
De entre los recuerdos más persistentes, y más agradable, está el frontal maravilloso de Wild Oats, de un verdor inusitado, repleto de verduras y frutas de todo tipo y procedencia, no solo americanas, mejicanas, canadienses y peruanas se amontonaban en artificiales bancales sin perder nunca la lozanía. El pasillo desembocaba en la zona de los quesos, otro pequeño reducto de cosmopolitismo, pues además de los consabidos americanos, encontraba españoles, italianos, belgas e incluso ingleses. Más allá, las legumbres: desde los frijoles hasta garbanzos, soya, lentejas o dhalal; antes había pasado por la zona de las comidas liofilizadas (o sometidas a cualquier extraño proceso de conservación), en su mayoría de procedencia asiática.
Los miércoles y los sábados preferíamos acudir al mercadillo de los agricultores de la zona. Al fin y al cabo, una estancia sin que nos impregnemos un poquito del costumbrismo puede considerarse desaprovechada. La verdad es que para ser una ciudad pequeña, no faltaban celebraciones en la calle principal, Pearl Street, o en Central Park. La feria de la artesanía, tan similar a las españolas, la semana asiática, judía o latinoamericana (en la que nos pedían que participáramos) se sucedían junto con otras como los rodeos típicos que vemos en los telefilmes, el cuatro de julio o el Día de Acción de Gracias, todos ellas tan norteamericanas como una hamburguesa (ya sé que en el original es “tan americano como un pastel de manzana”, pero hago uso de alguna de las licencias del traductor.)

La casa la habían construido en los años cincuenta (la más antigua en la que he llegado a vivir, si descuento las temporadas que pasé con mi bisabuela en la casa que había sido de su padre y ella había heredado, y que luego heredó una de sus hijas para al final sucumbir, tras haberla vendido a una tienda de muebles, en una reforma del plan general urbano que ha ido destrozando nuestras ciudades.)

Recuerdo también que cuando contraté la luz y el gas, me dieron la posibilidad de hablar en español o en inglés. Yo, que siempre he sido un tanto pedante y engreído, dije que en inglés, por supuesto. Quizás en mi inconsciente temía que si hablaba en español, me perdiera el espíritu y el sabor del lugar (ya saben la hipótesis Sapir-Whorf.)


P.S.: Este breve escritillo responde a un subgénero muy común a partir del descubrimiento de América, la literatura de viajes, que se prolongó hasta entrado el siglo XVIII, y en el que Bernard Henry Lévy ha recaído no hace mucho. De entre toda esa literatura, siento una debilidad especial por la obra de John Hector Saint John of Crévècoeur, francés y estadounidense que escribió Letters from an American Farmer, aún sin traducir al español.
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