Es insaciable. Un niño
a gusto con las cosas:
para él todas las ciencias
son gatos que se dejan
dar cuerda, panza arriba.
Vivir es ese juego
que, siempre más, comienza.
El cielo es marca Acme.
Pekín, toda la tierra.
II
Si prepara la cena, es porque sabe
cuánto entusiasmo motivado cabe
en lo que se despierta en el momento
exacto de cocción o de reposo.
Con la ternura sin dulzor de un oso
que necesita acción, mas no discordia,
consigue hacer precisa la memoria
de cada instante, en paz con lo sensible.
Si está, la imperfección es llevadera
y puedes apostar que no habrá heridos.
Se va y te sientes doblemente solo,
un huésped de sus últimos latidos.
III
Antes de que pasara
la tarde, había llegado
al punto de la cita.
Las horas le tendían,
para leer, sus manos
y de una bolsa eterna
de alborozado plástico
iba sacando tiempo
en dilatados plazos.
Apenas hubo imperio
cuya imposible historia
sus ojos no leyeran.
Según fuimos llegando,
él dijo (verdad era)
que el tiempo había pasado.
Sólo él lo vio de cerca.
IV
Partía a la hora justa,
tenaz, a la aventura.
No había lejanía
que no lo devolviera
enfermo y jubiloso,
como una melodía
que a punto de olvidarse
sobre la cuerda floja
se afirma, tenebrosa.
No recogió las llaves
que le legó el crepúsculo.
Maestro de la huida,
llegaba en contrapunto,
tan fiel como el silencio
que ordena los caminos.
De paso, como todos
(pero acaso sabiéndolo),
iba vertiendo arena.
Su corazón tenía
la lucidez del agua.
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