En su rentrée del 19 de enero de este año, M. R. Rivero, hijo pródigo de ‘Babelia’, escribía: “La congénita necesidad de contar historias se recrudece en un mundo en el que se hace difícil encontrar sentido.” Y nos preguntaba: “¿De dónde vienen las historias?” Nadie mejor que Alberto Savinio para responderle con su libro ‘Contad, hombres, vuestra historia’ donde narró biografías noveladas de catorce desiguales personajes como si hubiese adivinado lo que también auspició J. L. Borges años más tarde: “No creo que los hombres se cansen nunca de oír y contar historias”.
Traeremos a colación sólo, ahora que la temporada taurina acaba de asomar por el burladero de las ferias, al único compatriota nuestro retratado, cuya vida, cual libreto de ópera al que Savinio trata de ponerle música, se acaba recreando en una auténtica opereta, a decir del propio autor.
Condicionado por los tópicos reinantes A. Savinio incluyó un torero entre sus protagonistas. Presunto lector atento de las noticias taurinas trágicas y relevantes, que la prensa italiana del momento se encargaría, sin duda, de publicar, articula un relato muy bien tejido intrincando con maestría diferentes acontecimientos y personajes reales, para obtener una biografía arquetípica verosímil.
Una historia como nos gustaría que hubiese ocurrido. Hela aquí:
“Ronda, en Andalucía, es pequeña en número de habitantes pero grande en fama. Los toreros se dividen en rondeños y «cordobeses». La diferencia es como la que hay entre espartanos y atenienses. El rondeño es viril y enemigo de los melindres. El «cordobés» es el llamado torero señorita, que adorna su juego de matador con florituras de bailarín. El espartanismo del rondeño no se limita a la forma, sino que repercute sobre la técnica del torear. Así, en las verónicas, es decir, en los pasitos y requiebros que el torero realiza alrededor del toro para aturdirlo e irritarlo, el «cordobés» adelanta el pie derecho, lo que le permite retroceder rápidamente, mientras que el rondeño «quema todas sus naves», esto es, adelanta el pie izquierdo, lo que le impide toda posibilidad de retirada…
Fue en la patria del toreo más severo donde Cayetano Bienvenida (i) vio la luz hace veinticinco años… Su madre, Amparo Triana, lo trajo al mundo a mediodía en punto, o sea, en la sagrada hora de las corridas… Esta coincidencia de horario revela la mano del Destino, ya que fue también a mediodía cuando Cayetano murió.
Torero se nace. Los predestinados descubren su vocación desde la más tierna infancia. A los siete años Cayetano notó que le gustaban los toros. No era el único. Eludiendo la vigilancia de los padres, Cayetano Bienvenida… y otros salían de Ronda antes del mediodía e iban a las ganaderías, que son los sitios donde se crían los novillos y donde los toreros adolescentes aprenden los lances… ¿Estas corridas «de paisano» y fuera del marco mágico de la plaza colmaban las ambiciones de Cayetano? Tras las faenas en las ganaderías Cayetano iba a tumbarse en el catre de la casa paterna, y allí… el futuro torero soñaba con Madrid, capital del toreo, con las aclamaciones bajo el sol y con el acre olor de la sangre sobre la arena…
A los catorce años Cayetano se sintió hombre y tomó una decisión. Una noche salió despacito de su casa, bajó por barrancos y despeñaderos a la carretera de Madrid y sus pasos ligeros golpetearon el silencio de la noche. Caminó durante días y semanas. Desde un automóvil parado en el cruce de dos caminos le preguntaron quién era y de dónde venía. Respondió: «Soy de Ronda y me llamo Cayetano» (ii). Y al oír su nombre tan claramente pronunciado y con esa procedencia al lado, Cayetano se vio inscrito en el gran libro de la fama.
En Madrid, Cayetano frecuentó los centros del toreo y sobre todo la calle Alcalá, que es el lugar donde se estipulan los contratos… Cayetano tenía diecisiete años cuando… gastó las dos últimas pesetas que le sonaban en el bolsillo por un sitio al sol (las de sombra eran las localidades más caras). El toro daba vueltas alrededor del hombre estatua, inmóvil en su traje enyesado… don Tancredo… No parecía una corrida… El público pedía las banderillas de fuego…« ¡Es el momento! ¡Lánzate! ¡Ahora o nunca!». Y de repente, en la arena encandilada por el sol y circundada de dos órdenes de arcos vagamente morunos, un grito resonó: «¡El espontáneo!». Cayetano «se había lanzado»… Mientras Cayetano daba vueltas alrededor del toro rozándolo con pases de muleta y dos guardianes lo tiraban de los bajos de los pantalones para sacarlo de allí, la multitud se levantó de golpe como hierba improvisa y pidió a gritos que lo dejaran «trabajar». El toro, con una cornada sesgada, le desgarró la chaqueta. Con los pantalones rotos y media chaqueta sobre los hombros, Cayetano sintió que el canguelo lo partía en dos. Echó a correr… Pero en lugar de saltar al otro lado del burladero, se estrelló contra éste. La bestia se le echó encima. Lo recogió como horca el heno y lo lanzó al aire. Ovillado en la posición del feto, Cayetano giró tres veces sobre sí mismo y cayó al suelo casi sin hacer ruido.
