho, y encaminóse hacia donde le pareció que podía hallar
acogimiento, sin salir del camino real, que por allí iba muy seguido.
Yéndose, pues, poco a poco, porque el dolor de las quijadas de don Quijote
no le dejaba sosegar ni atender a darse priesa, quiso Sancho entretenelle y
divertille diciéndole alguna cosa; y, entre otras que le dijo, fue lo que
se dirá en el siguiente capítulo. ( el cap. 19)
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