La prehistoria de mi personaje internético tuvo lugar en Starmedia, un portal que no sé si aún existe. A principios del 2000 desemboqué en él buscando fotos pornográficas de negras y latinas, que no encontré. A cambio, vi un listado de chats y me decidí a entrar por primera vez en uno, que frecuenté a partir de entonces: el de la sala "Literatos", del apartado "Bohemios". Allí solía juntarse una estomagante patulea de letraheridos mexicanos, colombianos, uruguayos, argentinos, chilenos y puertorriqueños. Yo era el único español, y presumo que por mi culpa se llevaron una impresión bastante averiada de los modernos habitantes de la Madre Patria.
Las (pocas) veces que entraba con una actitud no enteramente destructiva (constructiva no la tuve nunca), mi nick era el de Maestro Zen. Pero lo que me gustaba era entrar como un soez dinamitero, en fin, como el AS que todos conocéis tan bien -sólo que ignorante de que mi conducta ya estaba codificada como de troll (saberlo me hizo perder la inocencia). Mis nicks en esas ocasiones eran, según mi ánimo, Micropene o Superpollón. Me daba igual presumir o humillarme, lo decisivo era la anormalidad de mi miembro, el impacto procaz que producía. Aquella sala era un lugar mucho más tierno y cursi que el Nickjournal: allí se hablaba ante todo de literatura y se ejercitaban sin pudor los buenos sentimientos. Para un provocador, era el público perfecto. Yo entraba como Micropene, por ejemplo, y lanzaba esta bombita fétida: "Todo eso está muy bien. Pero hablemos de un tema realmente poético, el único tema realmente poético, me atrevería a decir: mi micropene de 6 centímetros." O bien, si entraba como Superpollón: "Todo eso está muy bien. Pero hablemos de un tema realmente poético, el único tema realmente poético, me atrevería a decir: mi superpollón de 36 centímetros." Y ahí se liaba. ¿Os imagináis una sala llena de latinoamericanas hipersensibles (muchas de ellas castristas), cacareando escandalizadas? Pues así era más o menos aquello... Yo me lo pasaba pipa, ciertamente. Fue por aquel entonces cuando me volví un adicto a internet: un psicótapa de las payasadas fáciles, un bufón ilustrado...
Pero lo que yo quería contar era lo que me ocurrió una noche en que entré como Micropene y sólo había una persona en la sala, que firmaba como Caliche 17. Como suelo hacer cuando el nick es ambiguo, le solté a modo de saludo: "Oye, Calichín, ¿tú que gastas, chocho o cipote?" Me dijo que era un chico, argentino, de 17 años (cómo no). Yo empecé a meterme con él, que si valiente cabronada del destino la de haberle hecho nacer en Argentina, que no es un país, sino una trampa (como decían en Martín Hache), que qué quería ser, si psicoanalista, dentista, o las dos cosas a la vez, que si Sabato era tonto, Borges impotente y Cortázar pringoso, que qué bueno que los argentinos se hayan inventado la palabra "atorrante", por que así sabemos cómo definirlos... Yo estaba ya lanzado con mi show cretino cuando el chaval, que no se había escandalizado, ni se había defendido, dijo sencillamente: "Voy a suicidarme."
Estuve a punto de lanzarme a hacer chistes sobre el suicidio, a recomendárselo muy vivamente ("un argentino menos", etc.), pero algo me contuvo. No sé, tal vez fuese una inesperada intuición por mi parte, yo que de intuición suelo andar flojo. El caso es que le pregunté el motivo. Y me vi embarcado de pronto en la triste historia de su vida, que me fue contando convincentemente a lo largo de varias horas y que resumiré por no alargar este escrito. Sus padres, de la alta burguesía de provincias, personas muy estrictas y creí deducir que afines a la extinta dictadura militar, lo habían mandado hacía varios años a Buenos Aires a estudiar el bachillerato. El primer año se aficionó al juego, en el que perdió mucho dinero, y no aprobó el curso. Pero mintió a sus padres diciéndoles que sí. Los siguientes años pasó lo mismo. Ahora creían que su hijo estaba a punto de entrar en la universidad, cuando ni siquiera tenía primero de bachillerato. A la vez, el muchacho había contraído tremendas deudas con prestamistas hampones... La mentira lo había aislado del mundo (había engañado también a sus amigos y a su novia; "soy mitómano", decía) y ahora sólo encontraba solución en el suicidio.
Me pasé, como digo, varias horas hablando con él. Le escuché, le di consejos. De vez en cuando caía en la cuenta de mi ridícula situación: yo allí vestido de Micropene intentando evitar que un chaval se suicidase en Argentina. También me preguntaba por el significado de su nick, que no me sonaba. Me imaginaba que sería algún argentinismo. Poco a poco Caliche 17 fue entrando en razón, hasta que por fin me dio las gracias, me dijo que le había venido muy bien hablar conmigo, y se despidió. Apagué el ordenador, agotado. Antes de irme a dormir busqué en el diccionario el significado de la palabra, sin esperar nada llamativo, por simple curiosidad. Pero al leerlo vi a aquel chico: "CALICHE: Pequeña costra desprendida del enlucido de la pared".
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