CUARTO: Asímismo, la infrascripta dice chorradas y estupideces a las que sólo el retraso mental podría servir de atenuante. Quede la decisión en manos de los psicólogos.
Las edades de Lulú, p 9: En esta página, Almudena describe: “Un hombre, un hombre grande y musculoso, un hombre hermoso, hincado a cuatro patas sobre una mesa, el culo erguido, los muslos separados, esperando. La carne perfecta, reluciente, parecía hundirse satisfecha en sí misma sin trauma alguno, sujeto y objeto de un placer completo, redondo, autónomo, tan distinto del que sugieren esos anos mezquinos, fruncidos, permanentemente contraídos en una mueca dolorosa e irreparable. En los bordes, la piel era tensa y rosa, tierna luminosa y limpia”. El especialista almudentarra, conocedor de la opera omnia almudenensis, sabe que, en las páginas 409 y 362 de Malena es un nombre de tango, la autora volverá a filosofar sobre el mismo tema en estos términos: “Era más alto que bajo, delgado, el pelo negro entreverado de canas, las manos a juego, y un culo probablemente estupendo, a juzgar por la curva que marcaba en el perfil del panta¬lón.[...] Aprecié la calidad de su carne, su espalda inmensa, lisa, un trapecio perfecto, y las huellas circulares de los riñones como dos hoyos casi colmados, sobre un culo perfecto, el mejor, el más hermoso de todos los culos que he visto nunca, redondo y rotundo y carnoso y plano y duro y firme y elástico y claro y suave y amasable y mordible y engullible y deglutible, como ningún otro culo haya existido jamás. Como se ve, Almudena Grandes es, además de óptima escritora, un experta en culos, que, como dice el teniente coronel Tejero, es lo más grande que se puede ser en este mundo, después de ser español. Ha tenido que ver todos los culos del mundo para poder afirmar que no ha habido otro igual al que ella vio una memorable noche. Pero Almudena es también culiadicta y fetichista de culos. No quisiera tener yo mi nalgar en las proximidades de su dentadura, en el momento en que le diese el volunto de engullir culos y deglutirlos. Por otra parte, no cabe duda de que, para captar las mezquindades, las muecas y los frunces de un ano, hay que haber observado atentamente muchos culos. Ante semejantes portentosas cualidades, no sabe uno qué parte descubrirse, ni si exclamar chapeau! o caleçon!
Id., p 16: además de filosofar sobre sus cualidades, al culo se le puede hacer sujeto de la descripción épica: [Los azotes en el culo se hacían cada vez más violentos] “y estallaban en mis oídos con el bíblico estrépito de las trompetas de Jericó”. Y es que, como decía el cardenal Wiseman, autor de Fabiola y sevillano él, quien tiene una fe profunda (Almudena sabemos que la tiene) hasta el culo lo relaciona con un pasaje bíblico.
Id., p 16: “Su culo temblaba como los muslos de una virgen añosa en su noche de bodas”. Es cosa de preguntarse que a cuántas vírgenes añosas habrá sorprendido Almudena estrenando el tálamo nupcial. Porque resulta que no es eso lo que les pasa. ¡Lo que les tiembla es el mondongo!
Id., p 95: “le dábamos un susto mortal, razonablemente mortal”. Como no llega a ingenioso, se queda en chorrento.
Id., p 121: “meditó durante un cierto tiempo sobre la posibilidad de darle por culo”. Lo que se llama una meditación trascendental.
Id., p 133: “Ella, la directora del internado, sufrió diversas transformaciones antes de establecerse como una mujer de treinta y cinco años”. ¿Treinta y cuatro transformaciones, tal vez?
Id., p 169: “Desapareció por una puerta abierta”. Otra cosa, Almudena, hubiese sido un milagro.
Id., p 186: “Su sexo parecía el poste central de una carpa de circo.” Creemos sinceramente que exagera un poco.
Id., p 254: La policía está fuera, ella está dolorida y apenas puede caminar. El, que la arrastra escaleras abajo, aprovecha la ocasión propicia para decirle: “Tienes unos pies horribles, demasiado grandes.”
Malena es un nombre de tango, p 15: “abrumadoramente hermosa” (horterismo adjetival).
Id., p 29: La “abrumadoramente hermosa” es una pobre mujer que lleva entontecida desde los tres años, viviendo como un vegetal, cayéndosele la baba y vomitando la mitad de las papillas que le dan. Es imposible que sea hermosa.
Id., p 61: La tía monja cuenta a la niña, en la capilla, la historia de Santa Agueda y, como debía de ser costumbre en su orden, cada vez que ha de referirse a los sagrados senos de la santa, dice “”las tetas”, poniendo, para ilustrar el relato, sus propias ubres sobre el altar.
Id., p 86: “Ambas éramos mellizas. No iba a ser melliza sólo una de las dos, Almudena.
Id., p 87: “era una niña perfecta, la niña total”. ¿Qué leches desnatadas quiere decir “niña total”? Esto es un desacierto expresivo que hace evocar el peor lenguaje periodístico.
