Un abogado recién jubilado, del cual lo ignoramos casi todo salvo su más o menos cercana viudedad, mata sus días repitiendo paseos, cafés, comidas en el bar de siempre y tardes televisivas. Vegeta, fundamentalmente, entre algunos borrosos recuerdos y la melancolía de un mañana tan parecido al hoy que deja, inmediatamente, de ser futuro para convertirse en rutina. El personaje, sin descripción física explícita, tiene sin embargo algo de policía de Giorgio Scerbanenco berrendo en oficinista de Bardem: un hombre normal al que pasan cosas normales. Como a todos. Pero, sin comerlo ni beberlo y por la renuncia de un joven compañero demasiado atareado, se ve convertido en consejero jurídico de una asociación de vecinos. Y hasta aquí puedo contar. Seguir con la trama sería destriparles a ustedes el cuento y, claro, no es cuestión.
Casi todo el cuento está escrito el lo que podríamos llamar frase-párrafo, equivalente literario del plano-secuencia berlanguiano. Es, precisamente, el ritmo que requiere el argumento y tal es, en mi opinión, el principal valor estilístico del cuento. La insondable lentitud de los paseos del jubilado, la total ausencia de signos de interés para este hombre en sus inerciales callejeos, se transmiten plásticamente al lector de una forma directa, boxística, casi norteamericana en el fondo. Sobran, en mi opinión, algunos tópicos evitables (a bombo y platillo, como dos gotas agua, con nuevos bríos…), pero el cuento se lee de forma agradable. Para aquellos temerosos de la hipotética melancolía que la lectura de “Pasos perdidos” pudiese inducir, acabaré previniéndolos de que el final es, dentro de lo que cabe y supuestamente, feliz.
Etiquetas: Protactínio
«El más antiguo ‹Más antiguo 201 – 291 de 291