Dondequiera en la capital, lejos del centro. Caras curtidas de expresión dura, gorros de astracán, ropas gruesas, ásperas y oscuras y niños en fino chándal multicolor. Hombres y mujeres de la vieja y aún muy mayoritaria Rumania esperan con resignación el tranvía cargados de sacos imposibles estampados a cuadros. Alguien pregunta para llegar a Universitate, y esas caras se vuelven hacia él con desconfianza y cierta agresividad. Él se arrepiente de haber hablado, pero entonces los dos o tres más cercanos ya pugnan por indicar al extraviado. No le dejarán hasta que estén seguros de que es capaz de llegar.
El traqueteo en el Bulevar Magheru de las botas altas y lustrosas de las rumanas que caminan hacia la Academia de Estudios Económicos. ‘Pisa fuerte, guapa, que paga el ayuntamiento’, les gritaba el viejo en Castellón. Las de aquí parece que no necesitan de este tipo de recordatorios. Esas mismas botas, vacías, abiertas y dobladas al lado de la cama: la imponente sofisticación al fin quebrada.
(Escrito por Happel)
(No es Bucarest, Happel, como usted sabe. Son las Tierras Raras, ahora mismo.)
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