Id., 113: Dice que Reina era “una razonadora implacable”, pero el caso es que, hasta ahora, el lector no la ha visto razonar; sólo balbucir sandeces.
Id., p 188: En una misma y breve escena, tres metáforas cuya alegación será probablemente protestada por la defensa: “Sus dedos se aferraban a mis pechos como un ejército de niños desesperados y hambrientos”. “Antes de que mi sujetador cayera al suelo como un cadáver de trapo”. “Con la característica sonrisa que algunos dioses condescendientes reservan para un eventual tropiezo de los mortales”. Ciertamente característica, como sabe muy bien todo el que conoce a un dios condescendiente.
Id., p 192: Malena intenta “reunir la punta del pulgar con la de los otros dedos” de la mano que tiene en torno al pene de Fernando, y no lo consigue. Digo yo: o mano pequeña o un auténtico penélope.
Id., p 225: “Eché a andar despacio por la calle Velázquez, y no la dejé hasta la esquina de Ayala. Entonces torcí a la izquierda, crucé la Castellana, y subí por Marqués del Riscal hasta Santa Engracia. Doblé la esquina, esta vez a la derecha, y seguí andando hasta Iglesia”. ¡Qué periplo más apasionante! Digno, en verdad, de que lo hubiera relatado Robert Louis Stevenson. Hay que ver la emoción del momento en que atraviesa la Castellana. ¡Y cuando se encuentra con Santa Engracia?
(La enorme cantidad de párrafos que dedica Almudena a las difíciles menstruaciones de su hermana presuponen la errónea creencia deque eso pueda interesarle a alguien.)
Id., p 252: Bueno, pero, resumiendo, viene a decir Malenna su abuela, ansiosa de adornar lo más posible su pedigrí, “pero vosotros votábais a los rojos”. “Ni hablar”, corta la respetable dama sorprendiéndonos a todos. Ella, dice, ni se acercaba a las urnas. En cuanto a él: “Tu abuelo, cuando se decidía, votaba por los anarquistas, sólo por joder”. ¡Lo que son las cosas, oh lector! Almudena, lampando durante media novela por que el abuelo aparezca como el prototipo del intelectal de izquierdas y resulta que el buen hombre votaba, no por convicción profunda ni como resultado de una seria reflexión, sino “por joder”. Un frívolo, como la autora.
Id., p 260: “Siempre he sentido un poco de lástima por los hombres que se esfuerzan en comportarse como caballeros”. Lo anotamos, Almudena. Si alguna vez coincidimos, no nos comportaremos como caballeros, sino como lo que somos.
Id., pp 264-265: Ejemplo de un pecado que comete muchas veces Almudena: luego de pintar en veinticinco líneas a la abuela como madre despegada, dedica otras tantas a demostrar que la verdad es que era muy pegada. (El mismo ritmo de pegue-despegue lo aplica a las relaciones materno-fetales de la abuela con sus naciturus.)
Id., p 279: No es ya que se nos cuente todo el pasado de la abuela, es que se entra en detalles como el de cuántas veces cohabitó con su marido -veinte- en medio año. ¿Que no tenían ganas? ¡Bueno, mujer! Eso no lo convierte en noticia para la posteridad. Luego se nos informa de que la abuela tuvo hemorragias, la abuela vomitaba, la abuela tuvo que guardar reposo, etc. ¡Ya está bien, Almudena! ¿A quién crees que interesa todo esto? Por lo visto, se trata de un prurito irreprimible. Si es así, satisfazlo fuera de la narración: coge las difíciles menstruaciones de Reina, el desvirgamiento de Malena en el agro y los achaques de la abuela embarazada y escribe una trilogía tocoginecológica, con recetas, consejos y lista de fármacos incorporada, que te prometo no leer.
Id., Id. : Deja claro Almudena que los viejos no celebraron nunca la Nochebuena, pero sí la Nochevieja. Lo contrario, nos hubiese escandalizado. Como nos escandaliza, a fuer de modernos cosecuentes, que le pusiera Reyes a los niños. ¡Qué barbaridad! Almudena comprende el desaguisado ideológico y obliga a la abuela a excusarse: “ya ves tú, qué absurdo, en el fondo era estúpido, porque no éramos creyentes...” La que es estúpida y absurda, Almudena, es esta explicación vergonzante, que ofende la inteligencia del lector hispano, partidario de los magos y de sus roscos, sea creyente, sea de la rama lagarterana, bética, de secano o carmelita descalza.
(El gazpacho mental de la autora resplandece en detalles como el de llevar ahora un tercio del libro presumiendo de familia pobre pero honrada, cuando antes se ha llevado otro tercio haciéndolo de niña bien, con masión en un barrio de alta burguesía, colegio de monjas, fincas en el agro y antepasados conquistadores).
«El más antiguo ‹Más antiguo 201 – 400 de 415 Más reciente› El más reciente»