En la enfermería el empresario le levantó los párpados, seguro de encontrarse con un par de ojos en blanco. Este gesto estimuló la sensibilidad del moribundo, que con un hilo de voz preguntó: « ¿Si salgo de ésta me conseguirá una corrida de verdad?»… Tres meses más tarde, y al son de marchitas pegadizas, aquel que por haberse librado milagrosamente de la muerte había sido apodado el niño de la Palma (iii), «el hijo de la Fortuna», entraba triunfalmente en la plaza a la cabeza de la cuadrilla, cubierto de lentejuelas chispeantes, bordados y cordones entrelazados, la coleta sobre la nuca y un magnífico cielo pegado a las posaderas… Fue un triunfo. Por decreto del inteligente, director técnico de la corrida, la presidencia, a la que la corrida había sido brindada, concedió al nuevo torero las orejas y el rabo del toro…
La víspera de la gran corrida en Talavera de la Reina (iv) para la que el empresario le garantizaba cincuenta mil pesetas, Cayetano salió de casa y se encaminó a la estación… En el camino tuvo una fea sorpresa. Un viejo, en quien reconoció a Alonso Triana, hermano de su madre Amparo, lo abordó y le pidió cien pesetas.
-¿De dónde las saco? -dijo Cayetano, y enojado acabó entregándole cinco pesetas al tío. Éste las cogió, las miró sin entender, luego las tiró al suelo y escupió encima.
-¡Vamos! -dijo Cayetano y prosiguió su camino…
El viejo, que se había parado en medio de la calle, le gritó:
-Anda con cuidado, Cayetano, que mañana en Talavera el toro te puede matar.
Cuando llegó a Talavera las palabras del tío Alonso resonaban todavía en los oídos de Cayetano… Al día siguiente el empresario llega para advertirle que el toro era tuerto y tenía el cuerno izquierdo bajo (v). Cayetano, que se estaba atando los zapatos, soltó una blasfemia: acababa de atarse un zapato al revés.
-¿De qué tienes miedo? -le preguntó el empresario-. ¿Acaso no eres el niño de la Palma?
La cuadrilla entró al son de una banda, formó bajo el palco del presidente y saludó agitando los sombreros. Terminados los preliminares, los que no intervenían en la corrida saltaron la barrera, quedando en el campo los picadores y los banderilleros. Al toque de una trompeta baja y ronca, la puerta roja del toril se abrió.
El toro tardó en salir. Mientras Cayetano miraba deslumbrado el agujero negro del toril, las palabras del tío Alonso acudieron a su mente: «Anda con cuidado, Cayetano...».
El toro era recio y zaino… Las suertes de los picadores y de los banderilleros pasaron como una exhalación. Cayetano se encontró solo frente al animalote… le pareció que el toro le hablaba y le decía: «Cayetano, yo vengo por ti».
Cayetano se estremeció. Pero ¿de qué tenía miedo? ¿No era el niño de la Palma? Empezó a dar vueltas alrededor del toro, como una modista que prueba un traje a una señora. Pero cuando como buen rondeño apoyó en el suelo la rodilla izquierda para la media verónica, el toro le desgarró la taleguilla, y luego, tras tomar la dirección justa, le clavó el cuerno bajo el ojo (vi).
Un sol rojo despuntó en la órbita de Cayetano. Quedaron mirándose: dos monóculos, uno frente al otro.
Cayetano se seguía preguntando: «¿Puede al hijo de la Fortuna ocurrirle una desgracia?».
Era mediodía. Acostado en su sombra breve, Cayetano mantenía el índice y el meñique apuntados hacia su pecho.
Murió con esta señal de conjuro sobre sí.”
Si el texto anterior constituyese el único manuscrito ‘encontrado en Zaragoza’ y no existiese ningún ejemplar del ‘Espasa’ o del ‘Cossío’, y Wikipedia no hubiese sido concebida (sin pecado original), el torero Cayetano Bienvenida estaría en los anales del toreo como figura indiscutible.
Pero la historia, dicen, es una novela con bibliografía.
Y así, investigando en ese pozo de sabiduría taurina cual es el Cossío, aparecen estas tozudas realidades:
(i) Todos los ‘Bienvenidas’ son Mejías, desde el Papa Negro hasta Manuel, José, Antonio, Ángel Luis y Juan. Y proceden de la provincia de Badajoz, de ahí su nombre artístico.
(ii) Trasunto del título de la crónica de Gregorio Corrochano en ‘ABC’ el 28 de mayo de 1925, sobre el debut del torero rondeño Cayetano Ordóñez.
(iii) El ‘Niño de la Palma’ fue el apodo real de Cayetano Ordóñez y Aguilera (Ronda 1904 - 1961), rival de Antonio Bienvenida. [El apodo lo heredó su hijo].
(iv) Remedo de la verdadera famosa corrida de Talavera de la Reina del 16 de mayo de 1920, donde ‘Bailador’, de la ganadería de la Viuda de Ortega, mató a José Gómez Ortega (a) ‘Joselito’ o ‘Gallito’.
(v) Tuerto y bizco según terminología taurina. El ‘Bailador’ real que se toreó en Talavera, consta que era burriciego.
(vi) Esa, en puridad, fue la muerte de Granero. El día 7 de mayo de 1922 en Madrid, el toro ‘Pocapena’ (cárdeno, bragado y burriciego también), de la ganadería del Duque de Veragua, mató de esa forma trágica al torero valenciano Manuel Granero Valls. [Testigo presencial parece que fue Georges Bataille, ver su “Historia del ojo”].
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