Efectivamente parecería que los periódicos hayan muerto de tan raros que puedan adquirirse en las aldeas, ni siquiera parroquias, a tiro de piedra de Portugal. Así, a falta de El País, un ejemplar de El Mundo, de un sábado pasado, era la escasa oferta que la fortuna me dispensaba para pasar una tarde vaga en mi refugio. Tumbado en el sofá y ojeándolo de atrás para adelante, la mejor forma de concitar el sueño, recalo en un artículo de Arcadi y, ayuno de blogs (desenchufado como está uno), le dedico atención a su lectura, a la que me ha enganchado esa coincidencia en la dificultad pedánea de compra de la prensa nacional. Apegado a las manos (adicto a la letra impresa como eres), conforme con su contenido y asintiendo mientras desgranas el texto con ese carácter de oración laica que el artículo proclama, de repente te sobresaltas (y el habano se te desprende entonces de tus labios), cuando te reconoces un hombre de orden al leer allí que lo que necesitas, y buscas, leyendo, es el orden inmutable en cada periódico. Efectivamente, un hombre de orden… con una quemadura en la camisa.
(Sin satélite).
El sol se ha puesto exactamente a las 19, hora solar, detrás de las rocas justo enfrente del porche de la cabaña. Has observado fehacientemente su declinar reponiéndote de la caminata vespertina (caminata terapéutica, física y espiritual, por callejas solitarias, polvorientas y ensombrecidas -¡desastre de verano actual!- a estas alturas las zarzamoras no han fructificado y el paseo se ha hecho más monótono). Bebes agua fresca del pozo y el viento del oeste, con fuerza, comienza su andadura nocturna. Dentro de dos horas esperamos ver la lluvia de estrellas anual. Estrellas fugaces, las Perseidas, que nos enviarán algún mensaje de buenaventura… En un cielo contrastado, sin contaminación lumínica, asomado a la ventana hacia el nordeste, no pasó mucho tiempo sin que una lágrima de S. Lorenzo, en trayectoria descendente, atravesase el espacio obscurecido entre Venus y Marte, que este agosto se prodiga, en ausencia de la Luna.
(Sin traje).
Desnudo, en la alberca sumergido, su latitud obliga a la mirada a un ‘scope’ lejano hacia las sierras, contrapicado de nubosos cielos. Desnudo, (decía)… y ¿perdido?
(Sin papeles).
La comunión con la naturaleza te lleva a modificar tus costumbres. Pero toda acomodación puede ser positiva y dar sus frutos. Como sentir una plenitud única cuando en agotadora faena campestre, al sufrir el apretón correspondiente, te alivias, genuflexo tras un tronco caído. Una auténtica pérdida de identidad… dejar bien gobernado el cuerpo, al natural, rodeado sólo de sonidos cómplices.
(Sin vuelta… de hoja).
Algunos gustan ir a por uvas, aunque no estén maduras, otros por higos. En algunos almanaques figuraba, en el correspondiente día de julio, la anotación ‘día en que comienzan a decrecer las tardes’, pero es en agosto, tras las cabañuelas, cuando se notaba de verdad ese adelgazamiento, preludio sentimental de que la estación, y la vacación, entraba en barrena. Cuando no íbamos a escuela hasta octubre, todo septiembre era época de bolindres, del burro, de tabas y otras martingalas de entretenimiento, hasta que en casa un día preparaban para comer sopa de tomate con higos, entonces, sólo entonces, te entraba el otoño al completo en la barriga.
(Sin paliativos).
¡Ay, esos achaques lumbares que después de tres semanas te impedirán, postrado, terminar la poda del gran castaño longevo que culmina tus tareas manuales! Sin la limpieza de todas sus pernadas, chupones o mamones, y la nítida aparición de sus cuatro troncos de segunda generación, frondosos y plenos de erizos, no parece que el trabajo estival haya cundido. La contrapartida del reposo obligado es que así tienes tiempo para escribir estas bagatelas, trufadas de referencias, para el nickjournal. Porque lo curioso es que la adicción no consiste en olvidarte del blog, sino en que el blog se olvide de ti.
(Escrito por el Sr. Verle)
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